miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sísifo, Prometeo y Rorschach.

Mañana es una entelequia, una ficción, lo que importa es el deseo, la pulsión presente. Lástima que no sea una noche de sábado donde todo es posible, es un martes de esos que sales a la calle mirando atrás por si alguien deja alguna ventana iluminada como faro para el camino de vuelta.
Voy al cajero para que escupa el dinero de mi última nomina mientras pienso en muertos de hemeroteca donde la belleza se confunde con la verdad.

Me gusta cerrar bares, esas farmacias del alma donde combates toda tu soledad, rodeado de hombres átonos por el reflejo del fondo de su vaso, el tiempo detenido, sin origen, esperando hasta que la madrugada les embosque y haga desaparecer el pequeño misterio de su existencia. Pero hay trincheras llenas de gente como nosotros esperando a llenar el puesto vacío en la barra sin preguntas ni consignas.

Otra noche desesperada, de las que tienes el filo de la navaja apuntando a tus errores como las manecillas del reloj. Es tan absurdo buscar el alumbrado de la vida en los ósculos de las putas o de las doncellas, es más fácil invitar a una ronda a los parroquianos. Necesito gastar mi dinero. Lo que haga falta para olvidar esa nota olvidada en mi camisa, esa caligrafía que pensaba había olvidado, ese cariñoso apelativo que utilizaba conmigo.

Salgo fuera, nadie se da cuenta. Es agradable pasear de noche cuando la resaca aún no existe. Debe de ser más de la una y hace bastante frío. Observo a un par de vagabundos con sus ropas de abrigo agujereadas y sus cartones, alguno no superará esta noche. Me acerco a un viejo que rebusca en la papelera su cena. De pronto un timbre exagerado estropea el ensueño, el viejo me mira atemorizado. Saco el móvil un poco abochornado. Si es Ella tengo que colgar, me lo prometí. No, no es ella, de hecho no sé quién coño es. Lo apago. Cada día que pasa sin llamarme es una pequeña puñalada a mi autoestima.

Recuerdo –error- uno de nuestros últimos polvos, como te rompí las bragas, como había algo de rabia, pocos preliminares, sin romanticismo extemporáneo, penetrándote con fuerza, sexo vertical mientras tu coño se desbordaba. Gritabas, gemías, me utilizabas, me tirabas del pelo y cambiabas de postura. En algún momento nos miramos a los ojos como pidiendo perdón, como si supiéramos que ya no era posible dar más de sí y sin palabras nos mecimos en el sonido de tu piel contra mi piel.
Un mes después te llamé. Suelo ser orgulloso pero te llamé. Sin ningún plan, siguiendo un impulso al que no quiero dar nombre. Y tú, fría, desapasionada, casi anónima. Mierda, fue horrible sentir esa voz.

Fuiste tú quien me preguntaba por Bukowski, yo te relataba como se paseaba por habitaciones de hotel barato alcoholizado y en calzoncillos gritando que era un genio pero que solo lo sabía él, como se dedicaba a follar con putas y a enamorarse de ellas, como conseguía aguantar noches como esta.
Te decía: “dels teus pits neixen poemes”  y tú contestabas “Je vous aimerai jusqu'à ma mort. Je vais essayer de ne pas mourir trop tôt. C'est tout, ce que j'ai à faire.”
Todo era tan mágico cuando me corría en tu boca y te insultaba quedamente.

Salgo y veo en una marquesina a dos jóvenes, quizá demasiado, ilusionados con la mentira. Me alegro, es una fiebre que todos debemos de superar. Se cogen de la mano, se miran sin años de decepciones a sus espaldas, con confianza, hay sueños todavía intactos detrás de esa mirada. Él se acerca un poco más a ella en un gesto de protección cuando paso por delante, roles primigenios. Bonito. Luego todo se echará a perder y ella recuperará el tiempo chupando una polla de media a la semana. En un par de meses hasta el olor habrá desaparecido de su mente, las historias primerizas en la gran ciudad no suelen funcionar. Pero dejemos que disfruten de ese primer momento al mirar debajo de sus ropas, cuando ella sienta ese sabor almizcle y el dolor y el placer se conjuguen a la par. Todo tiene su proceso.

Me alejo. No quiero volver a casa. Solo necesito un poco más de alcohol para superar esta noche. Cojo un taxi, tengo que ir a Madrid, alejarme de este puto pueblo del extrarradio. Voy a Segundo Jazz, hay una jam sessión y el camarero me cae simpático. El típico lugar donde llevas a una mujer: un ambiente encantador, música a la altura. Luego te la follas y ella descubre años después que ni siquiera te gusta el jazz. Para compensar tanto cinismo siempre voy solo.

Atravieso el umbral. Pido mi Absolut Vodka. Intento disfrutar. Pido un segundo. Pasa el tiempo. Antes del tercero la angustia se abre paso. Salgo a la calle, demasiada emoción, demasiada nada en mi interior. Afloran recuerdos asociados a pensamientos de esos que los psiquiatras no aconsejan. “No estuve a la altura” se convierte en un mantra, “cobarde” “fracasado” se añaden en diversas tonalidades de desprecio autocompasivo. Empiezo a boquear, joder… ¿un puto ataque de ansiedad? Empieza a llover, necesito mojarme, necesito revocarme en el barro, me tiro al suelo en medio de la calle.

Alguien se acerca, un impermeable azul, como un trocito de cielo bajo la lluvia me obliga a mirar al frente. ¿Mi salvadora? ¿El destino conspirando? Aturdido, intento incorporarme.
No. Es un transexual, una lumi. Buenas tetas y buena nuez. Me ayuda a levantarme y con una voz sugerente me propone chupármela en un portal por quince euros. Me va a comer los huevos con fruición. Seguro que sabe chuparla mejor que ninguna mujer que haya conocido. Me toca la cara y su aliento me devuelve a la realidad. Le pido disculpas y sigo adelante.
Me he dejado el abrigo en el local. Me da la impresión que todo el mundo se gira a mirarme y decido largarme definitivamente de allí.

El viento se cuela entre los rotos de mi gabán, las mujeres sacan música del asfalto con sus carreras. En Madrid ya es navidad, con todos esos adornos y Papa Noel en los balcones, pero sigue siendo oscura, un enorme almacén abandonado. Sigo mojándome, no sé dónde ir. Tampoco literalmente. Me pongo algo de música, David Lynch…me gusta esta. Son las tres de la madrugada y de pronto una china se convierte en un oasis bajo la lluvia: tres botes de cerveza. Casi la abrazo. Me cruzo con un gato, pequeño, aterido y hambriento. Intento cogerlo, pero no hay cebo. Se mete debajo de un coche… ¿otra víctima más esta noche?

De alguna forma consigo llegar a casa, pongo la estufa y me derrumbo en la cama. Estoy calado y empiezo a tiritar. Aparece de nuevo Él, la imagen de lo que pude haber sido, un Superyó altivo que me mira con desprecio. No dice nada, pero escucho su voz dentro de mi cabeza preguntando “¿por qué?”

