jueves, 31 de diciembre de 2020

Resumen 2020. Propósitos existenciales 2021.

Último día del año, una ocasión -o excusa- perfecta para escribir algo y compensar esas escasas once entradas del blog de este 2020. Mi gata maúlla como una desquiciada por el celo, hace un frío cortante en la calle, y yo llevo levantando desde las ocho escribiendo mails y buscando una portada adecuada para mi poemario, debido, entre otras cosas, a mi sempiterno insomnio. Parece un momento perfecto para ello.

    Entiendo que hay mucha gente que lo está pasando fatal, primero porque ha sufrido la pérdida de un familiar, porque ya no tiene trabajo o su negocio ha terminado en la ruina, o porque la hipocondría y la ansiedad/depresión ha hecho mella en su salud. Luego hay otros quejicosos que no se han sabido adaptarse a los cambios y se muestran frustrados y enfadados porque este año no ha sido normal y no pueden quedar con sus amigos o irse de fiesta todos los fines de semana. Pero para mí, aunque suene políticamente incorrecto, no ha sido un mal año. Tuve unos primeros meses en los que estaba obsesionado por informarme, en los que despotricaba contra el Gobierno continuamente, en el que todos los temas de conversación giraban sobre el coronavirus y sus consecuencias. Pero pronto entendí que era contraproducente, que me estresaba demasiado, por eso preferí concentrarme en las cosas que me importaban, es decir, mis proyectos literarios, y aislarme un poco. Ya tenía claro en abril que esto iba para largo, y que no íbamos a recuperar la normalidad en verano, ahora tocaba adoptar un perfil bajo, adaptarse a la situación, incluso buscar su parte práctica. Naturalmente todo eso ha sido gracias a que llevo años interiorizando la filosofía estoica, para los estoicos los problemas son oportunidades para mejorar nuestra templanza y serenidad, porque con la práctica se consigue relativizar todo, dominamos la emoción que nos provoca los conflictos negativos, aprendemos a gestionar cómo nos afecta -dado que no se puede cambiar el conflicto/problema exterior-. Si para algo puede servir esta entrada es para aconsejaros que leíais a los maestros estoicos, os ayudará mucho.

Pero como iba diciendo, también han sucedido cosas muy positivas que han estado lejos de mi control, por ejemplo, como ya había comentado el año pasado, llevaba dos años conociendo mujeres a través de Meetic y de Twitter. Relaciones que no me llenaban porque se reducían a cosificación sexual -normalmente mía- y charlas banales. No es que hubiera perdido la esperanza en encontrar pareja, pero ya no lo tenía como prioridad, vienen bien las épocas puntuales de soledad y con el proyecto de la novela -y de otras cosas- no lo echaba de menos. Pero a mediados de mayo una mujer contactó conmigo, empezamos a hablar, como curiosidad resulta que vivíamos prácticamente al lado, y así, poco a poco, nos fuimos conociendo. Llevamos casi siete meses juntos, y la verdad es que ha resultado genial contar con su compañía en esta época tan aciaga. Es una mujer maravillosa, y fue ella la que me animó a maquetar la novela, y la que, en cierta medida, me ha inspirado con el proyecto del poemario. Aunque claro, llamándose Helena, un nombre tan maravilloso, lo demás surge solo.

Con el trabajo el cambio también ha sido a mejor, he pasado de pedir una excedencia hace un año y desear que hicieran un ERE, al teletrabajo. Quizás para otras personas este cambio haya sido estresante, pero para mí trabajar desde casa ha sido una bendición: no pierdo tiempo en el transporte público y reconozco que la mayor parte del tiempo me lo paso en plan multitarea, escribiendo, leyendo o haciendo otras cosas mientras trabajo. No sé lo que va a durar -me refiero a que mi subcontrata no pasa por su mejor momento-, pero lo que dure bienvenido sea.

En verano aproveché para irme de vacaciones, ir a la piscina, y hacer pequeños viajecitos, como a Ávila, hasta que la cosa -sobre todo en Madrid-, empezó a ponerse peor. Pero me he permitido ir al cine a ver Tenet o comer fuera, etcétera, no he sido nada hipocondriaco, lo que no está reñido con ser prudente. En general, he intentado adaptarme a las circunstancias, hacer ejercicio, implicarme en proyectos, hacer cosas -dentro de las limitaciones-, nunca he visto como opción dejar mi vida en pausa hasta que todo vuelva a la normalidad. No creo en esa normalidad, creo que 2021 será un año de mierda, y aunque la vacuna sea efectiva al 100% a largo plazo, el virus no mute demasiado y la logística de este país funcione bien, las matemáticas no engañan: en verano no estará vacunado ni el 30% de la población, muy lejos de ese 70% necesario para la inmunidad de rebaño, ergo, otro año perdido. Además, este es un problema global, ¿y los demás países, y el turismo en un país que no ha podido comprar vacunas al nivel de la UE?. Y aunque todo fuera bien, luego está la crisis económica. Los fondos europeos ya se han rebajado de esos 144.000 millones que prometía Pablo Iglesias, hasta los 47.500 (37.000 a partir del 1 de febrero), pero nadie sabe con qué condiciones. En Madrid se habla de ampliar el metro, y tengo la sospecha de que todo ese dinero se irá a infraestructuras y proyectos urbanísticos opacos. A la gente que ha perdido su trabajo le esperan tiempos duros.

En cuanto a los proyectos literarios que he ido mencionando, ya he terminado mi poemario, ochenta páginas, una mezcla entre romanticismo intensito y sátira social, con toques de autobiografía decadente. Ya ha sido revisado por mis lectores cero, y toca el último tramo: maquetación, elección de portada y gestión por Amazon. En una semanas publicaré el enlace por aquí. También he estado liado con un ensayo sobre videojuegos; ya sé que suena muy atípico para lo que suelo publicar por aquí, pero fue algo que nació de forma casual, primero como una recopilación de reseñas de mis juegos favoritos que había publicado en mi otro blog, y poco a poco ha ido creciendo hasta alcanzar las casi trescientas treinta páginas; y todavía no lo he terminado. Tengo que revisarlo y buscar imágenes para acompañar cada reseña, pero al ritmo que voy en un par de meses estará terminado. Luego no sé qué tocara. Como he dicho implicarme en este tipo de proyectos es lo que me ha permitido pasar este año bastante relajado y ajeno -dentro de lo normal-, a toda la debacle que estamos viviendo. O sea que tocará embarcarme en otra novela. También me gustaría usar más este blog, le tengo cariño, aunque las redes sociales, hay que reconocerlo, son mucho más cómodas para los pequeños altercados con la página en blanco.

 Y supongo que nada más. Mis propósitos para este 2021 se podrían resumir en mantener un perfil bajo. Tener salud, leer más, este año solo he leído 71 libros, escribir mucho, amar mucho, mantener mi trabajo el tiempo que sea posible, ahorrar algo de dinero para atemperar las calamidades que se avecinan, escapismo vulgar en forma de cine de Marvel -y series-, la Nintendo Switch y redes sociales. Y alguna escapada en verano, si es posible a algún lugar con playa. El futuro se presenta calamitoso, y por eso mis anhelos van en una dirección más bien conformista, prudente, limitada por unas circunstancias que creo que van a ir a peor. O quizás no, y todo sea maravilloso, tampoco os dejéis convencer por mi estulticia decadente.

En cualquier caso, si algún lector descarriado sigue por ahí, os ofrezco mis mejores deseos. Espero que en este 2021 tengáis buena salud -qué curioso cómo han cambiado las prioridades-, y que logréis la sabiduría para mantener cierta templanza de ánimo, y lograr con algún pequeño proyecto personal que vuestra singularidad brille por encima de la alienación y el desconsuelo. Un abrazo a todos. Y alcoholizaros con convicción esta noche, brindad por vosotros mismos, este año ha sido duro, pero lo hemos conseguido.

lunes, 26 de octubre de 2020

Ya disponible en Amazon mi novela ‘El soldado que siguió más allá del río Ganges’

Como algunos ya sabéis en noviembre del año pasado -como pasa el tiempo-, me puse en serio a escribir una novela, con su escaleta, sus horarios de trabajo, su planificación, su ‘esta vez lo terminas salga lo que salga’, etcétera. Seis meses después la envié a mis lectores cero, y a principios de julio la registré en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual con las correcciones que me habían enviado. Para mí el trabajo ya estaba hecho: me había propuesto el reto de salir de mi zona de confort, demostrar que podía terminar un proyecto de esa envergadura de forma satisfactoria, y eso fue lo que hice. Pero hace un mes empezaron a insistirme en la idea de maquetarlo, que no podía abandonar la novela en una carpeta de mi disco duro, que debía hacer un esfuerzo y compartirla, dar la posibilidad de leerla en papel. Y como la voz femenina en cuestión era muy convincente me puse a ello.

