Nunca me había gustado. Lo
había hecho alguna vez, por obligación, sin disfrutar lo más mínimo, sin
desearlo en absoluto…
Hasta él. ¿Por qué coño
con él sí? No lo entiendo. Odio no entender. La primera vez me pilló por
sorpresa. Estaba encima de mí. La metía y cuando parecía que estaba a punto de
sacarla completamente, de abandonarme, embestía furioso. El sexo así tiene algo
que el tierno no tiene. ¿Cómo podía no echar de menos la ternura? “Pregúntame
lo que quiero” “Te jodes, hoy mando yo”
¿Y por qué me gusta? ¿Por
qué ese “te jodes” me hace sentir perra en celo, por qué me inunda así? Creo
que me estoy volviendo loca.
De repente no sé bien cómo
llegó a mi boca y empezó a follármela. Sin pedir permiso, sin preguntar. Mis
flujos llenando mi boca, mezclados con los suyos. Sube el ritmo, ahógame,
quiero morir asfixiada.
Aprenderás a hacerlo. Y
sonaba a promesa, a sesiones eternas de sexo, a ti aprendiendo de memoria los
lunares de mi espalda hasta que sean tu guía, tu mapa celestial en las noches
oscuras. Sonaba a mí suplicando que me folles también el culo, mientras tus
dedos buscan en mi coño la felicidad.
Suena a caricias, a
mordiscos. Suena a mi pelo acariciándote las caderas mientras subo y bajo
rítmicamente, mientras mis labios te envuelven y mi lengua te saborea.
Enséñame. Hazme hacer
horas extras. Se mi dueño. Fóllame hasta que tu polla no conozca otro hogar que
mi boca. Hasta que encuentres el amor en el fondo de mi garganta, hasta que mi
lengua sea la única caricia que desees.
Mi dueño… ¿O no?
La lluvia continúa cayendo, danza existencial delicada
y ajena
enjambre de emociones escarificadas.
Necesito sobrevivir a los imponderables una noche más
enciendo una cerilla y la luna se vuelve verde absenta.
Eres mi nueva sumisa:
charlas viciosas, sentimientos como sutiles dédalos sin salida, faldas sin ropa
interior que esconden el secreto del eterno retorno, carnicería de rojos sobre
una piel demasiado blanca todavía. Bésame con tu carmín extenuado,
despellejemos tu ropa por el suelo, huyamos juntos: ¿sabes volar?
La noche estalla, tu pelo
juega sobre mi vientre desnudo mientras rodeas el glande con tu lengua y te la
metes en la boca cerrando los labios despacio, muy despacio. Arqueo el cuello
para poder disfrutar del espectáculo: tu cabeza meciéndose sobre mí, tus labios
llegando a la base de mi polla, atravesándote. Siento las contracciones de tu
garganta en pequeñas ondas de placer y calor. Tu dedo ensalivado provoca
primero la sorpresa y luego el placer incólume. Aumentas el ritmo más y más, me
miras excitada. Hay una certeza de amor en tus ojos, de juego peligroso.
Cuando estoy a punto de
correrme me empujas y te pones sobre mí, derramándote sobre mí boca. Te fusilo
con mi aliento de mármol, mi lengua te embiste mientras masturbo en círculos tu
clítoris con el pulgar. Orgasmo casi simultáneo, perverso en su sencillez, mi
nombre muere en tus labios. Te echas a mi lado, nos besamos, flujos en armonía.
Sigues caliente, yo también, pero ahora necesito una copa.
Te observo de pie como
ronroneas impaciente. Hay una coreografía vital de quietismo en morse en esa
mirada febril que me dedicas. Me sorprende tu sola presencia. Estoy acostumbrado
a mujeres cobardes, impotentes más allá de una pantalla y un teclado, jodidas
musas que al final acaban con un gañan sin imaginación. Pobres ingenuas, ¿creen
de verdad que encontrarán a un amante que las folle alternando ternura y dureza
visceral? Espero que no terminen mirando la lámpara del techo esperando que
todo acabe rápido, porque será entonces cuando no podrán evitar recordar que
había alguien que solo con su voz y las palabras adecuadas las llevaba al
orgasmo en pocos minutos. Así son las decisiones. La jodida vida siempre nos
ladra en los tobillos para recordarnos nuestra resaca de idioteces.
Me pongo un condón, me siento
extrañamente feliz. Espero que ninguno de los dos estropee algo tan bonito
enamorándose.
Proust y el tiempo perdido. Y piensas, ¿para qué, de qué sirve? De
nada, al final de nada. La vida real no se ajusta a tus deseos, sigue sin
vacilaciones a pesar de las decepciones, de esas hondas decepciones que te
llevas con las personas. Y el dolor es vulgar porque se repite en todas esas pútridas
historias que nos rodean, y además sabes que la primera persona del singular
suele ser la más decepcionante. Y no sucede nada relevante, solo esa pequeña
fisura entre lo que te gustaría contar y lo que puedes escribir.
