
De mí no te puedo contar demasiado, no tengo ganas de hacer nada, ni siquiera escribir –quizás ahora lo esté haciendo casi como una reacción alérgica a la visita extemporánea de un amigo de Sevilla, como si tuviera que compensar esa obligada sociabilidad con la introspección del teclado-, sigo trabajando, pagando facturas, odiándome, pensando en mi paupérrimo futuro. Es fácil escribir sobre ello, lo llenas con palabra grandilocuentes, de cierta épica, pero en el fondo subyace el patetismo del complejo de Peter Punk. No encuentro grandes ocupaciones para mi tiempo libre, de hecho cada vez me cuesta más salir de la cama, moverme, comer, ir a los sitios, hablar con la gente, incluso diría que ya ni siquiera tengo ganas follar, ¿para qué a fin de cuentas? ¿Cuál es el motivo de seguir adelante? ¿La simple y anodina supervivencia? Hay gente ahí afuera que tiene pasión, que madruga y aprovecha todo el día haciendo cosas, invirtiendo ingentes cantidades de energía en grandes planes. Oh sí, me gustaría apoderarme de esa pasión, que los días brillasen y todo fuera una jauría de oportunidades, no una cuenta atrás de algo que no me apetece sufrir.
Sigo insistiéndote: deberías escribir un libro, tener tu talento casi lo convierte en un imperativo moral. Una secuela del placer mismo de escribir es tener público y conseguir cierta empatía y admiración. Quien niegue eso miente. El matiz es que el público es un uróboros de necesidades cubiertas y consecuencias negativas. Yo estoy alejado de las redes sociales y el blog, ya tengo bastante basura existencial sin necesidad de regodearme en más metáforas decadentes, de sumergirme en el circo literario de ideas pesimistas que ya han sido regurgitadas una y otra vez. Además tengo la vista demasiado cansada de tantas horas delante del ordenador en el trabajo para seguir luego de madrugada. Eso no quita para que ciertas liturgias sigan perennes y continúe bebiendo solo por las noches pensando en el disparo de luz final. Ideas divertidas, pavesas de inmadurez que ayudan a superar las expectativas de vulgaridad del día siguiente.
También me comentas que piensas dejar tu carrera. Bueno, los estudios no son tan importantes si el coste en tiempo vital y frustración es demasiado elevado, lo complicado es saber distinguir si esa decisión es fruto de una epifanía existencial o síntoma de una agotadora capacidad de autosabotaje. El problema de la vida es que se hace demasiado larga, empiezas a necesitar dinero, ya no eres un adolescente, decrepitud física y anímica, y al final lo único que quieres es paz, ser feliz y no sufrir una excesiva alienación. La sociedad nos permite cierto simulacro de libertad underground siempre y cuando nos mantengamos en su redil la mayor parte del tiempo. Aunque en España también se ha dado la situación inversa: personas hipotecando su juventud en pos del trabajo seguro de funcionario, o trabajando de becarios en la multinacional de la capital que han terminado haciendo la cola del paro o con sueldos infames. Aun eres joven, tienes tiempo para cometer errores y aprender de ellos, que nadie te marque su agenda, es una bonita sensación ser pionera de tu propia vida.
Ya es tarde. Te dejo. Besos.