Para hablar un poco de la novela qué mejor que copiar directamente la pequeña sinopsis de su contraportada: “Marcos, a pocos meses de cumplir los treinta años, siente que vive inmerso en la decadencia, incapaz de reaccionar, como si ya fuera tarde para todo lo importante: su trabajo de teleoperador le causa cada vez más ansiedad, su proyecto de novela es un fracaso, su novia le ha dejado por teléfono y sus dos únicos amigos parecen tan perdidos como él. Sin embargo, cuando ya se ha resignado a esa apatía vital, un encuentro fortuito le cambiará la vida para siempre…”

La novela tiene treinta y ocho capítulos, 418 páginas en total. Los primeros diez capítulos -cien primeras páginas- tienen el tono habitual en mi blog, pero a partir de ahí la novela cobra vida, y voy añadiendo y cambiando cosas de la escaleta demasiado a menudo, convirtiendo progresivamente el leitmotiv de la novela en una historia de amor y redención que quizás no sea del gusto de todo el mundo, o al menos no de los que esperan algo mucho más oscuro y cercano al realismo sucio de Bukowski. Sin embargo, creo que tiene muchas otras cosas a su favor. Cuando digo que he estado seis meses trabajando, me refiero a estar un mínimo de dos horas todos los días, a cuidar muchísimo el lenguaje, a reescribir tres borradores, a meter cientos de referencias a la cultura pop de los ochenta, a hablar de cine, literatura, música -hay cierta obsesión sempiterna por Billie Eilish, y tengo varias listas de Spotify con la música que aparece en la novela para quien le interese-, y filosofía. Mis personajes no son idiotas, no hay diálogos, ni situaciones al azar, todo tiene un intencionalidad. Me he esforzado por escribir la novela que me gustaría leer, y eso me ha hecho ser muy exigente en cosas que quizás, para otra persona, no tendrían demasiada importancia, pero que para mí como lector-escritor eran esenciales.

Vamos al precio. La novela en papel tiene un precio de 9,95€, aunque Amazon siempre hace un descuento del 5%, por lo que se queda en 9,45€. Para explicar cómo funciona Amazon, os comento un poco los entresijos: debido al número de páginas la impresión cuesta 5,82€, a esto hay que sumar el dinero que Amazon se adjudica, por lo que el precio se quedaría en 9,57€, a lo que hay que sumar el IVA; en resumidas cuentas: no gano nada. Es obvio que lo podría poner a 15€ y monetizar -una de las palabras de moda del siglo XXI-, pero como dije desde el principio la intencionalidad de este proyecto es estrictamente personal, ponerlo a la venta es secundario, por lo cual estoy contento por dar todas las facilidades posibles a cualquier incauto que siga siendo fetichista de los libros en papel y quiera tener un ejemplar en su casa. En cuanto a la versión digital la he puesto a 2,95€, por si alguien quiere leerlo en un eReader. Si no tenéis un Kindle con el programa Calibre es fácil la conversión a ePub, no le he puesto DRM, lo he comprobado y queda perfecto; también hay páginas online para hacerlo. De todas formas si tenéis algún problema me mandáis un mail y os envío el archivo en ese formato.

La maquetación la ha realizado mi novia Helena, por lo cual desde aquí mi agradecimiento eterno, no me veía capaz de meterme también en eso xD Decir que lo hemos revisado varias veces, puliendo cada detalle, la elección de la portada, la fuente, índice, separación de capítulos, etcétera. Ya hemos comprobado el libro en físico y también en formato digital, por lo cual no ha sido simplemente convertirlo con el programa de Amazon y ya está, llevamos un mes con ello. Con todo, si alguien ve algún problema o errata que me lo indique y lo corregiremos inmediatamente.

Y creo que eso es todo. Reconozco que hay mucha sublimación y obsesión por temas muy personales, pero las cuatro personas que de momento la han leído han coincidido en que resulta muy entretenida y adictiva, sobre todo en la parte final. Espero que si os animáis a comprarla -enlace directo en la parte derecha del blog pinchando en la portada y en la imagen de esta entrada- la disfrutéis tanto o más que yo al escribirla.

viernes, 23 de octubre de 2020

Reflexión sobre Kimagure Orange Road e Izumi Matsumoto

Ayer por la noche un amigo me avisó de que Izumi Matsumoto, el autor del manga Kimagure Orange Road de enorme éxito a finales de los ochenta, había fallecido. Me dio mucha lástima, sobre todo porque había tenido la oportunidad de conocerle en persona, fue en 2010, le habían invitado al XVI Salón del Manga de Barcelona y me sorprendió que se mostrara en la ronda de preguntas tan amable, sincero y humilde. Unos días después investigué sobre su vida y descubrí que llevaba sin dibujar desde 1999 porque sufría de fuga espontánea de líquido cefalorraquídeo, lo que le provocaba unos terribles dolores de cabeza, lo que le obligaba a pasar ingresado en el hospital varias semanas debido al dolor; tardaron casi cinco años en darle un diagnóstico, lo que sumado a otras complicaciones posteriores de salud acabaron con su carrera como dibujante.

No pensé mucho más en ello y me acosté enseguida, aunque resulte insensible decirlo las noticias de fallecimientos de gente famosa son demasiado habituales en esta pandemia. Sin embargo, una parte de mi cerebro se negaba a descansar, en realidad, sí me había afectado la noticia, y en un rapto proustiano que agudizó mi insomnio comencé a recordar los años en los que estuve obsesionado con la serie. De hecho, si tuviera que elegir una palabra para hablar de esa época escogería soledad. Y es que ser hijo único, sobre todo cuando tu familia es totalmente disfuncional y estás demasiado aislado, resulta bastante complicado. Por fortuna tuve una de las mejores formas de escapismo del mundo: la televisión. Mi infancia y parte de la adolescencia se fundió en escenas de películas que veía una y otra vez: un gremlin explotando en el microondas, Han Solo respondiendo Lo sé antes de quedar congelado en carbonita, una canción de Leonard Cohen sonando en una emisora ilegal de radio, Rocky ganando el combate de su vida, Jack Nicholson volando sobre el nido del cuco, los westerns de Sergio Leone, el baile sensual de Gilda, Conan cortando cabezas, Paul Newman comiendo cincuenta huevos, Sherlock Holmes resolviendo los crímenes de Jack el Destripador, Humphrey Bogart en un aeropuerto lleno de niebla, el macarra con corazón alzando el puño mientras suena Don't You (Forget About Me) o Dante y Randal discutiendo sobre Star Wars; incluso en Navidades tenía mis favoritas, destacando la que protagonizaba James Stewart que terminaba llorando de emoción rodeado de su familia y amigos.

        Pero con catorce años lo que más me marcó fue devorar todas las series de anime que emitieron en Tele 5 y Antena 3 a principios de los noventa. Podría citar miles, como Ranma ½, Caballeros del Zodiaco, Oliver y Benji, Transformers, City Hunter, Rurouni Kenshin o Bateadores, pero hubo una que se grabó a fuego en mi memoria: Kimagure Orange Road. Se emitía a diferentes horas, sin un criterio de programación serio, de hecho, ni siquiera pude ver el final hasta un par de años después, pero sus episodios solían ser autoconclusivos y la base argumental, muy sencilla de seguir, giraba en torno al triángulo amoroso de los protagonistas: Kyosuke, un muchacho tímido e indeciso que acaba de mudarse a una nueva ciudad y que tiene multitud de poderes -telequinesis, viajar en el tiempo, cambiar de cuerpo, hipnosis, teletransportación-, los cuales solo le sirven para meterse en problemas todo el tiempo; Hikaru Hiyama, una chica jovial y alegre un año más joven, que se enamora perdidamente de él; y, por último, Madoka Ayukawa, de personalidad reservada y fría, que mantiene durante la serie una lucha interior entre su amistad con Hikaru y los sentimientos crecientes hacia Kyosuke. Hay muchos secundarios que enriquecen la historia, como las hermanas pequeñas de Kyosuke, Manami y Kurumi, amigos de instituto e incluso rivales en el amor de las protagonistas.