A fin de cuentas todos siguen
adelante, somos muescas, trofeos llenos de polvo, sabanas sucias, frías ya, sin
pasión, olvidadas; atrás quedan las palabras, los sentimientos, las noches
llenas de biografías extraviadas, de roles obscenos, de promesas, planes, del
bello accidente en el que apretabas con tu sonrisa el acelerador porque creías
que era real y merecía la pena. Atrás quedan los puntos suspensivos, las
ciclotimias, las caricias a una muñeca rota, atrás quedan las entradas efusivas
donde realmente existía el pálpito, donde la vulgaridad no era una opción.
Porque ese es el problema: nos desligamos de
esa parte de la literatura que todos atesoramos desde pequeños, mutilamos nuestra épica y nos convertimos en algo ordinario. Algunos se engañan, creen que siguen adelante cuando lo
único que hacen es caminar en círculos sin luchar, no se atreven a mirar
atrás y enfrentarse a todo lo que están perdiendo. Tampoco saben elegir las
palabras, ya no, se queda todo en una sinfonía de silencios, de estupideces, de
meteduras de pata en las cuales la crueldad solo es una ventana abierta que se
han dejado olvidada por error. No importa, como decía, ¿de qué sirve todo esto?
A veces mi realidad es una
puta pagada con tinta
una soledad en círculos siempre gastados por el mismo
lado
cocodrilos de sonrisa aviesa que observan
como si fuera el beso de Klimt
el dibujo abstracto que han
dejado los sesos de Hemingway
en mi pared
un reloj cuyas agujas se mueven
como
arañazos catalépticos en un ataúd.
Subo la música, cierro los ojos
mi cerebro lisérgico ansioso de entropía escribe un poema en morse sobre un coño repleto de efímeros enamorado de sí mismo.
Suenan las alarmas en el lado equivocado de mi cerebro
quemo todos mis libros
doy de comer a las palomas en el psiquiátrico
corro con los cordones desatados en el cementerio
recorro de noche los bares uno, dos, tres, quinientos
todos llenos de crisis existenciales
de genios desconocidos a perpetuidad
con el rostro ahíto de melancolía
abandonados como yo
dándote la razón también en eso.
Abro los ojos
a la danza esquizofrénica
de un cenicero lleno de colillas encendidas [no
fumo]
en una habitación sin luz.
Me posee –insisto- una soledad demasiado concurrida por tus nostalgias
por la homilía de tus abrazos
la zozobra de tus caricias
la llama de tus labios
por el deseo de entrar en tus ojos
desnudarte lentamente
desvalijar tu cuerpo sin grumos literarios
inmolarme en tu boca
tus labios
tus pestañas
y convertir esta noche [todas las noches]
en parpadeos sin memoria.
Quiero follarte hasta que recites mi nombre en sueños
hasta que mi semen sea el único alimento que necesite tu estómago
quiero follarte hasta que esté tatuado a tu piel
hasta infectarte
quiero maquillar tu clítoris con el carmín de mi saliva
olas de mar penetrando tu orilla.
Quiero follarte hasta que dependas de mí
hasta que solo sepas reconocer tu cuerpo cuando mis manos lo recorran
quiero follarte hasta que me vendas tu ego con un beso de puntillas
Esta noche el Poeta se
siente solo, sin pasión por las palabras. Sube y baja la botella por su
vertedero anímico mientras piensa con nostalgia en lencería roja y desahucios
de amor. La ciudad, desierto de cemento y ladrillo, da un respiro: aún faltan
horas para que amanezca. Capas de polvo sostenidas solo por el ruido lejano de
algún coche. Brinda de nuevo auspiciado por la música que palpita en sus venas,
por las conexiones que permiten estas palabras, por el vaticinio, el
desconcierto, por la búsqueda de ese algo
indescifrable. Los demás piensan que es un misántropo, pero solo es débil,
frágil en sus sentimientos, aún no ha dado la orden de disparar sobre sus
sueños, estúpidos idealismos, no mira al cielo buscando explicaciones, solo a
los espejos.
Cada noche reúne algo de
valor, utiliza la navaja y se despedaza el pecho. Saca su corazón y lo mira
fijamente. Lo muerde para sentir ese dolor inaudible más cercano, menos
alienado por el tópico. Y luego utiliza la sangre que sigue bombeando para
escribir. Pero no consigue expresar nunca lo que quiere, no hay alma, está
cerca, rozando esa sensualidad que siente, pero no llega a convertirla en
palabras, solo es una marisma abandonada. Cuando el fracaso es inapelable lo
vuelve a coser en su interior, un interior cada vez más grande y polvoriento.
Pero esta noche es
distinta, la musa aparece con los pies desnudos manchados de sangre. Su piel es
sueño, su cuerpo es música sinfónica sinestésica de belleza inexplicable. El
Poeta moja la pluma en sus huellas sobre el papel y deja que una oración de
lascivia devore su cordura. Los versos resbalan como un disparo a bocajarro, la
ata a la cama con metáforas de deseo febril y la posee con violencia, con ansias
de redención y accidente de tráfico.
En la ciudad los versos
del Poeta provocan una bendita locura: estalla el caos, todo arde, las parejas fornican
sin miramientos, quienes viven solos salen a la calle desnudos y se ofrecen
enhiestos, o se tumban con las piernas abiertas esperando el placer anónimo. No
hay pudor, las calles emanan un fuerte olor a semen caliente, sudor y sexo. Todos
brindan por la muerte de los viejos dioses, todos aceptan su bisexualidad,
reciben y dan placer, hay una risa libertaria que pudre convencionalismos, la
histeria es colectiva, los cuerpos desgastados por el delirio furioso, las
mentes roncas por el hambre voraz de contacto.