Joder, no necesito estas mierdas. Necesito pornografía, la masturbación es una forma eficaz de terminar el día. Empiezo a machacármela, pienso en algunas, en otras y al final en todas. Pero se mezclan las fantasías con los recuerdos. No hay manera. Me deprimo. Cojo el mando y pongo música. Satie, revolquémonos en el declive.
Recuerdo a Manolo, como se ponía en la calle a tocar la guitarra, como llevaba siempre una pequeña libreta donde iba apuntando estrofas, palabras, ¿Dónde se fue toda esa energía, cómo conserva la gente normal esa ambición para levantarse por las mañanas y continuar hacinados en su rutina?

Nos comportamos como si la vida se redujera a esquivar los sueños que antes eran todo, como si ahora fueran charcos profundos que pudieran tragarte por completo. Y cuanto más hábil te vuelves al saltarlos más fácil te resulta olvidarte de ti mismo.
Sísifo, dentro de la mitología griega, hizo enfadar a los dioses. Como castigo, fue condenado a perder la vista y empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, y así indefinidamente.
Es un ejemplo de la completa inutilidad de la vida. Pero Camus no promovía el quietismo o la pasividad ante el absurdo, nos obligaba a aceptarlo como la menos mala de las alternativas –un salto de fe religioso sería la otra- siguiendo adelante en un eterno enfrentamiento. Quizá Sísifo experimenta una breve libertad mientras el peñasco termina de caer y puede disfrutar en la cima unos breves instantes.

Recuerdo cuando tenía la respuesta a todas las grandes preguntas, aquí, a mi lado, en el sonido de tu respiración, dentro de esa mirada que sigue perdurando en las cenizas de todo lo demás.

Good Day Today by David Lynch on Grooveshark

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La literatura es ofrendar memoria.

Hay rupturas sentimentales que tienen la potestad de marcar tus gustos musicales, pero no solo eso, también de provocar secuelas: escuchas ciertas canciones y un nudo en el estómago te escupe la realidad a la cara, sí idiota, ¿Cómo te atreves a dudarlo? Sigues enamorado.

Me desperté con una terrible resaca, ¿era jueves, invierno, de noche? No quería recordar nada, ni donde estaba, ni quien era, solo volver a la inconsciencia. Pero el dolor lacerante de mi cabeza discutiendo de igual a igual con el que provenía de mi pie derecho me obligó a incorporarme.
Me miré en el espejo del cuarto de baño: Mierda. Un cubilete de carne lleno de mierda. Pero a fin de cuentas alguien con cuenta corriente, nómina y medio gramo de cocaína todavía en el bolsillo. Sí, esa era la idea. Ahora una llamada al trabajo. Una mezcla de excusas entre gastroenteritis y el entierro de un familiar lejano y a dormir.

Un toque, dos, tres…una familiar voz de tono uniforme me da los buenos días y me insta amablemente a que diga algo. Y es ahí, en ese momento, cuando me doy cuenta de que estoy completamente mudo. Cuelgo. Bueno, quizás lo de ayer fue excesivo. Farmacia, antibióticos y totalmente rehabilitado en dos días.

Eso fue hace más de dos años.

Al principio parecía una broma de mal gusto, fui a médicos, especialistas. Nadie encontraba explicación. Seis meses después, con un despido de exigua indemnización debajo del brazo, me desviaron a la consulta de psiquiatría. Año y medio de terapia y seguía igual. Incomunicado.

Mis ahorros estaban empezando a peligrar, me había mudado a una habitación con vistas a un bonito patio interior donde vislumbraba bragas xl de sabroso encaje y vecinas derrotadas por la cotidianidad. Llevaba una vida más tranquila, sin mucha compañía, exceptuando visitas extemporáneas de amigos con los que compartía televisión y notitas ya creadas que señalaba con el dedo –el pragmatismo de la comunicación llevado al estadio supremo-, nadie de mi entorno sabía de mi problema, con simples asentimientos podía seguir compartiendo ascensor con mis vecinos, confidencias con cajeros de supermercados, tenderos o simples funcionarios. Incluso podía seguir manteniendo las mismas conversaciones telefónicas con mi familia.

Con las mujeres noté cierto éxito al principio, pensaba que mi extraña mudez convergía en un misterio que las atraía, pero al final comprendí que lo único que les interesaba era tener a alguien que les escuchase sin interrupciones. O quizás entendía mal sus intenciones y querían curar la ausencia de palabras de su príncipe encantado con muchas palabras. Peroratas inmensas.

Lo curioso es que cuando empezaba a interesarme con alguna, cuando creía que la cosa podría funcionar, lo fastidiaba todo hablando en sueños, casi a gritos. Ellas se despertaban enfadadas, sintiéndose víctimas de una gran estafa. Naturalmente todas reaccionaban de forma madura: arrojándome cualquier objeto macizo y puntiagudo que tuvieran a mano mientras me gritaban obscenidades que en otro momento me hubieran puesto cachondo.

Pero como iba diciendo mis pequeñas aventurillas me dejaban insatisfecho, me sentía solo y sí: tenía miedo de quedarme mudo para siempre. O sea que, con cierta sensación de apremio, decidí investigar por internet. Lo primero que encontré fueron varios blogs de gente que le sucedía lo mismo que a mí. Es lo que tiene este medio, cualquier inadaptado puede encontrar su pequeño oasis social. En mi caso personas con problemas psicosomáticos extravagantes. Entré en unos de los grupos. Había casos divertidos como Manuel: era pintor, y se quedó ciego cuando descubrió a su mujer con otro hombre. Vaya, pensaréis, si  todo el mundo fuera tan sensible estaríamos viviendo un “Ensayo sobre la ceguera”, pero hay un detalle más: ella le estaba chupando la polla a su perro, un pastor alemán. Joder, un puto trio.

Y ahí estábamos todos, gente normal que de pronto pierde el sentido del gusto, el del tacto –jodiendo sus relaciones sexuales-, gente que de pronto se volvía daltónica o sinestésica. Unos putos freaks en una torre de Babel virtual. El caso es que ahí conocí a mi querida sordomuda. La primera vez que chateamos cayó sobre mí esa vieja fantasía en la que la libre verborrea sexual campaba a sus anchas sin que ningún mohín ni rencilla posterior pudiera dosificarla. Vamos, patente de corso para decir cualquier burrada que se me antojase en la cama, y yo –en confianza- soy muy proclive a ello.

Solo habíamos hablado a través de chats, la única forma posible de hacerlo dado que ninguno habíamos aprendido a leer los labios y teníamos escasos conocimientos del lenguaje de signos. Desde el principio su historia me resulto extraña. Primero me dijo que había sufrido abusos en la infancia, que enterró esos recuerdos y tuvo una adolescencia bastante promiscua, de las que vas probando de todo y a todos. Y finalmente, en algún momento entre la decimoquinta relación tortuosa y la siguiente, el cerrojo saltó y recordó todo. Pero sonaba demasiado a cuartada. Y claro, ese misterio me embriagaba porque, ¿Qué podría querer ocultar que fuese peor que eso? En el caso de que no fuera todo una paranoia mía claro, cosa que a estas alturas del relato era lo más posible.