        Además de su mezcla perfecta de romanticismo, comedia y ciencia ficción la serie destacaba por el diseño de personajes de Akemi Takada, que en aquel momento estaba en el cenit de su carrera, sobre todo por el magistral trabajo que realizó con Madoka Ayukawa, mejorando el dibujo de Izumi Matsumoto y consiguiendo transmitir su fascinante y carismática belleza. Como curiosidad, su apellido lo componen dos kanjis: ‘ayu’, que es un pequeño pez plateado, y ‘kawa’, literalmente río; el reflejo de esos peces en los ríos produce que a veces el agua brille como la plata y después oscurezca su tono, metáfora perfecta del carácter ciclotímico del que hacía gala. Izumi Matsumoto consiguió crear a una de las primeras chicas tsundere de la historia del manga japonés, un personaje femenino cuyo comportamiento al principio es frío y hostil, pero que según avanza la serie iba desvelando su lado más tierno y sensible. Madoka atrae y fascina a Kyosuke desde su primer encuentro, pero también el espectador cae en su influjo, y no solo por su acusado sentido de la justicia, su pasado de pandillera, la melancolía con la que toca el saxofón o su feminismo autosuficiente, sino también por cómo en ocasiones se desprende de su coraza y se muestra frágil e insegura ante sus propios sentimientos, por ese romanticismo que permea muchas de sus excesivas reacciones y, en resumen, por su perfecta imperfección.

        Supongo que hablar con tanto entusiasmo de un personaje de anime no me deja en buen lugar, pero, seamos sinceros, ¿nunca habéis deseado cuando erais jóvenes que vuestro personaje literario favorito, o el protagonista de alguna película, existiera de verdad? ¿Nunca os ha fascinado la magia que desprenden algunas historias, que parece llegar a tu vida en el momento adecuado, hasta el punto de sentirlas más reales que todo lo que te rodea? Pues así me sentía yo cuando descubrí la serie en mi primer año de instituto, y quizás eso explique en parte por qué me afectó tanto lo que sucedió más tarde con Marta, una compañera de clase. Lo primero que tengo que indicar es que Marta parecía una encarnación viviente de Madoka: el pelo largo negro azabache, ojos verdes, más alta y voluptuosa que sus compañeras; y, por si todo lo anterior no fuera suficiente, practicaba taekwondo y quería ser médico forense, una sublime excentricidad. El flechazo fue brutal, no podía dejar de fantasear con ella, pero, aunque me tenía completamente idiotizado, era incapaz de decirle nada en clase. Por suerte, a los dos meses de comenzar el curso, Sara, otra compañera de clase con la cual sí me relacionaba, me invitó a su cumpleaños, y acepté cuando me enteré de que Marta también pensaba ir.

        Llegó el deseado viernes por la tarde y, después de acicalarme con esmero, salí a la calle dispuesto a afrontar el desenlace que, en mi cabeza, sería igual que en las películas románticas de los ochenta que tanto me gustaban: con una explosión de fuegos artificiales iluminando el beso de los protagonistas. Cuando llegué al bar donde habíamos quedado antes de irnos a cenar, ante la ausencia de Marta decidí infundirme algo de valor pidiendo un cóctel con alcohol. Me lo bebí con ansiedad, pero al terminarlo solo noté un regusto azucarado en el paladar y, con cierta inconsciencia, pedí otro. Como era de esperar a la media hora el efecto del alcohol me provocó una verborrea impudorosa, y arrastré a Sara a un rincón del local para contarle todas mis infantiles ensoñaciones. Ella era buena chica, pero llegó un momento en que su paciencia se agotó y me interrumpió:
Sara: Siento ser yo quien te lo diga, pero Marta está saliendo con Carlos.
Rorschach: ¿Carlos? -repetí atontado, como si no acabase de creérmelo.
Sara: Sí, desde hace un par de meses -repitió tajante.

        Todas mis fantasías fueron pulverizadas en un instante y me quedé aturdido: Carlos era el repetidor de la clase, el macarra, el iletrado que fumaba porros, orgulloso de su falta de cerebro, ¿qué podía ver Marta en él? Era imposible, no estaba a su altura, no era nadie. Empecé a encontrarme mal, necesitaba salir de ahí, pero al levantarme el alcohol me subió de golpe y pagué las buenas intenciones de mi anfitriona vomitando encima de sus zapatos. Me limpié como pude la boca con unas servilletas mientras intentaba disculparme, pero justo en ese momento apareció Marta y, al darse cuenta de la situación, me señaló con asco y comenzó a reírse. Una intensa vergüenza me inundó, y en lo único que pude pensar mientras veía como se acercaba enfadado uno de los camareros, es que mi vida era una película de bajo presupuesto, con un actor fracasado en el papel principal y un guión torpe y cruel.

        Ese desengaño me afectó mucho, no supe relativizarlo y convertirlo en una mera anécdota. Y no es que no hubiera sufrido rechazos antes, pero algo en el ridículo de mis aspiraciones, en cómo había terminado todo, me convirtió en un resentido. Y sé que era una tontería, ¿qué me impedía pasar página e intentar olvidarme de Marta? Incluso ahora me cuesta explicarlo, es como si al reírse de mí me hubiera condenado a ser el Yuusaku de la historia, a resignarme a ser el eterno secundario. Creo que entendí demasiado pronto que no era un bonito y perfecto copito de nieve: formaba parte del mismo montón de estiércol que todos los demás, y reaccioné a esa banal epifanía adolescente arrancando de cuajo mis ínfulas románticas e iniciando una debacle neuronal de alcohol y estupidez todos los fines de semana que, obviamente, me alejó todavía más de la imagen que anhelaba tener de mí mismo.

        Forzando un poco la elipsis, tres años después conseguí aprobar por la mínima el examen de selectividad y me matriculé sin demasiadas ganas en la universidad. Lo irónico es que quizás necesitaba ese cambio de escenario porque dos meses después conocí a una chica en una fiesta, nos acostamos esa misma noche y comenzamos a salir. Esa primera relación tardía no tuvo nada de romántico, y todos mis soliloquios fatalistas sobre mi papel de secundario con trama previsible tuvieron vocación de profecía autocumplida. A pesar de ello intenté disfrutar con un cortoplacismo frenético de la relación, pero solo duró un año dejándome un enorme poso de decepción.

        Sin embargo, no era tan fácil huir de Kimagure Orange Road, y a punto de cumplir treinta años, después de otra estúpida debacle sentimental en Barcelona que me había obligado a mudarme de vuelta a Madrid, descubrí una tarde en la Fnac, por pura casualidad, que habían sacado a la venta la serie completa en DVD; y no solo eso, la edición estaba muy cuidada, casi como si hubiera sido realizada por fans, con postales de regalo, merchandising e incluso un CD con la banda sonora. Pero lo más importante es que, además del doblaje en japonés, se había realizado un nuevo doblaje en castellano mucho más meticuloso y fiel al original, doblando incluso las canciones que servían de inicio a cada capítulo.

        Al principio no estuve seguro de querer comprarla, pero al final no pude resistir la curiosidad, a fin de cuentas, en ese momento estaba en paro y tenía mucho tiempo libre. Esa misma tarde comencé a verla, pero después de tres capítulos hice una pausa y me puse a hacer la cena. La verdad es que no había sentido nada especial, de hecho, me resultaba algo aburrida; inmediatamente recordé una de las frases que decían al final de la película The Breakfast Club: "Cuando crecemos se nos muere el corazón”, una forma lírica de expresar que el tiempo nos convierte en adultos cínicos y mediocres. Pero no tenía planes para ese fin de semana, o sea que, casi por compromiso, seguí viendo episodios. Y no sé si fue a partir del sexto o el séptimo, pero poco a poco comencé a dejarme arropar por esa historia que tanto me había obsesionado cuando era adolescente, por ese romanticismo naif tan japonés, hasta el punto de que en algunos capítulos no pude evitar emocionarme. El domingo de madrugada, después de un maratón de casi veinte horas, terminé de ver el último capítulo totalmente cautivado.