Pero solo dura esa noche, el
amor de la musa queda saciado, derretido por la primera luz del alba. Después
solo queda una veleidad maniática y soberbia, una pura contradicción de frígida esencia. El poeta escribe sin descanso, intenta conmoverla de nuevo, pero es inútil:
su corazón es un invierno emocional que ningún poema consigue incendiar.
Mientras, en la ciudad, todo
ha vuelto a la normalidad, nadie habla de esa noche, todos restauran su rutina
de sexo mecánico y aburrido, esa pátina de sordidez conservadora que hace que
muchas mujeres finjan sus orgasmos o se aburran en la cama.
Pero el Poeta no puede
olvidar, se siente desesperado, sabe que ha perdido algo importante. Por eso, unas
semanas después, mientras observa la glacial mirada de su musa, se quita la
camisa, se abre el pecho y saca su corazón de nuevo. Lo lleva a la cocina, lo
cuece con su propia sangre y se lo sirve en un plato. Ella le observa con
desconfianza, prueba un bocado, y luego, como en trance, lo devora totalmente.
Poco a poco va recobrando
la luminosidad en la mirada, su piel vuelve a reflejar la luna menguante.
Vuelve a ser ella.
Los ojos del Poeta se
inundan de lágrimas al contemplarla, y antes de morir en sus brazos sonríe
satisfecho: al fin ha conseguido expresar de forma tangible lo que sentía.
El contexto eras tú:
vestido blanco y escotado, melena castaña, mirada color miel de orgasmo verde,
labios entreabiertos, un aire frágil y ajeno a la vez. Sexo sobredimensionando
una relación llena de contradicción y sin futuro, solo unT’estimoen un
chat etéreo mientras el instante de zozobra pasea travieso e imberbe entre
nosotros.
Pero a fin de cuentas no
existe demasiada metafísica en el polvo de dos personas tan dañadas: polla y
coño, poemas de vida, húmedos y ansiosos sexos transformando el ritmo monótono
de su existencia en una indecorosa alegría libertaría de sodomización brutal.
Entrega, como la poesía de tu mirada fija, como la pequeña capitulación de
realidad que inicia tu mano recorriendo mi cara. Somos pequeñas dosis de litio
en pleno parto amoroso: como una habitación acolchada donde eyacular mi
ponzoña, como tu ansiedad sedimentada en mi amor capcioso.
Y sin embargo nos caló
brevemente la felicidad, como esa primavera sutil de la flor que se abre bajo
la lluvia.
(...)
La quería, así de simple,
quería que viniera a mi casa, que ocupase mi cama, mi habitación, mi alma, mi
polla con su boca, su coño y su culo, quería que se apropiara de mí, quería
sentirme propiedad, quería que me leyera cuentos, todas esas fastuosas
costumbres que tenemos los seres humanos cuando vivimos en pareja, toda esa
soledad barrida con sutileza y sencillez, con la sombra de una presencia que se
cree eterna y que dura lo mismo que la pasión de un día, de un amanecer, lo
mismo que el abrazo de unos borrachos, que la fascinación de una canción, que
la admiración cuando se pone a prueba. Yo quería todo eso porque soy idiota,
porque mi ánimo suicida solo es cobardía, decepción, unos comics que leía de
pequeño en los cuales la vida era sencilla, con perfectas reglas de uso.
Y ahí
estaba yo mientras mi abuela psicótica decía que mi madre era una puta y no me
afectaba. Y ahí estaba yo cuando durante cuatro años me insultaban en el
colegio y no reaccionaba. Y ahí estaba yo cuando liberé mis venas, ensucié
el baño de sangre y el grito histérico de mi madre se reflejaba en ella como
algo banal, anecdótico. No, no, no, no. A fin de cuentas todos
pendemos de un hilo muy fino. Desaparecer es como escupir al suelo y ver como
se derrite nuestra humanidad poco a poco.
(...)
¿De qué hablar cuando has
aniquilado la primera botella de vino y sabes que tienes público? Porque la
desdichada conclusión lógica de semejante escenario es empujar tu ego estúpido
a publicar cualquier cosa que tus dedos maniqueos y espurios elucubren, aunque
luego invoques una penitencia cerril escondiéndolo tras otra entrada poética
insustancial. Pero, ¿acaso importa, acaso nos conocemos para que me importe
realmente vuestra opinión? No, nada, todo es insípido, tremendamente asqueroso
e insustancial. Radiohead. Niño mimado.
Podría hablar de mi abuela
psicótica. De mi madre inexistente. De mi padre muerto, porque quien no
aparece, quien no te quiere ni se interesa por ti, deja de existir y muere. No
conozco a ese miserable cabrón, ¿es duro? No, las preguntas se hacen ante un
espejo. Existe un vacío. Una oportunidad perdida. Una zona muerta. Lo más cerca
a un padre que tuve fue mi tío, y murió hace unos meses. Hacía más de diez años
que no le veía. Hablé con él por teléfono un par de veces. Pero le despreciaba
porque también tenía problemas psicológicos. Supongo que es hereditario.
