
Divago. Ha sido un mal
día. Estéril. Yermo. Indolente. Dipsomanía aburrida. Nihilismo suspicaz. Irritado.
No hay red de seguridad. Mañana madrugo. El capitalismo es una lacra,
naufragamos entre el cansancio, las obligaciones y el miedo a no conseguir el
dinero necesario para sobrevivir. Luego paseamos por los centros comerciales a
principios de mes, sacamos la tarjeta de crédito y lidiamos con la frustración
comprando cosas que, a priori, no necesitamos. Si sólo entregásemos dinero no
sería importante, pero entregamos algo muchísimo más valioso: nuestro tiempo,
todo el tiempo invertido, vendido, esclavizado a una causa ajena para luego venderlo
de nuevo en objetos que nos atrapan como sanguijuelas. De acuerdo: hay gente
con ambición, empresas propias, genéticas, pero prefiero pensar como Seneca: no
es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita.
Bukowski si entendía cómo
funcionaba este tinglado y a pesar de todo conservaba su sentido del humor. Me
lo imagino llegando a casa después de diez horas de trabajo, temblores en las
manos, dolores de espalda, una nevera desangelada. Arrastra los pies entre su
soledad, enciende un puro, se sienta delante de la máquina de escribir, da un
largo trago a su primera cerveza de la noche y sonríe: adelante con el placer
del condenado, con la guerra sin cesar, escrutemos la locura en busca de la palabra,
el verso y la ruta hasta que las personas parezcan flores al fin, y el amor,
ese perro del infierno, nos permita robar alguna rosa azul de las avenidas del
infierno. Adelante a pesar de su infancia y las palizas de su padre, a pesar
del alcoholismo, de la sordidez, de las putas, del desamor, de la muerte de Jane,
del divorcio, del aislamiento, a pesar de todos los recuerdos y el dolor. Hay que
seguir porque es su forma de sobrevivir, de dotar a los días de brillo, de
parar brevemente la transmutación en tuerca y eludir la locura.
La epifanía sutil está al
alcance de todos, no hay que ser un gran escritor, no hay que pensar en el arte
con mayúsculas, ni masturbarnos en ridículos círculos literarios de red social para
percatarnos que dotar de cierto orden nuestro caos interior otorga una
transcendente paz intelectual que no es posible de otra forma. Así de simple. Demiurgos
y mendigos delante de la página en blanco. Coger carrerilla y lanzarnos hacía
la luz. Quemarnos. Explotar. Y recordarnos. Como el niño que se inventa un
final feliz para una película mediocre. Como el decadente que canta desde su
agujero una bonita balada de héroes y fracasos. Qué fácil es regodearse en la
fascinación del abismo, lo respeto, pero ven, dame la mano, sal al exterior,
observa: todo sigue igual, hemos asesinado a los dioses, ya no hay nadie a
quien echar la culpa, ¿qué importa la nieve, qué importa el pasado? Sigue adelante.
Vive. Y no mires atrás.