        Cuando me fui a la cama reflexioné sobre ello: la serie había conseguido retrotraerme a mi propio pasado, recordarme a mi yo más joven, a ese chaval que tenía pánico al futuro, que idealizaba a las mujeres porque, quizás de forma inconsciente, quería que le salvasen de sí mismo; ese muchacho que pasaba los fines de semana solo ante el televisor, siendo feliz en su pequeña burbuja, sonriendo como un idiota mientras veía una y otra vez los mismos capítulos, justo como acababa de hacer ahora mismo, quince años después. Qué extraño comprobar que a veces no cambiamos tanto, que solo nos escondemos de nosotros mismos, tal vez para no enfrentarnos a nuestros miedos y renuncias.

        En Japón existe la leyenda del Hilo Rojo del Destino, que cuenta que un hilo rojo invisible, atado a los meñiques, une a las personas que están destinadas a convertirse en almas gemelas, por eso la primera escena de la serie -y del manga-, es tan especial: Kyosuke atrapa en el aire el sombrero rojo de Madoka y ella, antes de despedirse, se lo regala; el sombrero es la representación de un lazo trenzado de color rojo que ya desde ese primer momento une el destino de los dos. Algo parecido sentí por la serie y por Madoka Ayukawa hace ya treinta años, y ese recuerdo, por mucho que el tiempo y mis acciones hayan embrutecido mi sensibilidad, siempre reverberará en mi interior. Por eso gracias, Izumi Matsumoto, espero que estás líneas sirvan como sincero homenaje a tu obra, un legado inmortal que se ha convertido con el paso de los años en el refugio emocional de millones de personas.

lunes, 14 de septiembre de 2020

La autoescuela de la renuncia.

Reconozco que me cuesta volver a escribir aquí. De qué escribir, para qué, ¿acabo busco el reencuentro con algún lector incondicional, o tal vez cubrir con diez minutos de esfuerzos artificiales la necesidad de desahogarme, de actualizar algo, de sentarme y usar el teclado después de casi dos meses de abstinencia? Aunque con un currículo de diez años paseando por este blog no debería necesitar ninguna excusa, pero supongo que forma parte del diálogo interior entre mi parte más perezosa y esa otra que necesita ser más creativa y justificar de alguna forma mi tiempo libre. Lo único que tengo claro es que las redes sociales me aburren, está todo demasiado polarizado, cualquier cosa, incluso una foto de tu desayuno, puede provocar una discusión con algún desconocido; me han llegado a echar la bronca por privado solo por compartir un tweet ajeno: “¿Por qué sigues a ese fascista, por qué le das publicidad?”. Hoy en día cualquier cosa que no siga escrupulosamente el ideario de izquierdas/feminista/identitario/victimista te convierte en fascista/machista/mala persona, incluso no estar de acuerdo con la cancelación cultural. Se te quitan las ganas de compartir nada, ¿son los blogs el único lugar donde puedes monologar sin que nadie se sienta ofendido?

        Terminé el cuarto borrador de mi novela y lo envíe a varias editoriales, y luego busqué a alguien que me lo maquetara para poder regalar la edición digital en ePub, pero como no encontré a nadie tengo el pdf abandonado en una carpeta de mi disco duro. Todas las personas que la han leído les ha gustado, sobre todo la parte final -la más random a nivel de escaleta-, pero estoy muy vago con mis proyectos literarios. Quería acabar la novelita que empecé en Wattpad hace unos años, e incluso sacar un poemario decente solo con material mío, pero resulta que desde hace tres meses comparto mi vida sentimental con una joven veinteañera llamada Helena -que nombre más hermoso-, que me tiene totalmente absorbido, ¿suena a excusa? Lo es, y muy buena. La vida social, las vacaciones, quedar con amigos, incluso ir a la piscina todas las semanas me ha permitido pasar el verano alejado de noticias sobre ERTE, coronavirus y sobre la irresponsable y patética gestión del Gobierno. Supongo que cuando pasas una buena época no te apetece escribir sobre ello, incluso te cuesta pararte una hora delante del ordenador a escribir una reseña -aunque intento seguir leyendo a un buen ritmo, este año llevo 56 libros-, y solo te apetece divertirte, tomarte unas cervezas en una terraza intentando eludir la paranoia y agobios generales que la crisis económica y sanitaria está provocando -y nos queda lo peor.

        Además, siempre he sido bastante monotemático, el yoismo de las obsesiones frustradas, la depresión, el deseo frustrado… aunque al leer los diarios de Pizarnik, Plath, El cuaderno gris de Josep Pla, o las cartas de Kafka resulta claro que es complicado sacar literatura de la escritura automática, se suele caer en la intensidad confesional y el lector al otro lado se aburrirá tarde o temprano. Los blogs más funcionales son los actualizan con pequeñas dosis creativas, como el de Neorrabioso o el de Noguera. Pero bueno, lo dicho, que intentaré pasarme más por aquí, reflotar un poco el hábito olvidado.

        Espero que estéis pasando este año lo mejor posible; creo que ahora toca ser cortoplacista, modificar nuestra forma de pensar y abrazar cierto carpe diem existencial, apretar los dientes, suspirar y seguir adelante sabiendo que esto va para largo, que la ‘normalidad’ no la vamos a recuperar hasta dentro de un par de años -la vacuna es la última zanahoria que nos están lanzando-, y que hay que tener mucha paciencia. Un abrazo a todos.

jueves, 11 de junio de 2020

Pequeña actualización vital de Rorschach.

Lo más importante: la novela está casi terminada, la semana pasada acabé de escribir el tercer borrador y se la envíe a cuatro lectores cero que se encargarán de corregir, mirar erratas y hacerme sugerencias. Asumo que en un mes o así terminarán y podré terminar el cuarto borrador -espero que no haya mucho trabajo-, y maquetarla. Como he ido diciendo por Twitter, la idea es subirlo a Amazon para quien quiera la versión impresa, y también a lektu con pago social la edición digital. Está siendo una gran experiencia, con sus altibajos, pero muy recomendable. Incluso creo que la pandemia y la cuarentena se me ha hecho mucho más llevadera gracias a este proyecto.

            Como ya he comentado por Twitter, son 280 páginas, es una historia Adult Young romántica, por lo que se aleja bastante de los temas habituales de mi blog, lo comento para que nadie se espere algo bukowskiano. He estado seis meses escribiendo, casi todos los días, y ahora lo echo de menos, es asombroso, llevaba las últimas tres semanas apretando los dientes y quejándome por todo el trabajo que me estaba llevando y ahora el tiempo libre me abruma; seguramente en cuanto pase algo de tiempo me pondré con otra. Pero bueno, para los pocos lectores que tengo por aquí, lo importante: en dos meses aproximadamente dejaré los enlaces por aquí.

            Por lo demás, y a riesgo de empezar a aburriros contándoos mi vida, en mi trabajo primero hicieron un ERTE -que supongo que en unos meses se convertirá en ERE-, de casi mil personas, pero yo tuve la suerte de no estar incluido y llevo todo este tiempo realizando teletrabajo, lo que me ha resultado muy cómodo, ninguna queja a ese respecto, gano más de dos horas de vida gracias a que no tengo que desplazarme hasta la plataforma y, además, no me resulta nada estresante, me gusta trabajar solo.

            Tema coronavirus, política, pandemia, etcétera... Desde marzo he estado con ganas de escribir una entrada diaria, y si no hubiera estado liado con la novela lo hubiera hecho. Ha sido degradante escuchar las noticias, ver cómo manipulaban las cifras de muertos e infectados, soportar el nivel de estulticia e ineptitud de nuestros políticos. Pero a mediados de abril decidí por el bien de mi salud mental dejar de informarme. Obviamente las noticias me han seguido llegando, he leído artículos, y por Twitter puedes estar más o menos al día, pero he puesto un muro mental ante todo lo que ha estado pasando desde entonces. Sé que hay blogs, articulistas y gente en las redes que están siendo rigurosos en la información, y que muchas de las cosas que están denunciando acabarán en juicios penales para muchos políticos, pero ahora que tengo más tiempo prefiero dedicarme a estar en redes sociales tipo Ask, actualizar más el blog o pasarme las tardes jugando a la Nintendo Switch, antes que perder la serenidad de ánimo que tengo ahora.