Durante mucho tiempo pensé que yo también estaba condenado a escuchar voces y
ver “cosas”, pero no sucedió. Hubiera sido una buena excusa. Sólo heredé el
orgullo y el alcoholismo. Pero me arrepiento. Me hubiera gustado hacerle algunas preguntas, saber más de él, de lo que había estado haciendo todo este tiempo. Dejar a un lado mis prejuicios estúpidos e ir a
verle.
Cada día me cuesta más
levantarme de la cama. Aspiro a una especie de epifanía sentimental, pero es un
error, confundo vacío existencial con vacío emocional. De hecho el blog es un
problema. Debería de sacudirme la resaca, el aturdimiento de la soledad, salir
a la calle, quizás matricularme de nuevo en la universidad o trabajar en otra
cosa. Pero no, no comienzo nada; algo anda mal en mi cabeza, debería ir a un
psicólogo, debería castrarme o cortarme las venas de forma melodramática,
debería lamer tus tacones, sacar mi enorme monstruo purpura y eyacular por
quinta vez sobre la faz de esta fatídica noche, y así, de esa forma, conseguir
que todo termine en unhappy end, en un sarpullido de indigencia, en
un fundido en negro con un pedazo de carne con forma humana dormitando a lo
lejos.
A veces recuerdo a mi ex, ¿fui
cruel con ella, despiadado, me la follé como un desalmado? Seguramente lo mejor
que le ha podido suceder es que se haya alejado definitivamente de mí. Lo que
me lleva a recordar a esa otra catalana. La quería, enamorado de esa pasión que tenía por la vida, fingiéndome un reflejo, un cuento. Me
hacía sentir vivo, quizás por eso aún me cuesta hablar con ella.
Estoy al borde del abismo,
un abismo con forma de pista de hielo en la cual nada tiene importancia, como
si solo fuéramos pequeñas conversaciones que se gestan con el eco de la risa
del almanaque a nuestras espaldas. Y no puedes evitar sentir que la oportunidad
se pierde, como si fueras el espectador de una carrera amañada. Pero,
¿realmente quieres esa oportunidad? A veces no lo sé, se está tan bien aquí, es
casi como volver a saborear el líquido amniótico, escondido, disfrutando del
silencio artificial pero seguro del laboratorio, metáfora de los lugares
comunes del capitalismo que evitan con el placer artificial del consumismo que
cuestiones una felicidad ficticia y anoréxica.
(...)
La filosofía de los blogs
es bien sencilla: uno llega, escribe su mierda y luego alguien la olfatea. Hasta
aquí todo bien. El problema es idealizar. Voy a contaros una historia. Cuando
volví de Barcelona hace unos años, no sé exactamente cómo, recabé en un blog
que me impactó sobremanera. De hecho me recuerdo recomendándolo a mis amigos
porque era visceral, sorprendente, políticamente incorrecto, usando a la vez un
lenguaje sórdido y excelso. Es cierto se repetía: sexo, sexo y más sexo, pero
aun así me gustaba pasarme de vez en cuando, como una reverencia
bienintencionada. Recuerdo un par de meses en los que escribió una saga
cojonuda donde mezclaba fantasía con mapas del tesoro y una musa ninfómana;
joder, era impresionante. Había talento, honestidad, soledad irredenta, daba la
sensación de que escribía porque lo necesitaba, sin más. De pronto, sin ninguna
explicación, cerró el blog. Me fastidió, pero al final consideré que era la
mejor forma de desaparecer, una digna salida.
Mucha gente se queja de
Bukowski, sus temas manidos: alcohol, putas, callejones, peleas, hipódromo, y
al final de su vida: vejez, muerte y gatos. Pero nadie puede negar que fue un
escritor honesto: escribía porque era su pasión, porque era lo que le definía y
daba sentido a su vida. Nunca he admirado a nadie, nunca he tenido posters de
cantantes o deportistas en mi habitación, he leído demasiadas biografías, soy
demasiado ¿inteligente? ¿realista? No lo sé, pero lo que sí puedo afirmar
rotundamente de Bukowski después de leer toda su obra publicada en España, y un
par de biografías, es que siempre fue fiel a si mismo, a pesar incluso del
éxito, y aunque no seas afín a su material, eso merece todo nuestro respeto.
Pero reconduzcamos el
tema. En diciembre del 2010 comencé mi blog, y unos meses después, navegando de
enlace en enlace, encontré un blog que albergaba unos textos excesivamente
familiares. Un comentario, una respuesta: era el mismo autor. Me pareció
increíble reencontrarlo. Decidí mandarle un correo, de hecho vivía en Madrid,
podríamos quedar en algún momento.
Desgraciadamente la
realidad siempre transpira el germen de la decepción. No voy a entrar en detalles,
el resumen, forzando la elipsis, es haber descubierto detrás de la impostura a
alguien despreciable, que siente un nulo respeto por sus textos y él mismo.
Bah, da igual. No es
importante, ¿algo lo es? Todo es efímero y eterno a la vez, como las palabras,
como las musas, como la vida. Fundido en negro. Brindis. Mañana será otra
oportunidad para asfixiar al delirio y bendecir la racionalidad.