Hice ímprobos esfuerzos y al final la convencí para quedar en persona. Era magnifica, no por ser excesivamente guapa, sino por compartir algunos de esos rasgos que normalmente no emocionan, labios demasiado finos, palidez, una apariencia aniñada sin apenas voluptuosidad, pero que al final te van fascinando precisamente por marcar una diferencia con lo que estás acostumbrado a admirar.

Vimos juntos El Piano en versión original. Todos tenemos nuestros fetiches que reverberan desde el pasado consumiendo parte del presente. Eso pensé cuando puso justamente la pista número diecinueve de la banda sonora de Amelie. Me emocioné. Ella, sin saber el motivo exacto, me atravesó con esos ojos oscuros como muros de abismo, con intensidad, acariciándome la cara, quizá para sentir la vibración de mis lágrimas. Y ahí, los dos, en ese silencio acuoso, nos besamos.

Y el sexo era tan intenso como su mirada, era todo y nada, siempre y nunca, sin medias tintas. La muerte y la sorpresa. Una eterna luna de miel en la esclavitud de su cuerpo, un cuerpo donde ahora me perdía buscando ese placer que nunca es inocuo.

Siempre hay dos finales:

En el primero los dos se encuentran y se separan. No hay más insolencia que una mentira cuando se ha compartido a dos voces algo tan sincero. No se puede mantener, los fluidos se secan y solo quedan dos islas sin horizonte, con la misma soledad en la mirada, y con el mismo miedo.

En el segundo esas voces se hacen materia, uno de los dos, o quizá los dos a la vez, dicen las palabras que mueven el mundo, esas palabras que convierten a alguien anónimo en ÉL o ELLA. Esas palabras que detienen el presente en una epifanía de trascendencia y que abren el embozo del dolor y del placer más intenso: Te quiero.

The Promise by Michael Nyman on Grooveshark

domingo, 20 de noviembre de 2011

Algo más que simplemente existir...

Me llamo Cordelia, tengo treinta y dos años y mi hurón ha muerto.

Es curioso cómo funcionan las asociaciones de ideas, recuerdo ahora como perdí la virginidad, como me atenazó en ese momento el mismo sentimiento de vacío, de insensibilidad. Tenía veinticinco años y quizás por miedo o más bien por orgullo, porque la persona que quería no tenía ni siquiera interés en mí, esperé. Hasta que apareció otro, otra relación turbulenta. Pero esta vez cedí, me acerqué a su casa y me folló. Sin velas, sin demasiado cariño, simplemente me puso encima de la cama a cuatro patas, me bajó las bragas y me folló. Y luego, con aire displicente, me pidió que me fuera.

Hay lágrimas que nunca caen, no por una tregua mal entendida, sino porque el dolor queda encapsulado dentro de ti. Sentía que me lo merecía, que en el fondo era lo correcto. Quitar importancia a los hechos. Y claro: seguí con él. Yo le escupía algún te quiero, y él me follaba mirando el reloj.

Cuando le dejé, después de año y medio, todavía extraviada en esa mezcla de obsesión y dependencia que es el amor, ya empecé a darme cuenta que algo dentro de mí no iba bien. Pero aún me sentía joven: me mudé de provincia, compré una casa, intenté moverme entre el escarceo sexual y la mentira.

Y ahora, mientras sollozo estúpidamente por este animal inútil, fétido, que se parapetaba detrás de su jaula sin apenas prestarme atención, me doy cuenta de lo sola que estoy. Pienso en llamar a alguien, pero es de madrugada. Me intento convencer que simplemente es una crisis ridícula, que tengo que mantener mi impostura de mujer dura y descastada, pero en el fondo sé que no tengo a nadie, ni siquiera mi familia, a la que tenga el valor de despertar. Me ahogo en este piso, tengo una bola de bilis y angustia florando en el estómago. Me asusto. Cojo el teléfono y marco ocho dígitos, mis dedos revolotean sobre el noveno y al final cuelgo.

Me conecto a internet, leo algunos blogs. Echo de menos al tal Rorschach, hace tiempo que no escribe nada, una vez superas su grandilocuencia infantil tiene algún destello escabroso que humedece mi alma. Le dejo otro mensaje. Sería gracioso vivir cerca y ni siquiera saberlo.

No puedo seguir en casa, cojo al hurón del congelador, tenemos que salir de aquí los dos. Se me ocurre subir a la azotea y arrojarlo desde allí. O quizás arrojarme yo misma. Vivo en una tregua permanente con este sentimiento, a veces me pienso subida a la cornisa, cerrando los ojos, mi mente haciendo un amago extraño superponiendo estampas de un futuro que prefiero no vivir. Y un instante después cayendo. Sin sonido.

Salgo y llamo al ascensor. Mierda, otra vez: no funciona. Vivo en un quinto, podría subir los otros siete pisos andando. Resoplo. Empiezo a subir escaleras. A pesar de las horas puedo vislumbrar algo de vida tras las puertas de mis vecinos, les escucho gritar, gemir –o su apocope en forma de golpecitos contra la pared-, un bebe llorando, teletienda en el televisor, videojuegos de guerra. Tan sola y tan acompañada. Por fin llego hasta la puerta azul metálica que da paso al tejado. Esta entreabierta, genial, seguro que mi imagen en camisón con un cadáver congelado en las manos causa furor en las reuniones de vecinos.

Suspiro -debo de suspirar más de cien veces al día-, y empujo la puerta. Sólo hay una persona, ni siquiera le conozco, cosa por otra parte normal. Es un tipo alto, delgado, con pinta de intelectual desaliñado. No parece peligroso, más bien indefenso ahí plantado, fumando un cigarro mientras mira a lontananza. Se gira sorprendido, supongo que él tampoco quería compañía

 (…)

Esta amaneciendo, Me siento feliz. Ha sido una noche inolvidable. Intensa. Más intensa que cualquier cosa que haya sentido hasta entonces. No puede haber sido una simple casualidad que el ascensor dejase de funcionar y él decidiera salir a la azotea a respirar, que nos hayamos encontrado precisamente ahora. No puede ser casualidad que hayamos derretido esa fina e indistinguible capa de hielo que nos recubre en apenas unas horas de confidencias y abrazos. Le miro y es como vivir un presente superlativo en el que todo se detiene y cobra entidad, contorno. Ni siquiera se ha dado cuenta del efecto que me ha causado, de cómo me ha conquistado sin apenas esfuerzo, con esa mezcla de fragilidad y fatalismo que tanto me conmueve.