            Leyendo mis propósitos 2020, está claro que hay cosas que van a ser imposibles: conciertos nada, y de momento mi vida social este año ha sido bastante nula xD Pero aunque Madrid sigue en Fase 2 hoy tendré un poco de vida social en una terracita con cervezas -espero-, y la próxima semana también, además, el 21 termina el Estado de Alarma e incluso un asocial como yo tiene ganas de salir un poco más de casa. Este verano vamos a estar todos muy happy, con ganas de aprovechar esta ‘nueva normalidad’, y creo que será lo mejor porque otoño y sobre todo invierno pueden ser bastante duros. El Gobierno da a entender que el virus está perdiendo virulencia, que estaremos mejor preparados, pero nadie tiene ni idea. Y por otro lado la crisis económica se va a hacer real en otoño, un millón y medio de desempleados van a exigir soluciones y recursos y aunque Europa está dando muchísimo dinero, ¿os acordáis del Plan E de Zapatero en 2008? Pues pasará lo mismo: las ciudades de pronto se asfaltarán enteras sin ningún tipo de criterio, los ayuntamientos otorgarán licencias de obra a todo el mundo, pero ese dinero no irá directamente a las familias que realmente lo necesitan; parchecitos de izquierda. Mejor disfrutar del verano y ser cortoplacista, serán unos meses de tregua, luego la vida se volverá mucho más dura para los de siempre.

Y este es mi pequeño resumen, espero que todos estéis bien. Un abrazo.

miércoles, 10 de junio de 2020

Interludio poético.

Existe cierta belleza en la destrucción, en los sentimientos llenos de cuchillas de afeitar, en las sonrisas de sangre que gotean de mi boca formando un círculo de moho en los recuerdos, en la mosca analfabeta que se golpea una y otra vez contra el cristal de la ventana hasta morir. Toda la casa sufre la falta de sentido, incluso la nevera, con su lenguaje sintético de freón, purga su llanto en forma de ruidos extraños mientras congela su propio vacío en ángulos difuntos. Se ha acabado el Haloperidol y siento el ronroneo de los buitres sobre mi piel; mi mente sangra, ¿Qué podría salvarme de la ausencia de milagros? Ni siquiera puedo odiar a mis monstruos, solo son una reacción al daño exterior, a la otredad peligrosa que inunda mis trincheras con su veneno.

El amor es un virus, una fiebre psicótica, una cadena de frío, un sabor prestado, una ligera calidez en el bucle de hormonas, una lluvia con forma de orgasmo escapándose entre mis dedos. El amor es una catástrofe, unas raíces extendiéndose por mi interior devastándolo todo, un vértigo, una jugada a vida o muerte, la flor en el cuchillo, un centro de gravedad invertido, una rabia que se transforma en guerra, quebranto y huida. El amor es el daño que nos habita y que nos reasigna a algo mucho más nuclear y real que el reflejo en el espejo.

Podría llamarte y pedirte que vengas, que me conviertas durante unos minutos en tu metáfora preferida, que doblegues a golpes de cadera la escarcha de mi coño, que me hagas daño, que me trates como un otoño indeseable, sentir algo, una nueva cicatriz que despierte por un instante mi carne muerta. Y luego, cuando esté sola, pondría la lavadora y miraría embelesada como giran y giran las sábanas, mi ropa interior empapada de ti, ahogando millones de posibilidades de vida en un alegre y aséptico genocidio. Pero ya ni siquiera tengo fuerzas para eso.

La luz de la farola entra sin prisa, no se inmuta ni finge sorpresa ante el perfil del cuchillo; necesito limpiarme de toda posibilidad.

viernes, 21 de febrero de 2020

Me gusta escuchar la lluvia cayendo lentamente, formando tu nombre, el único sonido amable en esta ciudad que nos retiene y separa.

“Hay días en los que todo parece irreal, ajeno, usual pero irreconocible, como una resaca que nubla los sentidos. Días crueles para mi alma de armadillo que no puede evitar de vez en cuando imaginar una ficción compartida, una sonrisa o abrazo inesperados. Pero vivimos tiempos sin empatía ni signos de admiración, somos puzzles mal cortados en una cama donde las caricias son un exceso lírico indeseable.”


            Colecciono frases ajenas, citas, epitafios, epigramas, sentencias, aforismos, pedacitos ajenos de sabiduría que me gusta reunir, sin saber exactamente el porqué, solo lo hago, como podría dedicarme a ver la televisión durante media hora antes de acostarme. Quizá me recuerda a esos posters que tenía en la habitación, o las libretas en el instituto, donde todos ponían su firma, una huella de cariño, alguna frase o consejo. Puede que sea una forma de substraerme de la sensación de soledad, de una copa que se vacía demasiado rápido.

            Hace demasiado frío en esta casa. Mañana es viernes y madrugo, otra semana insustancial de la que no quedará ningún recuerdo. Me hago un ovillo en la manta y tecleo un poco más. Es curioso cómo las cosas que escribo borracha pierden coherencia al día siguiente, supongo que se sustentan de un estado mental concreto, tal vez también por eso siempre las borro y me quedo solo con lo ajeno, lo anónimo. Como cuando llega un efímero amor iluminándolo todo y al desaparecer revela nuestra miseria y desamparo; y en esa desnudez del alma no cabe el conformismo de la vida anterior por mucho que el otoño sea fascinante. Por eso siento que es injusto -esa palabra inmadura, aniñada- que siga enamorada de ti y no seas capaz de corresponderme.

            Me esfuerzo, bebo de tus palabras, de tus anhelos, incluso de tu desidia, intento no provocar ninguna discusión aunque contigo sea inevitable. Perdono tu dejadez cuando me haces el amor, tu falta de admiración, de interés, de emoción cuando me hablas, cuando me percato que ni siquiera me escuchas; esa extrañeza de echarte de menos viviendo juntos. Te imagino haciendo una lista mental, buscando razones para seguir conmigo, en ningún momento escribiste ‘te quiero’, solo razones prosaicas, pragmáticas. Estoy tan acostumbrada a que no me des nada, que cualquier cosa me llena de ilusión, si te hago reír repito la broma continuamente, si te gusta un tema intento sacarlo a menudo para que te explayes, me fijo en tus reacciones, estoy buscando siempre algo a lo que aferrarme. Pero es imposible: cada vez me valoras menos, como si el hecho de luchar por ti me disminuyera a tus ojos. Y cuando intento mostrarme distante pareces aliviado; ¿has estado en algún momento enamorado de mí?

            Tengo la sospecha de que al conquistarme –no fue difícil- agotaste toda tu pasión. Quizás huías de un dolor anterior, quizá ni siquiera me veías a mí. Tal vez un día despertaste y ni siquiera sabías por qué estaba a tu lado, solo sentiste hormigas de tedio y un poco de miedo a quedarte solo. Quizás para ti la mujer es un misterio y cuando lo pierde se convierte en un trofeo, parte de la decoración insípida de tu habitación. Solo falta, me temo, una bronca más brusca y un portazo más calmado. Y luego semanas, meses hasta que el dolor desaparezca.

            Lo entiendo, pero no sé aceptarlo, rendirme. Quizá la culpa sea de mis padres, pareja modélica desde hace casi treinta años. En mi adolescencia siempre he buscado ese ideal romántico, escribiendo cartas cursis, esperando algo que nunca sucedía, sintiéndome cada vez más insegura, volcando las ilusiones en el siguiente, y luego en el siguiente, así una y otra vez. Resulta irónico que tenga un trabajo importante y bien pagado, buenas amigas, una familia que me adora, que sea sociable, alegre, polivalente, capaz de solucionar cualquier situación con aplomo, y, sin embargo, patológicamente insegura en las relaciones sentimentales.

            He intentado hablar contigo pero es imposible: eres un completo egoísta, no tienes miedo a perderme. Me hablas de libertad, que si soy infeliz puedo dejarte, que nadie me obliga a permanecer a tu lado. Lo que no dices que ni siquiera merezco tu esfuerzo.