Solo espero que cuando os
sintáis frustrados, incluso abandonados por mi silencio, recordéis esta entrada
y entendáis que, en cierta forma, lo he hecho por vosotros.
Me llamaste varías veces,
a las ocho, las ocho y media, las nueve, las diez, las diez y media… habías
llegado a la ciudad y tenías curiosidad por conocerte. Pero yo había iniciado
mi clásico rito de autodestrucción de los viernes y tenía el móvil en silencio,
debajo de alguna pila de ropa.
Seguiste llamándome, borracha,
caliente, sexual, con la risa y el ruido de fondo de algún bar del extrarradio.
Me llamaste tanto que acabé por darme cuenta, pero ya era demasiado tarde. Te
enfadaste cuando te dije que era imposible que nos viéramos, demasiado desfase de
ebriedades, no tenía ganas de vida social, timidez exacerbada, el fracaso supurando
por las paredes, el asco, el miedo a joderla todavía más. En fin, la
conversación fue desagradable, el típico colapso de decepción y odio, me
dijiste que ya estabas acompañada, que no importaba demasiado, y me colgaste de
mala manera.
Mierda, pensé, estaba muy bien
antes de la llamada, feliz en mi inexistencia, el alcohol sanando,
manteniéndome vivo, los muertos tocando sus pequeñas sinfonías de talento
inusual, mañana ni siquiera tenía que madrugar… Pero no, la noche había perdido
ritmo, tu voz me había despertado una extraña ansiedad de contacto humano.
Seguí bebiendo.
A las cuatro de la mañana,
una botella después, me dejé dominar por el impulso: quería llamarte,
convencerte de algo, ni siquiera sabía exactamente de qué, quizás estuviera
relacionado con la orbita cementerio de mis pensamientos, quizás, siendo
sincero, tenía más relación con la imagen de tu cuerpo oscilando sobre el mío. Quería
tener una oportunidad de redención, a fin de cuentas yo era el único genio en
la multitud, alguien impredecible, capaz de follarte con la violencia adecuada
justo antes del gatillazo, capaz de hacerte reír como una loca antes de decepcionarte
completamente, alguien, en suma, mucho más gilipollas que cualquiera del
contubernio de gañanes que te rodeaba en este momento.
Te llamé. Y ahí estabas,
al otro lado, totalmente borracha, la voz preñada de lujuria desencantada, buscando
tabaco en la calle desierta, la ciudad rozándote con sus ojos húmedos. Me sentí
atrapado de inmediato, todo rastro de raciocinio desapareció. Te dije que iría
a salvarte ahora mismo. Te reíste, como una araña haciendo temblar su red,
miraste a tu alrededor y me diste el nombre de la calle. Te grité como despedida
que iba a inmolarme contra tu clítoris desdeñoso, que íbamos a joder en la
misma calle, como perros en celo.
Veinte minutos después el
taxi estacionó a un par de metros de ti. Antes de bajar observé tu perfil, saboreando
el momento. Eras jodidamente guapa, mohín clásico de depredadora, cara de
multiorgásmica, falda etérea, figura rotunda, pezones que desarmaban con su
arrogancia, cuerpo de orgiástica belleza enhebrando el viento...
Mierda, eras demasiado.
Simplemente demasiado. Le dije al conductor que diera la vuelta. No había nada
que hacer.
Esta noche no es distinta, un jueves/viernes de madrugada, demasiado borracho,
demasiado honesto, demasiado jodido, demasiado, en definitiva, solo. Me imagino
a los demás, con su cuerpo cubierto por las mantas, durmiendo, esperando la
maldición del despertador, y yo aquí, esfumándome mientras la noche se mece
lentamente entre la lluvia. Quizás sea la misantropía quien se encarama a mi
espalda y me hace pensar que relacionarme con los demás supone un baño de
realidad cortante. Quizás confunda contigo, mi querida desconocida, el vacío
existencial con el vacío emocional, quizás me obsesiona la idea de follarte, de
moldear tu carne con la caricia violenta...
Otro trago, la erección escorándose, siento
que enloquezco, todo es efímero, ¿mañana? no importa, no quiero que me salves,
los años de plenitud ya han sido devorados por los cuervos, solo te pido terminar
la noche besándote antes de dar la orden de ejecución, pasar mi mano por tu
culo de zorra antes de que dejes caer la guillotina, antes de que muerdas mi
carótida y caiga desangrado a tus pies.