Quiero hacer las cosas despacio, me despido con un travieso beso en la comisura de sus labios y una sonrisa. Me giro antes de traspasar la puerta metálica y una punzada de decepción me traspasa cuando veo que se ha dado la vuelta y ya no me mira.
Da igual, soy feliz. Es él. Sin duda. Bajo los escalones de tres en tres, paso delante de mi puerta y decido que voy a comprar el desayuno fuera, sonrío al recordar el final del pobre hurón entre la elegía humorística y el panegírico. Llego exhausta al vestíbulo. Me paro un instante delante del portal del edificio, sin salir. Cierro los ojos. Me pienso. De pronto ese golpe brutal, un sonido de aplastamiento. Se escuchan gritos y veo pasar a varias personas corriendo como sombras. Dejo de respirar. 
A la vez, detrás, algo hace contacto y el ascensor empieza a funcionar.

La vida sigue girando.

Love Me to the End by Deine Lakaien on Grooveshark

miércoles, 16 de noviembre de 2011

23 de diciembre

Me comenta Celia que sigo enamorado del desamor porque quiero…que no solo es cuestión de tiempo superarlo. Pero Proust tardó quinientas cincuenta y siete páginas en soltar aquello de "¡Y pensar que he desperdiciado años enteros de mi vida, que he querido morirme, que he sentido el amor más grande por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!".


Supongo que sigo engarzado en carencias infantiles, miedos inconfesables, en cielos azules que para mí son solo aire y vacío. En noches sin pretensiones, dedicándome a guardar en ámbar entradas de sentimientos caducados ya por definición pero que, atrapados en estos muros de cristal, se vuelven inmortales tiranos de una vida echada a perder.
Supongo que escribiría un millón de páginas y en ninguna osaría decir algo parecido.

También me dice que dado que no soy capaz de mostrarme tal y como soy aquí salga al exterior. El exterior…como si fuera tan fácil, la última vez…

La última vez que salí fue el viernes pasado, estaba por la zona de Tribunal buscando desesperadamente una cerveza –benditos chinos- cuando sufrí el asalto de unos fieles que salían de dar unas misas vespertinas de la iglesia de la zona –eran las tres de la madrugada por lo menos. Me fijé en una chica que avanzaba enmascarando unos trípticos con su sonrisa beatificadora. Era una mujer después de todo, quizás con el himen todavía intacto (risas). Conseguí la cerveza mientras ella intentaba explicarme sus milongas. Medio bostezando le confesé mi absoluta falta de fe. Parecía santiguarse con el movimiento de sus pestañas. Divagaba.

Le pregunté como había conseguido su fe. Me dijo que se había reafirmado en ella cuando encontró un trabajo en infojobs de auxiliar administrativo. Coño, dije, eso es un milagro y lo demás tonterías. De pronto antes de preguntarla si lo que le hacía especial entre los demás creyentes en paro era su completa entrega a evangelizar ateos y llevarlos a su casa apareció él. Era un ser tremendamente inquietante, no porque se pareciera al protagonista de The Human Centipede 2, sino por el añadido de llevar una pequeña cruz de oro prendida en un horrendo jersey verde. Sentía grima por las cruces desde que era pequeño y mi abuela me obligaba a rezar en su habitación delante de un enorme crucifijo…o quizá fue porque perdí la virginidad en esa habitación, no lo sé. Estaba intentando divagar sin solvencia sobre Unamuno cuando me empezaron a rodear.

La borrachera se me estaba pasando. Grite asustado –lo reconozco- que quería seguir el ejemplo de Cristo cortándome las venas o provocando una explosión nuclear que impidiera la transmutación de mi alma, dado que Él, ese gran ser de luz, era para mí un ejemplo a seguir, el suicida más famoso de todos los tiempos, sabiendo todo lo que iba a pasar y sin embargo dejándose apresar y traicionar.

Abrieron su círculo mortal y pude escapar. Simular locura a veces puede salvarte, recordarlo mis pequeños padawans. Miré a mí alrededor: había fieles por todas partes, arrojando sus trípticos y sus ideas a diestro y siniestro, cogiendo a gente alcoholizada, indefensa e intentando comerles el cerebro como si de un ataque zombi camuflado se tratara. Busqué a mi amigo con la mirada, ese maldito cabrón que me había dejado solo.
Al fin le localicé: también estaba fuera de control, subido a un banco y soltando proclamas ante los cuchicheos de borrachos y fieles…

Israel: ¡Idiotas, ilusos!, no os dais cuenta de la gran mentira, Jesús nunca existió, los textos de Tácito y Flavio Josefo, que algunos sacáis a relucir como "pruebas", se sabe desde hace mucho tiempo que fueron manipulados y falsificados, que contienen interpolaciones. Vuestro falso profeta no dejo ninguna huella arqueológica, nada escrito, ¿es posible que una veintena de historiadores romanos hiciera caso omiso de sus milagros, de su vida y muerte? Sólo contáis con fuentes cristianas, parciales. Por favor, si hasta el puñetero Santo Sudario de Turín se ha demostrado que es una falsificación del siglo XIV. Y sí, cabrones: ¡¡¡follo con condón!!!!

En ese momento una lluvia de piedras, trozos de pizza y latas de cerveza son arrojados hacía él entre gritos de hereje y blasfemo y cosas más pecaminosas. Tenemos que salir corriendo de allí. Unos minutos después, desfallecidos por el inacostumbrado esfuerzo físico nos tiramos al suelo.
Rorschach: Joder con los creyentes, un poco más y te linchan.
Israel: Es tan absurdo como el antisemitismo cristiano que había antes del nazismo, teniendo en cuenta que el tal Jesús, de existir, era judío.
Rorschach: No sé muchacho, hasta mi cinismo tiene un límite, es duro pensar que tanta repercusión histórica haya nacido de la nada.
Israel: No estoy en posesión de la verdad absoluta, pero ya sabes, una mentira mil veces repetida…
Rorschach: Bueno, otra noche con grandes preguntas sin respuesta. Necesito una cerveza y un coño –miro en mi bolsillo en busca de monedas-, no se puede tener todo. Vamos a buscar un chino…
Israel: Vamos…

Selling Jesus by Skunk Anansie on Grooveshark

lunes, 14 de noviembre de 2011

25 de noviembre.

Nick Drake murió el 25 de noviembre de1974 a los 26 años, como resultado de una sobredosis de antidepresivos. Nunca se llegó a confirmar si fue un accidente o un suicidio. Lo cierto es que padecía depresión e insomnio. Editó tres álbumes sin éxito. El ultimo “Pink Moon” lo grabó en dos noches sin más acompañamiento que su guitarra y unos escuetos arreglos de piano. Sin florituras. Dejó la cinta master al recepcionista de su discográfica y fue encontrada varios días después. Naturalmente vendió menos que los anteriores. Si queréis saber más.

Pero seamos realistas, esto de idealizar biografías o edulcorar mitos no es lo mío, no es real, el señor Drake fue un cobarde, no tiene que ver la sensibilidad con el miedo, la falta de fortaleza mental con la injusticia del ostracismo, mezcló su adicción al hachís con antidepresivos, no intento vender su música, vivificarla en los conciertos porque se dejó vencer por su timidez crónica y su frustración, nunca llegó a intimar con una mujer en la alcoba. Y claro que se suicidó, tuvo una crisis nerviosa dos años antes, estuvo internado cinco semanas en un centro psiquiátrico. Estaba enterrado en su depresión, cuatro meses antes de morir entró al estudio a grabar nuevas canciones y era incapaz de tocar la guitarra y cantar a la vez.