            Luego está el paso del tiempo, los planes, incluso el farragoso reloj biológico marcando con insidia mis treinta y dos años. Pero tus axiomas no admiten réplica: no quieres hijos. Pero yo sí, quiero tener mi propia familia, no me importa vivir sin lujos pero eso lo considero esencial. Y aquí estoy, embarcada en una lucha por cambiarle, como si mi amor tuviera ese poder. Pero al final quien cambia soy yo, quien se adapta, quien reprime sus anhelos y los posterga.

            Amélie recoge piedras para después hacerlas rebotar en el agua, Virginia Woolf lo hace para hundirse y convertirse en Ofelia. El amor funciona en ambas direcciones: arrastrándote hacia abajo o elevándote por encima de las cosas. Sigo enamorada de la idea del amor, he creado demasiados círculos concéntricos en torno suyo para desposeerlo tan rápido de poder, de significado, aunque eso me secuestre, me convierta en su víctima. A veces fantaseo con algún compañero de trabajo, incluso con hombres que me cruzo por la calle. Sueño con su deseo, con sus celos civilizados, con sexo posesivo y alienante, que nos deje extasiados, con ganas de soltar un ‘para siempre’ sin pensar en las consecuencias.

            Ya se ha cumplido la media hora, hoy no he encontrado ninguna voz ajena que rellene el hueco de la mía. Borro todo lo que he escrito y apago el ordenador. A oscuras enciendo un cigarrillo mientras las últimas notas de piano resquebrajan, un poco más, mi corazón de cristal.

viernes, 24 de enero de 2020

El soldado que se negó a seguir más allá del río Ganges.

Hace más o menos una hora fui andando hasta el Burger King que hay cerca de mi casa para comprar algo de cena. Tardaron mucho en atenderme, la gente que había dentro, yo incluido, parecíamos fuera de lugar, de cartón piedra, como en medio de una soporífera representación tristona y grisácea. Comida basura, vida basura. Al salir llovía, abrí el paraguas, salí del parking y empecé a cruzar por el paso de cebra. Por el rabillo del ojo percibí que un coche azul se acercaba a cierta velocidad, pero en medio del confeti de pensamientos habituales seguí adelante pensando que me daría tiempo a pasar o que frenaría lo suficiente. Lo que sucedió unos segundos después tuvo algo de coreografía perfecta: un paso, dos pasos, tres pasos y en el siguiente notar una corriente de aire, el coche pasar a mi lado, casi rozándome, sobrepasado totalmente el paso de cebra y frenando de forma ruidosa y lenta por la lluvia a escasos metros a mi izquierda. Quedarme quieto, aterido pero en calma. Reaccionar y rodear el coche azul cruzando lo que queda del paso de cebra intentando ver quién es el conductor; el coche arrancando de nuevo y alejándose mientras más coches avanzaban detrás de él.

Me acordé del escritor Stephen King, él también estaba caminando tranquilamente por el arcén derecho de la ruta 5 en North Novell, cuando un conductor distraído le atropelló. Sus heridas —el pulmón derecho colapsado, múltiples fracturas en la pierna derecha, laceración del cuero cabelludo y la cadera fracturada— le mantuvieron internado en el centro médico tres semanas. Después de cinco operaciones en diez días y terapia física volvió a su casa, aunque se resentía de su cadera y solamente podía sentarse unos cuarenta minutos a escribir antes de que el dolor se volviera intolerable. Su estado físico ha mejorado desde entonces, pero vivirá siempre con secuelas. Qué ilusorios y de poca importancia parecen los proyectos y preocupaciones cuando te enfrentas a una larga y dolorosa estancia en el hospital. Y todo en manos de la mundana arbitrariedad, de tardar un segundo más en abrir un paraguas antes de cruzar el paso de cebra.

            Deberíamos de pensar más en la muerte y no tener la sensación de ser inmortales, como si todos los proyectos pudieran culminarse, como si siempre hubiera tiempo para llamar a ese amigo o familiar al que hace meses que no vemos, para irnos de vacaciones, compensar los errores o disfrutar con intensidad de la vida, alejando con generosa valentía todos los miedos que nos dominan. Lo triste es que al poner estas experiencias por escrito no escapan de cierta vulgaridad grotesca, como cuando hablamos del cisne muerto en mitad del estanque que vimos una vez en el estanque del Retiro, o cuando nos despertamos aquel día y nuestra mascota infantil estaba tumbada boca arriba, fría y yerma. Por tanto permitidme disculparme citando a Séneca, capaz de escribir sobre el tema con mucho más éxito y elegancia: “¿A quién me citarás que le conceda valor al tiempo, que sepa el precio de un día, que entienda que el hombre muere un poco cada día? […] Nuestro error es ver la muerte delante de nosotros. En realidad está detrás y nuestra vida le pertenece”.

lunes, 6 de enero de 2020

Reseña: ‘Tokio blues (Norwegian Wood)’, de Haruki Murakami

La bibliografía del escritor japonés Haruki Murakami siempre se ha caracterizado por la estrecha relación con la música, pudiendo encontrar en las páginas de sus novelas –e incluso en los propios títulos- referencias a canciones como ‘Dance, Dance, Dance’ del grupo The Dells, ‘South of the Border’ de Nat King Cole a la que añadiría la segunda parte (‘West of the Sun’) y, por supuesto, ‘Norwegian Wood’ de los Beatles. Estaba balada se caracteriza por el uso del sitar como acompañante de la guitarra acústica de Lennon, que estableció las bases del rock psicodélico. Su elección no deja de resultar paradójica para los lectores de Haruki Murakami, pues ‘Tokio Blues’ es la primera obra del autor en la que no emplea elementos de fantasía cercana al realismo mágico o sobrenaturales que siempre han definido su obra literaria. De hecho, nos encontramos ante su novela más realista, pero siempre con el amor, la soledad y la nostalgia como temáticas principales.

              Toru Watanabe es el narrador de su propia historia tan trágica como las obras del teatro griegos que estudia en la Universidad de Tokio, donde se ha especializado en teatro no por vocación, sino con el propósito de distanciarse de los recuerdos tras el suicidio de su mejor amigo, Kizuki. Sin embargo, jamás conseguimos dejar nuestro pasado completamente atrás y la presencia la dulce y frágil Naoko, la exnovia de su amigo, en la ciudad obliga a Toru a enfrentar por primera vez a sus responsabilidades como adulto. 

Aquellos años representan su proceso de maduración ante los cambios acontecidos en su entorno. Igual que en otros países, Japón era escenario de numerosas revueltas estudiantiles contra el gobierno, definido por el propio autor como un movimiento carente de auténticos ideales y que evidencia a través de numerosas referencias en la novela, como las conversaciones entre Toru y Midori en las que critican la hipocresía y puerilidad de sus miembros; o detalles tan simbólicos como la mención de la novela ‘Bajo las ruedas’ de Hermann Hesse, una crítica real al sistema educativo que sólo se interesa por el desarrollo académico del alumno, olvidando el desarrollo personal y emocional.

Sin embargo, los acontecimientos más importantes en la vida del joven Toru se producen a nivel personal. El gradual empeoramiento de la salud psicológica de Naoko la obliga a internarse en un sanatorio, Residencia Ami, muy aislado y al aire libre -gracioso también que cuando Toru va a visitarla por primera vez esté leyendo ‘La Montaña Mágica’ de Thomas Mann-, provocando una confusión de sentimientos respecto a ella que considera amor pero que se podría interpretar como sublimación de la culpabilidad por no haber evitado el suicidio de su mejor amigo, así como la ira por el vacío dejado tras su muerte. Toru se responsabiliza de Naoko, se obsesiona con evitar que vuelva a sentir la misma sensación de desamparo que le ha provocado la muerte de Kizuki, pero a la vez es una forma de protegerse, de crear entre ambos una relación de dependencia que les permite refugiarse en su propio universo privado aislándose por completo del dolor procedente del mundo exterior. 