Pero entonces me abres la boca con tu lengua, me abrazas con
violencia. Hace tiempo que no siento un beso tan nítido, es como si caminases
por mi tumba. Caemos sobre la cama, tu sexo está vivo, palpita entre mis dedos,
no hay guiones ni censuras, solo dientes afilados desgarrado carne al azar, dedos,
manos tobillos, pezones, muslos, cuellos, todo el cuerpo anhelando la posesión atávica,
el cara a cara con el misterio de la existencia, busco en tu coño el oxigeno
que necesito para mantenerme vivo, diez surcos de sangre en mi espalda, mi
polla estremeciéndose, quebrándose cuando la presionas en el límite exacto de
amor/odio, tu coño fundiéndose en una espiral de ansiedad y melancolía. Me hundo
en tu cuerpo húmedo, lluvioso, horadándote como si mis manos fueran raíces
buscando el agua en tu suelo, en tu carne, en tu sangre, eterno vaivén con el
péndulo de la muerte bajando sobre nosotros. Tu coño abierto es jodidamente
acogedor, ya no se trata del viejo juego, estamos follando como si detrás del
orgasmo se escondiera un turbio apocalipsis. Hace frío, temblamos al borde de la
convulsión, somos místicos en pleno viaje de peyote, iluminados, gurús, mártires
con el placer infectado en sus ardientes estigmas, santas descubriendo la
profundidad de su amor por dios a través de enormes cirios. Desaparecen los
referentes, las habitaciones oscuras, las tardes deambulando sin rumbo, la
soledad, el ostracismo, las voces; todo desparece. Jadeamos como animales, me
dejo caer sobre ti, siento que te atravieso y a la vez me precipito en tu
interior. El orgasmo llega, gritamos entre el éxtasis agónico, la asfixia, la
ebriedad y el olvido, nuestra carne humea incandescente, se funde en un
perfecto y jodido milagro, en un puto guiño a los dioses paganos, como una
bomba atómica explotando en el desierto, como un bucle de infinita obscenidad.
Cuando despertamos, la civilización, tal y como la hemos conocido,
ha desaparecido. Estamos solos. Nos miramos a los ojos: no nos preocupa demasiado. Volvemos a la cama. Hay mucho trabajo que hacer.
Que absurdo, todo iba bien, era tierno, quizás demasiado para el poco tiempo que llevábamos juntos,
apenas una semana, me decía que nunca había sentido algo tan fuerte por nadie,
ni siquiera con su pareja de toda la vida. Joder, que responsabilidad, y yo
aquí, sin creer en nada, sin sentir más que una atracción. Me gusta, de acuerdo,
pero de ahí a lo otro, pues no, ni siquiera le conozco todavía.
Por fin llega nuestra
tercera cita, me besa, todo va perfecto, sigue tierno, acariciándome. Vamos a la
cama, y ahí la cosa ya empieza a deshilacharse; hay torpeza en sus gestos, es
incapaz de desabrocharme el sujetador, se tumba sobre mí, y empieza a trasegar.
Arriba y abajo, arriba y abajo. Aquello que siempre me suena tan horrible, tan
poco romántico, bombear, eso, nada más. Intento cambiar de postura, pero parece
que le incomoda. Aquí estamos, con la luz apagada, ni siquiera me habla, ni me
mira, ni nada, se limita a empujar, ¿acaso imagina que soy otra? ¿Está en un
trance religioso que le impide dar placer? Me imagino como aquellas mujeres de
generaciones atrás, castas, un agujero en las sabanas, camisón hasta los pies, ¿disfrutar?
No, no, eso es pecado. Lo gracioso es que esto ni siquiera sería un pecadito,
solo es un polvo largo, eterno.
Y encima esa música de mierda de fondo, alguien
destrozando una canción de Metallica, luego un cantautor lleno de ripios. Tengo
que lidiar con esto, la lámpara del techo es mona. Blanca, como de pétalos, muy
de Ikea, me gustaría ir a Ikea; quizás al de Murcia, aunque me coja un poco
lejos, así podría ir a ver a Carlos, que me diera en persona ese regalo de
cumpleaños que siempre me dice por teléfono que me va a sorprender pero nunca
quiere enviarme por correo. Sigo divagando, ¿por dónde iba? Ah, sí, el impertérrito
sigue sudando sobre mí, ajeno al mundo real, sin ver que me estoy durmiendo.
Joder, que largo, ¿acabará de una puta vez? Intento moverme, girar, ponerme
encima. No funciona, parece que se desinfla si le saco de su única posición. Voy
a fingir un orgasmo, a ver si así acelero la cosa y acaba. Gemido, gemido,
cierro los ojos, arqueamiento. Mierda, ¿se puede caer más bajo? Ni siquiera
reacciona, él sigue ahí, con su taladro, enfocado en el trabajo, porque esto es
como un trabajo, no puedo creer que pueda estar disfrutando, yo, desde luego,
no lo hago.
Como odio a Carlos, coño.
Le voy a mandar un mail de odio, por poner el listón ahí arriba, mientras yo
sigo debajo del maratoniano este. Joder. No será romántico, ni me querrá, pero
por lo menos es imaginativo. A ver, a ver, ¿acaba? No, mierda, falsa alarma, sigue.
Imagino que estoy en la playa, una playa preciosa, las olas rozándome los pies,
estoy caminando, me alejo, una ligera brisa… coño, no, las técnicas de
relajación tampoco ayudan. Interfiere este capullo con su sube y baja monótono.
Joder. Esta fuerte, pero solo la parte del pecho y los hombros, que absurdo, la
parte de abajo se le olvidó trabajarla, tiene un culo de anciano. ¿Sigue?
Espera, voy a salir de mis pensamientos… ah, sí, ahí sigue.