Una vez regalé un libro de poesía de Bukowski a una mujer para impresionarla. Su comentario días después fue que Bukowski era un fracasado, se había convertido en un outsider porque nadie le aceptaba, no por creencias propias, escribía desde la letrina, inventado una biografía aderezada de putas y resacas cuando realmente sus años de juventud habían sido de infelicidad y aislamiento. Le di la razón y pasé a otro tema: no había comprendido nada.
No había entendido que lo importante era la sublimación de su arte, la capacidad para transformar toda esa miseria, esos modales de penitenciaría, ese sutil resentimiento hacía las mujeres, ese alcoholismo gañan e indecoroso en algo que nos emocionase, y al proveernos de esa emoción se redimía sin consecuencias.

No fue su muerte lo que revitalizó la figura de Nick Drake: fue el tiempo, jurado perfecto para el arte, el que poco a poco le ha encumbrado. Sin apenas novedades en treinta años, solo un box set y un disco con cuatro canciones nuevas, se ha producido un movimiento pendular de buen gusto. Pink Moon son treinta minutos de poesía, de otoños crepusculares, de días amarillos y suerte echada, de amores en ruina que crujen bajo tus pies. Y emociona. No es una biografía, ni una imagen en tu camisa, ni un ejemplo. Es arte, el único legado real, aparte del genético, que da sentido al vacío, a la náusea, a la falta de fe. Es, junto al sexo, la única forma de comunión real con los demás, de romper las barreras de la piel de nuestra isla y lograr algo de empatía espiritual.

Ahora vemos como las vocaciones fracasan, como se pervierte la educación, la sanidad, la política. Ser creativo significa vender más, crear al consumidor antes que al producto. Las marcas como tatuajes cerebrales. Pero tenemos una oportunidad cuando al menos nos planteamos la NECESIDAD de crear. Puedes fracasar…seguramente estamos fracasando en este momento, continuamente. Por ello es tan valioso valorar, por encima de todo, quienes a pesar de si mismos, logran llevarnos al otro lado.

Place to Be by Nick Drake on Grooveshark

domingo, 13 de noviembre de 2011

Insomnio y chorrada.

Un día después de mi cumpleaños soy la viva imagen del fracaso, haciendo sudokus en el trabajo, con una monumental resaca que me grita al oído lo mayor que soy mientras un votante convencido del PP me cuenta su historia: el móvil se llama a si mismo, ha reunido a su familia para observarlo, ahí, encima de la mesa, como vibra, como funciona con autonomía. Y encima nosotros, puta empresa de mierda, le queremos hacer pagar esas llamadas.

Le respondo que es una alegoría de su voto, estúpido e inútil como esta conversación. Me pide mi nombre, le digo que soy Rajoy y le cuelgo. Hay treinta llamadas en espera, y este sudoku se está riendo de mí. Le pido una goma a mi coordinador y guiño un ojo a mis excelsas amigas de reclamaciones. De momento estoy a salvo, ¿a salvo de qué? De tener fe en algo, claro.


Me felicitó una persona que no esperaba. Alguien especial. Ella. Parece una tontería pero creo que solo por eso estuvo a la altura de mi literatura, aunque luego la busque en el público de un concierto y sea infeliz porque no me sienta a la altura. Me sigue emocionando pensarla. Coloreó mi vida durante un tiempo. Joder, puede que todavía la quiera. Un momento de debilidad.

El resto de felicitaciones, personas que en el fondo no me conocen, solo me leen y me intuyen, ha sido genial. Pero ha habido una ausencia que reconozco que me ha dejado un sabor agridulce. Alguien a quien he disculpado desplantes comprendiendo que no estaba en su mejor momento, esforzándome para que siguiera en mi vida. Alguien con el que he tenido un trato diario y que de pronto no es capaz, a sabiendas de que era importante, de mandarme un simple mensaje. Y el contraste sin paliativos es tal que su egoísmo es más hiriente si cabe. Otro momento de debilidad.

Me han regalado un libro con la siguiente dedicatoria “La paloma al sentir la resistencia del aire, sueña que sin ella volaría más deprisa. No repara, que sin aire, no podría siquiera volar” Kant. Aunque la frase de Joaquín Monegro también suena bien “Pude quererte, debí quererte, que habría sido mi salvación, y no te quise” No busquéis relación con lo anterior, simplemente me gusta divagar.

One of These Things First by Nick Drake on Grooveshark

viernes, 11 de noviembre de 2011

Elige un sitio, dibuja una equis y dame un beso antes de dejarme caer

Escanciaba en sueños palabras calientes en huecos imposibles de llenar cuando un dolor oscuro y resentido me ha despertado. El apocalipsis atávico se abrió paso por mi conciencia cuando descubrí que mi entrepierna estaba anormalmente hinchada. La bestia purpura me dolía en toda su plenitud: enorme, venosa, clamando con vigor que la empuñara como un estoque y acabase con esas dolorosas palpitaciones. Pero no era capaz de rozarme sin que el dolor se recrudeciera.

Impresionado por este rebrote de virilidad que apuntaba inalterable hacía delante comprendí en cierta medida porque mis amantes obviaban tan rápidamente mis taras después del sexo. Pero sin ninguna oquedad complaciente cerca esta mezcla de infección y priapismo no era la mejor forma de empezar el día. Fui a la cocina, me coloqué en la zona una bolsa de hielo–que empezó a deshacerse entre volutas de vapor- y mientras me masajeaba distraídamente los huevos comencé a buscar información por internet.

Minutos después apagué el ordenador asustado: balanitis, sífilis… ¡pero era imposible! ¡Hacía más de un año que no me bajaba los pantalones delante de una mujer! Y precisamente hoy, cuando por fin había conseguido quedar con Ana María Del Lupanar, una compañera de trabajo que tras el último fracaso sentimental estaba en ese perfecto estado anímico de falta de autoestima y gran receptividad. Solo necesitaba aderezar la velada con algo de vino y grandes muestras de empatía y por fin podría…
Mierda, tenía que solucionar esto cuanto antes, era el momento de hablar directamente con el culpable, la bestia purpura: Manolín.