Nuevamente, Haruki Murakami demuestra su sutileza para la simbología mediante las referencias literarias y musicales cuando Toru abandona la lectura de «El Centauro» (John Upkide) por «El Gran Gatsby» (F. Scott Fitzgerald). La novela de Upkide es el frustrado intento de un padre para rescatar a su hijo de la mediocridad y a la apatía a fin de que esté preparado cuando deba enfrentarse a la vida, mientras que Fitzgerald nos describe la idealización de un amor pasado. La evolución en los gustos literarios del protagonista resume a la perfección su vida durante aquellos convulsos años, basados en la monotonía y en la esperanza de recuperar a Naoko, pero no la auténtica Naoko, sino a la imagen idealizada que ha creado de ella. De hecho, sus salidas nocturnas con Nagasawa, un compañero de la residencia de estudiantes, con el único propósito de concluir la noche en un hotel junto a una desconocida reflejan la soledad real de protagonista, a quien el sexo esporádico le proporciona el ansiado contacto íntimo con otra persona ante la incapacidad de Naoko para volver a excitarse después de aquella primera –y única- noche juntos.

De este modo, el autor japonés consigue un retrato cercano e íntimo sobre la juventud de su país. La renuncia a la infancia para introducirse en el complejo mundo de los adultos cuando todavía no se encuentran preparados física ni psicológicamente –la temprana sexualidad de Kizuki y Naoko-; el excesivo nivel de exigencia que revoca en jóvenes competitivos, materialistas y egoístas, e incluso sociópatas –la indiferencia de Nagasawa hacia los demás, especialmente hacia su novia, Hatsumi, quien consiente resignada las infidelidades de su pareja-; o la incapacidad para asumir el fracaso que, en la mayoría de ocasiones, desemboca en el suicidio. Sin embargo, el tono melancólico y desesperanzador de la novela da un giro cuando aparece el personaje de Midori Kobayashi, quien obligará a Toru a enfrentarse a la vida más allá de las aulas, el trabajo o la correspondencia y visitas esporádicas a Naoko.

Si bien el atractivo de Naoko no reside tanto en su apariencia física como en la fragilidad de su espíritu, Midori enamora al lector con su arrebatadora sinceridad, su atractiva excentricidad, su innata capacidad para sorprender, su generosidad hacia los demás… Desde el principio, se convierte en un personaje trascendental para Toru proporcionándole las escenas más divertidas: la cita en el cine porno, la anécdota del sujetador mojado o el atrevido corte de pelo, la curiosidad por la masturbación masculina, la gran afición por la cocina, la complicada relación con su padre, y así sucesivamente. En este sentido resulta comprensible la disyuntiva de Toru hacia estas dos mujeres tan diferentes, siendo imposible decantarse por una sabiendo que, inexorablemente, tendrá que renunciar a la otra. Sin embargo, lo apasionante de Murakami es que sólo la existencia del triángulo hace posible que cada uno de sus miembros pueda relacionarse. Si alguien falta, los dos restantes se descubren incapaces de comunicarse.

‘Tokio Blues’ es una novela inteligente y reflexiva que consolidó a Haruki Murakami como un autor de fama mundial con una historia de amor trágica basada en la soledad, la melancolía, pero también en la esperanza. Los arrebatos líricos, la complejidad de las relaciones humanas a partir del triángulo amoroso, las chispas de ironía y humor, las atmósferas perturbadoras y alienantes… todo está aquí, y por tanto es uno de los libros más recomendables de este autor. De la fallida adaptación que hizo el cineasta vietnamita Trần Anh Hùng mejor no hablar: es una absoluta pérdida de tiempo, de la cual lo único que se puede rescatar es el trabajo de Ping Bin Lee, cuya fotografía logra que la película alcance momentos de enorme belleza. Como siempre enlace al ePub (AQUÍ)

miércoles, 1 de enero de 2020

Propósitos 2020

Antes las Navidades me entusiasmaban, pero con el paso de los años me he vuelto más cínico, quizás el carácter se me ha agriado un poco y ya solo me fijo en las cosas más ‘negativas’. Supongo que llevar años trabajando todos los festivos, vivir al revés del mundo esperando que pasen las fiestas para trabajar menos, ha tenido algo que ver. Tampoco es que me disgusten, solo que no me hacen demasiada ilusión, pasan sin más, como una costumbre que hay que mantener por inercia pero de la que no estás demasiado convencido. Cuando superemos Nochevieja y los Reyes Magos suspiraré de alivio porque todo ha vuelto a la normalidad. Adiós a las aglomeraciones, a la obsesión consumista y la soledad de la reuniones sociales. Pese a todo esto el tema de los ‘Propósitos del año nuevo’, la celebración de un nuevo año como si de una tabula rasa se tratara, me hace gracia, supongo que el ser humano es un conjunto de contradicciones en busca de sentido. Dicho lo cual, aquí está mi escueta lista de propósitos:

Terminar la novela. Oh, sí, la novela. Qué masoquistas son los escritores y cuánto miente Murakami sobre este tema. Siempre he buscado atajos: escribir junto a otra persona, el NaNoWriMo, dejarme llevar por la escritura automática a ver qué sucede -nada bueno-, y cosas así. Ahora me he puesto a ello más en serio y he dedicado un par de semanas a una escaleta, la cual me encargo de repasar, añadir detalles y corregir continuamente. Dedicar una hora todos los días a escribir a veces es un infierno porque tienes la mente en blanco o la escena que toca te parece una mierda, pero estoy probando cosas nuevas para que sea más divertido, para no obsesionarme demasiado con el resultado final; por ejemplo ahora escribo siempre con música, de hecho tengo un par de playlist de música en Spotify, e intento dejarme llevar. He comprendido que el primer borrador de una novela siempre es una barrabasada llena de imperfecciones que hay que corregir demasiadas veces, por lo tanto divirtámonos, escribamos lo primero que se nos ocurra para llenar las páginas -siempre dentro de la férrea escaleta- e intentemos sorprendernos a nosotros mismos. El resultado de esta mentalidad sin expectativas es que comencé con la idea de escribir una especie de ‘Memorias del subsuelo’ y, poco a poco, se ha convertido en un thriller erótico-romántico Adult Young. Lo sé, es terrible. Pero el propósito es terminar una novela, el resultado final queda en segundo plano, aunque dejo claro que soy un perfeccionista e intentaré que tenga toda la calidad posible. Pero a lo mejor no lo consigo, posiblemente tome decisiones equivocadas que tuerzan la lógica interna de los personajes o no sepa plasmar las escenas de forma eficiente; pero precisamente se trata de eso, de terminar un proyecto para que, quizás, en el tercera o cuarta novela posterior surja esa maravillosa obra maestra entre filosófica y autobiográfica que fascinará a los críticos durante generaciones. Espero terminarla, aunque no estoy seguro de conseguirlo. Las reescrituras serán terribles, con ese pensamiento repetitivo en mi cabeza de: “Esto es una bazofia horripilante, hay que destruirlo”. Y luego tocará maquetarlo y publicarlo en Amazon. Pondré el precio más barato posible, no es mi prioridad ni siquiera publicitarla, pero cómo mínimo será amena y creo que divertida. Asumo que hasta junio-julio no habrá enlace de descarga y/o compra.

En el tema sentimental no espero nada. Qué fácil es follar y qué difícil encontrar a alguien que no te aburra las restantes 23 horas. Creo que me estoy convirtiendo en un huraño, desde mi experiencia en Meetic me dan pereza las relaciones, supongo que me saturé de tanto chat y tantas citas con mujeres absurdas. Alguna todavía guarda mi número y ha intentado quedar en estas fiestas conmigo un par de veces, pero les dije que no poniendo excusas de lo más variopintas; prefiero quedarme en casa leyendo o jugando a la Nintendo Switch. Supongo que solo es una etapa, pero es divertido comprobar cómo puedes aislarte a pesar de tener varias redes sociales, trabajo, grupos de WhatsApp, etcétera. Es divertido comprobar como el individualismo, pasar mucho tiempo sin pareja, sin quedar con amigos, convierte el agujero de la soledad en un lugar plácido y cómodo, siempre y cuando tengas proyectos y obsesiones. La biografía de Bukowski es decepcionante en este sentido. Pero quién sabe, según se suele decir cuando no buscas encuentras, aunque me suena a la típica chorrada Paulo Coelho: si no buscas lo normal es que te encuentren un día ahorcado en el baño fruto de una mala praxis con la asfixia autoerótica, en plan David Carradine

El trabajo. Otro tema curioso. Pensaba que a estas alturas de año ya no estaría trabajando en Yoigo. Y ahí sigo. Un ERE encubierto, ¾ partes de la plantilla fuera y, sin embargo, mi turno se mantiene. Ya ni me molesto en disimular: hago mal mi trabajo, quiero que me echen. Pero no hay manera, es asombroso hasta niveles kafkianos; el abogado de la empresa lo único que sugiere entre bambalinas es que defraudes a la seguridad social, faltes varios días y ellos te echarán sin indemnización pero con los papeles del paro. Hasta ahora los únicos que han cobrado indemnización -casi todos llevamos una media de 8-10 años-, son los gerentes y los que se han molestado en ir a juicio. Al 2020 tampoco le pido nada. La precariedad laboral me rodea, si no es en este sitio será en otro; me da igual, creo que últimamente me da todo igual.