Mira que es mona la
lámpara. Tengo que ir a comprar un regalo para Carmen, el domingo es su cumpleaños
y no he preparado nada. Podría estar comprándolo ahora. Y también tengo que
llamar a la del presupuesto de la escalera, sí, a ver si luego me acuerdo. Ay,
espera, que acelera parece que gruñe ¡Sí, sí, por fin acaba! ¡Bien! Se acabó la
tortura, espero que se largue, que no quiera hacer sobremesa. Se levanta y me
mira ufano, hace un chascarrillo sobre que no sabía que era multiorgásmica, me
quedo callada, no sé ni que decir. Que absurdo. Se mete en la ducha, me largo,
necesito quitarme esta sensación. Joder, no estoy confundiendo el vacío sentimental
con el vacío existencial, solo quería echar un polvo, un polvo con algo de
imaginación, con esa pizca de violencia dosificada, caricias, besos, mordiscos,
palabras, ¿pedía acaso algo tan jodidamente difícil?
Intento distraerme, leo el
blog del decadente desde el móvil, poemas como charcos de gasolina, me gusta
imaginarme desnuda, naufragando en ellos de espaldas, llevando solo mis tacones
para que pueda empotrarme por detrás con comodidad. Mierda, me excitan más sus
palabras que todo lo que ha sucedido allí arriba, ni siquiera he llegado a
correrme. Me envía un whatsApp preguntándome donde estoy. Lo borro, maldita sea,
tengo treinta y siete años y acabo de echar el polvo más triste de mi vida.
Suelto una carcajada ante una frase tan melodramática. Coño, sí, eso es, hay
que vivir la vida con humor, solo se trata de un poco de adultescencia
sexual. Arranco el coche, a fin de cuentas -sonrío al pensarlo-, es imposible que el próximo sea peor.
Rorschach (Walter Joseph
Kovacs) es uno de los personajes de la aclamada serie limitada de comics de DC publicada entre 1986-1987, posteriormente llamada novela gráfica, Watchmen, creado por Alan
Moore junto al dibujante Dave Gibbons, con elementos reminiscentes de dos
creaciones anteriores de Steve Ditko: The Question y Mr. A.
Si el Daniel Dreiberg (Nite
Owl) es un personaje que recuerda, con su disfraz y sus gadgets, al Batman de
Adam West, Rorschach, es más bien el retrato psicológico del término que haría
popular al Bruce Wayne de Frank Miller: un psicópata.
Los pensamientos de
Rorschach y sus acciones nos muestran un ser que cree fuertemente en el
absolutismo y la moral objetiva, donde el blanco y el negro están claramente
definidos y no existe el gris, donde el bien y el mal se diferencian con
claridad y el mal debe ser castigado violentamente. Se aliena de la sociedad
con el objetivo de realizar estos fines; todo estos términos maniqueos quedan
simbolizado en su propio nombre: el test de manchas de tinta, y en su mascara,
que él considera ya, en el presente de la acción, su cara, su verdadero rostro.
La identidad secreta de
Rorschach no representa nada, aunque es cómico verle pasear en los primeros
números con un cartel "El fin está
cerca”. Su nombre es Walter Kovacs, su madre, leitmotiv de su misoginia, era
una prostituta abusiva y cruel. De su padre, a quién jamás conoció, tiene la
romántica fantasía de que trabajaba directamente para Truman y que murió en
combate luchando contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Después de
un incidente muy violento en que se vio envuelto con apenas diez años, los
servicios sociales descubren las condiciones sórdidas en las que vive y le
apartan de su madre.
Pasan unos años y a raíz
del asesinato –suceso real- de Kitty Genovese decide ponerse una mascara y junto a Nite Owl combatir el
crimen bajo los códigos éticos que definen un héroe: arrestarlos y
dejar que los tribunales hagan su trabajo.
Pero la catarsis
psicológica que deviene después no es como la de Nite Owl al superar su
impotencia sexual, o la del Dr. Manhattan al recobrar el interés por la
existencia humana a pesar de su omnipotencia, en Rorschach las condiciones de
su patética y violenta infancia ni siquiera son suficientes para prepararlo al
vistazo del abismo de Nietzsche: la maldad no son maquiavélicos planes de
supervillanos, la maldad simple y llana es una persona que rapta, viola,
despedaza y da de comer los huesos de una niña de tan solo seis años a sus
perros, sin escrúpulos ni sentimientos de culpa, esas situaciones que nos
esforzamos de forma pragmática en llamar perversiones u anomalías de gente
enferma para poder seguir viviendo en nuestra burbuja de normalidad, son las que
él se ve incapaz de ignorar, el nihilismo le supera, no hay expiación, ni
siquiera por un Dios que no existe, ser testigo es lo mismo que perpetrador, y
es esa lógica básica la que arrastra a Kovacs a convertirse en Rorschach,
cruzar la línea y matar a ese violador.
Moore y Gibbons llevaron
hasta el final las consecuencias de una postura ética extrema; cogen los pocos
elementos salvables de Taxi Driver –película sobrevalorado, entre otras cosas
porque nadie entendió su crítica a la sociedad americana ni su final-, y con
talento, mucho talento, emergió un personaje eterno. Frases como “Jamás me rendiré, ni ante el apocalipsis”,
o ese momento brutal, cuando está en la cárcel acosado por todos los delincuentes
que ha encerrado y dice: "Ninguno de
vosotros lo entiende. Yo no estoy encerrado aquí con vosotros. Sois vosotros
los que estáis encerrados aquí conmigo“ son un claro ejemplo.