Rorschach: A ver Manolín, ¿qué cojones te sucede? Siempre estas incordiando, que si duras poco, que si duras mucho, que si te pones en huelga…
Manolín: Soy un romántico, no me gusta esa chica que vas a ver, prefiero a nuestra ex.
Rorschach: Joder Manolín, que ya tendrías que haber superado eso, lo dejamos hace dos años…
Manolín: Fue una estupidez por tu parte, esa mujer tenía un don con la boca, sabía como tocarme en cada momento, era mi alma gemela. Nunca podré olvidarla.
Rorschach: Te dejas llevar por la nostalgia, recuerda que a veces se quejaba de ti, decía que le hacías daño, apenas pudimos disfrutar de su culo. En serio, tienes que pasar página, por los dos.
Manolín: Puede que tengas razón, pero de todas formas esto no es un antojo mío. Debe de ser consecuencia de aquella juerga de hace un par de semanas en la que te pusiste tan borracho.
Rorschach: ¡¿Cómo?! No fastidies, ¿he follado y no lo recuerdo?
Manolín: Compréndelo, no quería dejarte en mal lugar. Además la chica me gustaba, había mucha ira en ella.
Rorschach: No te pongas en plan Jedi, ¿no usaste condón, qué coño pasó? ¿Cómo vamos a solucionar esto?
Manolín: Ya sabes que los condones me ahogan, además la tía parecía de fiar. Pero eso sí, al médico no voy, paso de que me toque un viejo baboso.
Rorschach: Pero Manolín…
Manolín: Ni Manolín ni ostias, aquí se hace lo que yo diga. De momento consigue más hielo. Luego llamas a esa chica y cancelas todo. Me irrita observar como desgastas tus nudillos llamando a las puertas equivocadas. Localiza a nuestra ex, ya sabes que siempre ha funcionado de oído, y suéltale algunas de tus pamplinas pseudo románticas estilo: “Echo de menos ser inmortal en un presente habitado sólo por ti” Quedamos después con ella y nos la follamos…
Rorschach: Pero Manolín, no te obsesiones, así no podemos follar, es doloroso, además podemos contagiarle algo, ¿no te das cuenta de qué…
Manolín: ¡Qué te calles ya, joder!… ¿tú eres un hombre o una nena llorona? Es una puta pregunta retórica, no abras la boca. Escúchame: el corazón de una mujer se conquista a través de su coño, es una axioma hormonal, si me dejases tomar las decisiones a mí más a menudo las cosas nos irían mucho mejor. Ahora haz esas llamadas y deja de decepcionarme. Del resto me encargo yo...
Rorschach: Está bien, como quieras, me duele demasiado la cabeza para discutir. Hagámoslo a tu manera.
Manolín: “…And not the words of one who kneels. The record shows I took the blows. And did it my way”

Northern Sky by Nick Drake on Grooveshark

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Gatos y Chorradas.

Como perogrullada inicial comentaré que puedes amaestrar a la felicidad gracias a la gente que te rodea. A veces por ceguera o estupidez insistimos en mantener cerca a gente tóxica, mezquina. Y en nuestra cartografía social se entrecruzan las necesidades, agendas repletas de misterios de una época ya olvidada, de teléfonos que no nos atrevemos a marcar, gente a la que no devolvemos las llamadas y otra a la que siempre dejamos mensajes en el contestador. Sin embargo hay veces que recibimos una llamada o un abrazo inesperado y la soledad que nos define se retira brevemente con una mirada de desdén.

Había quedado con mi amigo Juan, el primero en dedicarme algo de su tiempo esta semana. Felicitaciones por adelantado y dos regalos, no me puedo quejar. El caso es que de pronto me he acordado de X. Llevaba unas semanas con la idea de llamarle, sabía que de otra forma no sabría nada de él. Pero el señor X es una de las mejores personas que conozco, cuando estuve este verano en su casa soportó estoicamente mis paranoias y lloros y ya solo por eso se merece que intente mantener el contacto. Dejando aparte la convivencia de tres años en los cuales no llegamos a discutir en ningún momento a pesar de que le di alguna razón para hacerlo. En estas dos o tres ocasiones en las que intercambiamos lamentos siempre le digo que un navarro es Barcelona es una mala idea, y le insisto con la idea de que venga a vivir unos meses conmigo a Madrid, que será mucho más feliz. Pero es un cobarde y solo se mueve por inercia.

Esta vez me ha contado que sigue sobreviviendo con sus sesiones de fotos y sus ingresos de istockphoto. Lo del diseño gráfico lo tiene aparcado. Ahora se va a mudar de Sant Andreu a casa de sus padres en Calafell, sitio aislado donde los haya. Sigue en paro, desidioso, con una vida social monopolizada por sus modelos a través del facebook. Cada uno se crea su propio infierno, X cuida de sus bonsáis con una delicadeza que os emocionaría, y sin embargo busca quimeras entre modelos diez años más joven que él que solo le utilizan como paño de lágrimas. Pero es algo inconsciente, hace diez años le destrozaron el corazón, no sé si era la primera vez que se enamoraba, pero desde luego fue decisivo, a partir de ahí se resignó a una historia triste, a ir de puntillas por la vida, sin percatarse que así solo se consigue sufrir más. No puedo decirle nada porque hay que juzgar con el ejemplo.

A pesar de las penurias comunes siempre me alegra hablar con él y me queda la sensación interior, antes de que el tiempo y la distancia hagan su juego de manos, que hay una línea inalterable entre mis recuerdos y nuestro presente y que es alguien con quien puedo contar. Siempre es mejor esto, aunque esté equivocado, que un contestador que no devuelve tus llamadas.

House of the Rising Sun by The Animals on Grooveshark

domingo, 6 de noviembre de 2011

¿Sientes tus huellas en mis palabras? Tienen el color de tu ausencia.

La próxima semana cumplo años, dejo a Cristo pudrirse en su fosa común y avanzo un escalón más. Como apunto en prácticamente todos los post el miedo es la antítesis de la felicidad, y la supervivencia a una vida distópica es el escapismo.

La música restaña el presente cuando rechazo salir con unas compañeras de juerga para regurgitar mi pasividad solo en casa. Soy un ser incompleto que merece el sacrificio por pura piedad, para evitar esa falta de rima que proyecta mi imagen cuando huyo. De todas formas hay varias formas de disfrutar del arte, una es informándote, tomándote tu tiempo, con disciplina. Otra es superficialmente, abarcando más pero sin puntear los detalles.

Cumplir años es ante todo levantarte con resacas cada vez más jodidas. Hace años intentaba evitar que los temblores me separaran de mi amiga la botella sin saber que era exactamente la resaca, ¿dolor de cabeza? Algo desconocido. Ahora bebo una botella de vino y tengo que tragar unas aspirinas en la ducha mientras el mundo se pudre dentro de mi cabeza.

El hecho de que una idea tan absurda como intentar unir lo efímero de una pasión irracional con un contrato social (matrimonial) –hablo del amor romántico- haya resistido tres siglos es una muestra bastante clara de lo jodidos que estamos; no se trata simplemente de retroalimentación cultural –música, películas, novelas- es producto de la falta de fe, la desorientación de estar empaquetados, como trozos de carne caducada, en un supermercado con la música demasiado alta, es el aislamiento, la eterna desconfianza que provoca la ciudad.

Queremos sentir algo, sufrir esa metafísica genital que transciende el sexo e implica poseer y ser desposeído.

Let’s Roll Just Like We Used To by Kasabian on Grooveshark

jueves, 3 de noviembre de 2011

El amor eterno siempre se acaba, y cuanto más eterno más temprano.