            Releyendo lo que he escrito hasta ahora parece no tengo muchos propósitos para el 2020 más allá de sobrevivir. Qué maravilla. Bueno, apuntaré unos cuantos de forma rápida: leer mucho, los cien libros anuales siempre son necesarios. Escribir muchas reseñas, porque eso significará que he leído libros interesantes. Ser más sociable -este no creo que lo consiga, pero lo añado-. Ir más al cine, sea solo o acompañado. Tengo entradas para dos conciertos en 2020 en Madrid a los que acudiré solo -Mad Cool (Deftones y Billie Eilish) y Extremoduro-, pero me apetece que sean más. Volver a salir a correr todas las semanas como antes. ¡Dormir bien! Eso sí que estaría genial. Ciertos futuribles que han empezado a gestarse el mes pasado y que podrían solucionar mi economía durante un tiempo. Y sí, vale, conocer alguna mujer interesante, aunque solo sea por dotar a la protagonista de mi novela de alguna capa extra de complejidad; reconozco que soy un escritor muy autobiográfico, me cuesta inventarme totalmente una historia, al final suelo tender a utilizar las cosas que me suceden o leo y cambiarlas un poco.

            Os deseo, queridos lectores, que el 2020 sea provechoso, interesante y estimulante. Y que logréis ser felices sea cual sea la realidad que os toque vivir. Un abrazo a todos.

Rorschach Libros 2020 & Reseñas

  1. Carlos de Luca - "Pajas"   Entretenido (3)
  2. Haruki Murakami - Tokio blues (Norwegian Wood)   Excelente (4)
  3. Anne Rice - La comunidad de la sangre (Crónicas Vampíricas 13)   Mediocre (2)
  4. Shari Lapeña - La pareja de al lado   Mediocre (2)
  5. Gotham Writer's Workshop - Escribir ficción: Guía práctica de la escuela de escritores de Nueva York   Excelente (4)
  6. Douglas Coupland - La vida después de Dios   Entretenido (3)
  7. Andrzej Sapkowski - La sangre de los elfos   Entretenido (3)
  8. Charles Bukowski - Beber   Entretenido (3)
  9. Andrzej Sapkowski - Tiempo de Odio   Mediocre (2)
  10. Andrzej Sapkowski - Bautismo de fuego   Excelente (4)
  11. Alice Kellen - Nosotros en la luna   Mediocre (2)
  12. Andrzej Sapkowski - La torre de la golondrina   Entretenido (3)
  13. Andrzej Sapkowski - La Dama Del Lago   Entretenido (3)
  14. Sally Rooney - Gente normal   Excelente (4)
  15. Marina L. Riudoms - Había una fiesta   Mediocre (2)
  16. Taylor Jenkins Reid - Todos quieren a Daisy Jones   Excelente (4)
  17. Allan Pease-Barbara Pease - Por qué los hombres quieren sexo y las mujeres necesitan amor   Entretenido (3)
  18. Anna Pacheco - Listas, guapas, limpias   Mediocre (2)
  19. Irvine Welsh - Col recalentada   Mediocre (2)
  20. Guillermo Toledo - Razones para la rebeldía   Entretenido (3)
  21. Princesa Inca - Crujido   Entretenido (3)
  22. Patricia Benito - Tu lado del sofá   Mediocre (2)
  23. Fernando O. Paino - Oraciones por la lluvia: La historia de The Cure   Entretenido (3)
  24. Pedro Andreu - La amplitud de una nevera americana   Entretenido (3)
  25. Amélie Nothomb - Los nombres epicenos   Entretenido (3)
  26. Jürgen Müller - Lo Mejor Del Cine De Los 80   Excelente (4)
  27. Kazuo Ishiguro - Nunca me abandones   Entretenido (3)
  28. Pedro Andreu - Laura y el sistema   Entretenido (3)
  29. Ana Elena Pena - Vamos a follar hasta enamorarnos   Entretenido (3)
  30. Ryū Murakami - Piercing   Excelente (4)
  31. Ryū Murakami - Sopa de Miso   Entretenido (3)
  32. M. Baeza - Basura Mental / Amar en tiempos de tinder   Entretenido (3)
  33. Aixa de la Cruz Ventosa - Cambiar de idea   Entretenido (3)
  34. Nicolás Amelio Orti - Cien películas que me abrieron la cabeza   Entretenido (3)
  35. Alberto Noguera - El País de Loix   Entretenido (3)
  36. Antonio Cremades - El Cadáver que Sostengo   Mediocre (2) 
  37. Dara Scully - Animal de nieve   Entretenido (3)
  38. Banana Yoshimoto - Lagartija   Excelente (4)
  39. Michel Houellebecq - Sumisión   Entretenido (3)
  40. Woody Allen - A Propósito de Nada   Entretenido (3)
  41. Lucía Etxebarria - Amor, curiosidad, prozac y dudas   Entretenido (3)
  42. Lucía Etxebarria - Liquidación por derribo: cómo se gestó la que está cayendo   Entretenido (3)
  43. Lucía Etxebarria - Más peligroso es no amar: Poliamor y otras muchas formas de relación sexual y amorosa   Entretenido (3)
  44. Banana Yoshimoto - Recuerdos de un callejón sin salida   Entretenido (3)
  45. Dominique Aury - Historia de O   Excelente (4)
  46. Rodrigo Ratero García - Sexateuko: La biblia de la decadencia   Entretenido (3)
  47. Raymond Chandler - El largo adiós   Excelente (4)
  48. Aleix Saló - Todos nazis: Cómo España se llenó de "fascistas" hasta que llegaron los fascistas   Entretenido (3)
  49. Bryan Hill, Matt Hawkins - Postal: The Complete Collection   Entretenido (3)
  50. Bret Easton Ellis - Blanco   Excelente (4)
  51. Jano García - La gran manipulación: Cómo la desinformación convirtió a España en el paraíso del coronavirus   Entretenido (3)
  52. Roger Wolfe - La poesía es un revólver apuntando al corazón   Entretenido (3)
  53. Mark Manson - El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda   Excelente (4)
  54. Richard Bachman/Stephen King - La Larga Marcha   Excelente (4)
  55. Lucía Etxebarría - Por qué el amor nos duele tanto   Entretenido (3)
  56. Sara Mesa - Un Amor   Entretenido (3)
  57. Marc-Uwe Kling - QualityLand   Entretenido (3)
  58. Jesús Cintora - La conjura: Así se fraguó el primer Gobierno de coalición de la democracia   Entretenido (3)
  59. Stephenie Meyer - Sol de Medianoche   Malo (1)
  60. Miguel d'Ors - El misterio de la felicidad: Antología poética   Entretenido (3)
  61. Vanessa Springora - El consentimiento   Excelente (4)
  62. Ben Hamper - Historias Desde la Cadena de Montaje   Excelente (4)
  63. Enrique Segura Alcalde - 1980-1990 La década dorada de los videojuegos retro   Excelente (4)
  64. William Chislett - Microhistoria de España: Contada por un británico   Entretenido (3)
  65. Angélica Liddell - Guerra Interior   Malo (1)
  66. Gata Cattana - No vine a ser carne   Malo (1)
  67. Óscar Ortiz - Tres Abrazos   Entretenido (3)
  68. Frank Miller - Batman: El regreso del Caballero Oscuro - La saga completa   Entretenido (3)
  69. Edge - Los mejores 100 videojuegos   Entretenido (3)
  70. Ida Hegazi Hoyer - Perdón   Entretenido (3)
  71. Charles Bukowski - La enfermedad de escribir   Entretenido (3)













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