Quizás por eso da la
sensación de que, a pesar de todo, Rorschach es el verdadero héroe moral de la historia,
y por eso emociona tanto el clímax final, lleno de simbolismo, cuando se quita
la mascara y se enfrenta al Dr. Manhattan.
¿Qué importa un cadáver más entre los cimientos?
Hace dos años, cuando
decidí abrir el blog, el primer problema que tuve fue encontrar un alias, un
nombre que representase desde el anonimato algo importante para mí; pero lo
resolví fácilmente, a fin de cuentas, escribir, es también ponerse una mascara.
Soy un decadente indolente, mi apodo, o alias, es Rorschach, y apenas
he hecho alguna mención a esa obra magna del comic que es Watchmen. Prometo subsanarlo
en un futuro cercano si la bebida no acaba conmigo antes. El miércoles por la
noche recibí un whatsApp comentándome que estaban echando la película por la
televisión, y recordé la vicisitudes que sufrí para poder ver la versión
integra. Quizás algunos alcéis la ceja pensando ¿de qué coño está hablando?
Pues sí, queridos seguidores, hay tres versiones de esta magna película, pero
lo más curioso es que la mejor no ha llegado a España. Procedo a introducir el
tema.
Watchmen se publicó como una serie limitada de doce números entre
1986-1987, unió a crítica y público, recibió el mismo reconocimiento que una
novela literaria y Alan Moore se unió otros genios como Will Eisner y su
trilogía Contrato con Dios o Art Spiegelman y su obra sobre el Holocausto Maus.
Centrándonos en la película, y viendo otras adaptaciones (V de
Vendetta, La Liga De Los Hombres Extraordinarios), todo hacía pensar que sería
un fracaso absoluto, pero llegó el señor Zack Snyder y haciendo uso de un mimo
y un afán de fidelidad absoluta, nos regaló a todos una de las mejores películas
relacionadas con el comic –con el permiso de Batman El Caballero Oscuro-, con la que más he disfrutado. Y
teniendo en cuenta que podríamos decir que es mi comic favorito mis niveles de
exigencia estaban en un nivel bastante intolerable.
Naturalmente ha habido cambios, como ciertos detalles del final,
algunos personajes o tramas que se han visto reducidos, eliminados, la relaboración
de las secuencias de lucha y violencia, impronta personal del director, pero en
general, y con el comic en la mano, puedo decir que es una de esas películas
que salen reforzadas, todo los matices que pierde los gana con las escenas de
acción, la música perfectamente elegida, y la caracterización de casi todo –Ozymandias
falla- el elenco de personajes. Pasemos pues al tema concreto, las tres
versiones que existen:
Versión cinematográfica: Obviamente es la que se
estrenó en cines y se ha editado en DVD y Blu-Ray en España. Por separado
también se editaron en DVD Watchmen: Cómic Completo Animado y Watchmen: Relatos
del Navío Negro. El primero se trata de la novela gráfica original leída por un
actor y con ligeras animaciones en cada viñeta; solo hay un doblador, cuya voz
varía ligeramente de entonación con cada personaje, pero es un formato que no
me acaba de convencer, resulta al final monótono, y no tiene nada que ver con
al experiencia mágica de leer directamente el comic.
Relatos del Navío Negro se trata de la adaptación de la historia que
aparece intercalada en la novela gráfica original (alegoría de lo que sucede en
la historia principal). Es una excelente pieza de animación cuyo significado
tal vez se pierda para aquellos que no conozcan su contexto pero que se puede
disfrutar como obra independiente por la historia que explica. (162 minutos)
Versión extendida: La he denominado extendida
ya que, al contrario de lo que indica la carátula, no se trata del montaje del
director. En esta versión simplemente se añaden algunas escenas y se extienden
otras, añadiendo más diálogos y algo de acción pero sin cambiar drásticamente
la película. Es una versión puente entre la cinematográfica y la definitiva,
por lo cual es la menos atractiva, y además, resulta un poco larga, lo cual es
un claro ejemplo de lo sutil que puede llegar a ser el arte de editar. La
podéis encontrar sólo de importación, comprándola por Internet. En Inglaterra
en Blu-Ray con subtítulos en inglés. En Estados Unidos con subtítulos en castellano,
la edición en DVD en sólo de zona 1, con lo que necesitáis un lector de DVD
multizona. (186 min)
Versión definitiva (Ultimate Cut): Integra
dentro la trama Relatos del Navío Negro de forma que sirve de comentario a lo
que transcurre en la película igual que en la historia original, y tiene muchas
más escenas inéditas. Quizás parezcan excesivos esas tres horas y media, pero
os aseguro que merece y mucho la pena, es el comic hecho película. Es la obra tal y como la
pensó su director, sin los cortes abruptos de las otras versiones, y es por tanto la única recomendable.
sólo disponible en Estados Unidos en una edición de cinco discos en
DVD (cuatro en Blu-Ray) que incluye Watchmen: Cómic Completo Animado. (215 minutos)