Aporrean la puerta. Miro por la mirilla: es Erik, mi vecino del bloque de enfrente. El cabrón está haciendo demasiado ruido. Va con una ristra de cervezas y sus pintas de indigente habituales. Le abro, que remedio.
Rorschach: Coño Erik, tranquilo. ¿Cómo te trata la vida, en que andas metido esta vez?
Erik: Rors, hola. Bien, ya sabes lo de siempre. Y hace el gesto de llevarse una cerveza a la boca.
Pasamos al salón y nos abrimos un par de latas. Siempre le he tenido un cariño especial. Es un tipo duro, como un ateo ante la muerte, enfrentándose a la vida sin ninguna aspiración, sin planes ni proyectos. Simplemente bebiéndosela a pequeños sorbos en la placita con sus amigos yonquis. La inacción como antítesis del fracaso. Y del éxito claro.
Hacía meses que no le veía. Me hace un par de chistes sobre la última mujer con la que ha estado y nos reímos con ganas.
Erik: ¿Sabes qué? He vuelto a soñar con mi abuela. Supongo que el puto día de los difuntos ha tenido que ver, pero estoy melancólico… ¿te he hablado de ella alguna vez?
Pregunta trampa claro, el mamón quiere poner a prueba nuestra amistad actuando como un personaje de la Sombra Del Viento.
Rorschach: La verdad es que no…pero vamos, ya que traes cerveza estaré encantado de escuchar una buena historia…
Erik: Buena, no sabría decirte sí es de las buenas. Aunque todo tiene un peaje, tengo que remontarme a la guerra de Cuba, en 1898 cuando perdimos nuestras últimas colonias…


“Mi bisabuela María nació en el cambio de siglo, fue una mujer valiente y pionera en su época. Se le tenía un ferviente respeto en este pueblo, no solo por sus contactos con los Marqueses de Aldama, sino también por su implicación política durante la guerra civil: participo como intermediaria en uno de los envíos de oro y niños a Moscú y también estuvo en contubernio con un médico de la capital para desfigurar a algún cenetista y ayudarle así a cruzar la frontera. Fue madre soltera en 1922, llamó a la niña María: mi abuela.

Hubo sombras y luces en esa primera etapa de la vida de mi abuela María. Por un lado fue criada junto a las hijas de los marqueses, con la guerra pasando de soslayo y sin problemas económicos. Pero quien se encargó directamente de su educación fue su abuela materna, de carácter agrio y dictatorial. Con la adolescencia se transformó en una muchacha hermosa y altiva que hacía girar las miradas, con unos hermosos ojos grises, alta, de fuerte carácter y gran inteligencia. Sin embargo se sentía, por la moral de la época, tremendamente acomplejada por no tener apellidos paternos. Era feliz a pesar de todo hasta que acaecieron dos sucesos que trastornaron su vida por completo.

El primero fue la aparición, cuando ya tenía veinticinco años, de Tomás. Era un hombre guapo, con empaque y buena planta, tenía varios negocios en la ciudad y una fama de vividor y cosmopolita a la altura de su sonrisa. Mi abuela se enamoró irremediablemente. Se entregó a esa emoción con brutalidad y tuvieron varios encuentros.
Mi bisabuela cuando se percató de lo que sucedía cortó de raíz el asunto. Le prohibió verle más y concertó un matrimonio de conveniencia con mi abuelo Gabriel. Gabriel era un buen hombre, de pueblo, sencillo, incapaz de decir una palabra más alta que otra, enamorado de sus vacas. Mi abuela se tragó la bilis y se resignó, no fue capaz de enfrentarse a su madre, por cobardía o por no contar con la connivencia expresa de Tomás, nunca lo sabremos.

Mis abuelos se casaron ese mismo año, un bodorrio de tres días. Desgraciadamente al año siguiente, estando mi abuela embarazada ya de su primer hijo, su madre enfermó de cáncer. A pesar de toda la cohorte de médicos que vinieron de Barcelona no se pudo hacer nada y murió pocos meses después con apenas cuarenta y ocho años. Esta muerte le afecto irremediablemente. Hasta ese momento gracias a ella había tenido una vida de lujo, pero a partir de entonces tuvo que empezar a trabajar en una vaquería. Tuvo dos hijos más en los años siguientes que le hicieron perder su esbelta figura, y aunque mi abuelo intentó ser lo más servicial y atento posible, nunca pudo doblegar esa amargura que producía en ella la nostalgia de lo no vivido, las entelequias de su juventud.

Tengo que pedir perdón. Me doy cuenta de que intento justificar el comportamiento que vino después en base a su biografía. Pero es injusto, es estúpido e irreal. Mi abuela, desgraciadamente para ella y para la gente que la rodeaba, estaba desequilibrada. Hay cosas que no es necesario comprender, solo es posible escucharlas sin moraleja.

Tuvo una relación toxica con sus tres hijos y su marido, pero con la que fue más despiadada fue con mi madre. Se habla muchas veces de las turbulentas relaciones entre madres e hijas pero en este caso lo que viví no fue envidia, rivalidad o falta de cariño: fue odio. Un odio visceral e incomprensible.
Mi madre fue tratada como Tita -de la novela de Laura Esquivel- como si su mera existencia se basara en la obligación de cuidar a su madre, trabajar y nada más. Era tan asfixiante la situación que con dieciocho años se casó y se fue de casa. Aún conservo las fotos de boda: ahí aparece mi abuelo sonriente, bonachón, y mi abuela con cara de perro, obligada por las circunstancias y por un cura que se extralimito en sus funciones y fue a buscarla a casa, porque se negaba a acudir a la iglesia. A pesar de la celeridad hubo amor en este matrimonio. Pero cuando mi madre se quedó embarazada ya no estaba enamorada de mi padre. Tenía veinticinco años, corría el año 1977 cuando decidió que prefería ser madre soltera a vivir una vida regalada de ama de casa. Y se separó. Así de simple. Comenzó un acceso a la universidad para estudiar enfermería, tenía un trabajo en Madrid y las cosas iban relativamente bien, ¿Qué podía fallar? La familia…

Mi abuelo tuvo una trombosis  y quedo incapacitado. Necesitaba asistencia diaria para todo. Mis dos tíos no se hicieron cargo por omisión o incapacidad. Y le toco a ella trasegar con la situación. Dejó los estudios y se hizo cargo de un bar, un negocio familiar que a partir de ese momento le consumió la vida los siguientes diez años. Nunca se lo agradecieron, al revés, la explotaron todo lo que pudieron y más. Pero hubo algo peor: yo me quede al cuidado de mi abuela.

Yo amaba a mi abuela. Tenía cinco años y ella era mi madre, porque a la mía propia nunca la veía. Nunca estuvo ahí para explicarme que mi abuelo estaba enfermo. Parece una estupidez, pero con mi edad simplemente daba por hecho que él era así, que había que limpiarle, cambiarle los pañales, que más tarde habría que afeitarle, o darle la comida, que había que empujarle para que no arrastrara los pies. Nadie me explico tampoco porque mi abuela se comportaba así, cuál era el motivo para pasar del grito, al llanto, porque hablaba sola. Porque llamaba puta a mi madre, o lesbiana, o mala persona. Son cosas que observas, como una película en la televisión. Pero una película que se repite a diario.
De mi infancia tengo una sensación de extrañeza pero también de felicidad, me consta que mi abuela me adoraba. Pero cuando me fui haciendo mayor siguió con su chantaje emocional, como si fuera necesario que eligiera entre ella y mi madre, cuando tenía la batalla ganada de antemano. Me hacía sentir mal, porque aunque no entendiera el sacrificio que estaba haciendo mi madre, aunque no compartía su tiempo conmigo, había un sentimiento inalterable de lealtad hacía ella. Hubo más situaciones surrealistas aparejadas a otras personas, como mi padre. No viene al caso.

Mi abuelo murió, y un año después, cuando tenía quince años, mi abuela se fue con uno de mis tíos a vivir fuera de Madrid. Me quedé a vivir en su casa de renta antigua. Mi madre me pasaba algo de dinero para aliviar su conciencia, enajenada en sus proyectos de trabajo, acostumbrada a no tener un hijo del que ocuparse. Dejé los estudios. Tenía dinero, libertad y una absoluta incapacidad de decisión. Pero esa es otra historia, no nos desviemos: cinco años después mi abuela volvió. Enfermó. La cuidamos mi madre y yo, y finalmente, tres años después, murió en una cama de hospital.

Me gustaría contar que todo fue aséptico, que mi abuela recapacito y no siguió comportándose como una ingrata con mi madre. Que aprovechamos la oportunidad.
Pero no fue así. Era incapaz de comprender porque mi madre quería cuidarla, como estaba tan abducida por esa búsqueda de amor imposible. Y me nombré juez y jurado, no por mi mí, sino porque la situación me repugnaba, porque no era justo pagar ese cariño incondicional con desprecio. Con chantaje emocional. Y le declare una guerra abierta durante esos años, con la estupidez y la soberbia de un adolescente. Me insensibilice. Porque eso era más sencillo que comprender que mi abuela era una mujer enferma, que solo sabía comprar el cariño con dinero.

Y eso fue lo que conseguimos: cicatrices en el alma. Cuando la última semana fui a verla al hospital se estaba muriendo. Mis últimas palabras no fueron de aprecio. Fueron frías, de escarcha. No recuerdo siquiera si llegué a darle un beso. Murió dos días después. Todas mis energías las volqué en no llorar, como si significara algo, como si ese gesto fuera alguna clase de victoria. Solo tuve dos momentos de debilidad: cuando vi su cuerpo hinchado, irreconocible en el tanatorio, y cuando sacaron su ataúd en hombros. Alguien me dio el pésame pero solo tenía ganas de vomitar. Cuando volvimos del cementerio, una vecina, amiga de mi abuela de toda la vida, empezó a increpar a mi madre por no haberla avisado a tiempo del entierro. Ella se derrumbó echándose a llorar desconsoladamente mientras la vecina se disculpaba entre lágrimas, atragantándose por la pena. En ese momento sentí un odio ardiente por todos…”

Erik se interrumpe: está llorando. Miro hacía la ventana…ya ha oscurecido. Me levanto un momento con la excusa de coger más cervezas de la nevera. Me entretengo en la cocina dándole tiempo a recuperarse. No somos mujeres, tenemos nuestros propios códigos de conducta.
Hay circunstancias que solo cura el silencio, el tiempo, la distancia. Pero hay otras que siempre se quedan ahí, impidiéndote avanzar. Lo único que puedes hacer es levantarte, mirarlas de frente y abrazarlas. Ya forman parte de ti.

Caminito by CD 9 on Grooveshark

martes, 1 de noviembre de 2011

Náufragos en un mar de mierda.

Soy un decadente, un puto desclasado, no tengo ni idea de política. Solo divago, que de momento es relativamente gratuito.
Y es que realmente la culpa no es de la falta de competencia o carisma de nuestros políticos. Aunque guardo un ferviente rencor a Zapatero por mentirme descaradamente, por tratarme como si fuera un niño pequeño al que hay que negar la verdad distrayéndole con cheques y grandes dosis de marketing incompetente, no ha dejado de ser al final un pobre idealista. Los de derechas lo tienen todo más claro, parecen inteligentes, quizás más acostumbrados a la realidad del poder. Pero esta crisis no solo afecta a nuestros políticos, sino también a Sarkozy, Angela Merkel y llega hasta nuestro querido Obama, premio nobel de la paz. Todos sin excepción domeñados a nivel mundial por los poderes facticos de los mercados. Intentando trasegar con una crisis que, desgraciadamente, se permutará eternamente en otras diferentes, porque es producto de un modelo inverosímil de crecimiento perpetuo, un disparate que nos obliga a consumir dinero que ni siquiera existe.

Rajoy –que no suele hablar mucho para mantener débilmente la duda de su estupidez congénita-, después de presentarse por tercera vez, ganará las elecciones. Puede hacerlo con mayoría absoluta o aliarse con algún grupo nacionalista que, después de unos privilegios desproporcionados, le permita gobernar con normalidad. ¿Alguien conoce cual el su programa electoral? De nuevo escamoteando información, total ¿Qué importa? ¿Acaso nos justifican algo de lo que está sucediendo? No. Los medios de información son simples cuñas publicitarias. No hay un diálogo real entre representantes sociales, el pueblo –por elegir una palabra rimbombante- y los políticos. No sé realmente si es por estupor, perplejidad o ignorancia, pero nadie exige nada, no reaccionamos. La aparición de los indignados ha sido tan efectiva como un pedo virtual. No hay líderes intelectuales, Stephane Hessel y su pequeño pasquín son una tomadura de pelo, una cortina de humo de risas enlatadas.
Somos los resignados, sin opción de crítica, una masa ninguneada. Nos hablan de billones y de países en quiebra mientras los mercados, en manos de especuladores, se frotan las manos con cada nuevo golpe de ciego. Nuestros gobiernos no pueden dejar de jugar, nadie controla la banca.

Y en vez de intentar salir todos juntos de esta trampa caemos en la indecencia política, sindical y periodística. Cada parte de la pirámide intentando sobrevivir aunque ello conlleve apretar más la soga alrededor del cuello de su país. No existe un futuro DIGNO que no pase, desgraciadamente, por la violencia, por una revolución en armas, real. Porque antes al menos nos manipulaban sutilmente, ahora nos desprecian, somos ganado al que no es necesario dar explicaciones, la democracia tal y como la conocíamos no existe, lo del próximo día veinte es simplemente un teatrillo barato sin consecuencias. Las ordenes ya están dadas, da igual quien ostente el poder.

Quince años de prosperidad atontan a cualquiera. Veremos cómo nos dejan los próximos treinta años de mierda enlatada.

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