jueves, 10 de octubre de 2019

Exparejas.

El fin de semana pasado en uno de los descansos surgió el tema de las exparejas y, como suele ser habitual, uno de mis compañeros de trabajo empezó a despotricar sin parar sobre su antigua relación. Como últimamente no tengo paciencia en mis interacciones sociales le interrumpí preguntándole: “Pero explícame una cosa por favor, si tan terrible era, si tan loca estaba, ¿por qué estuviste tantos años con ella, eres masoquista?”. Inmediatamente se calló, irritado porque no había podido desahogarse. En realidad intentaba hacerle un favor, claro que hay ex que son nocivos y tóxicos, todos hemos tenido la mala suerte de cruzarnos con gentuza que no nos han aportado nada. Pero no es lo habitual, la mayoría de nuestras amoríos largos son de una estructura bastante vulgar: nos enamoramos, vivimos unos meses-años fabulosos, empiezan a surgir las desavenencias, los problemas de afinidad y al final, en mitad de la decadencia, alguno de los dos toma la decisión de romper; normalmente esto se produce porque crees -aunque sea inconscientemente-, que allá afuera existe alguien mejor con el que va a ser más feliz.

Ser abandonado, que alguien que antes te amaba muestre de pronto esa indiferencia, es demoledor para el ego. Por eso la reacción más habitual y cómoda, dejando aparte la tristeza por el saudade sentimental, es el rencor. Es cómoda porque es una coartada para el ego: esa persona no merece la pena, te ha hecho un favor, estas mejor sin ella, etcétera. Y una vez que te has volcado en pensar solo en las cosas negativas, haciendo gala de una compleja reprogramación mental, únicamente queda aguantar unos meses de resaca emocional, intentando ocupar tu tiempo con nuevos hobbies, y ya de paso recuperando a todos esos amigos que el noviazgo había dejado en segundo plano. El tiempo es el gran disolvente y, normalmente, incluso en las historias de amor a lo Jane Austen seis-ocho meses de conductismo mental hacen desaparecer el dolor. Y si ya de paso tienes la suerte de cruzarte con otra persona, puedes reemplazar la diáspora sentimental por otro problema, en mi caso, de falda airada.


Cualquier otra cosa es cronificar la situación, lo dice alguien que durante los dos primeros años de este blog se dedicó incansablemente a escribir sobre el desamor -aunque lo aderezase con algunas maravillosas entradas de literatura erótica que fueron bastante bien recibidas-. Y aunque pueda parecer un problema ese gusto por revolcarse durante las noches interminables de insomnio en los pozos insalubres de la memoria, tiene como consecuencia que, de algún modo, empiezas a recordar la historia de una forma más justa y ecuánime.

Por supuesto hay que hacerlo con precaución, dejar pasar mucho tiempo hasta que llega la indiferencia objetiva, la pausa, la inanidad emocional del recuerdo, pero cuando llega ese momento puedes crear un contexto, una visión completa: ni enfocarte solo en los primeros meses maravillosos, ni tampoco en los últimos de distanciamiento e incomprensión. Cojamos todo y veamos qué sale. Y normalmente, hablando siempre de relaciones normales sin toxicidades ni excesivas dependencias emocionales, lo que se comprueba es que cada uno, a su manera, ha intentado ser una influencia positiva. Por ejemplo, gracias a una de mis ex conseguí romper con muchos miedos de la adultez al mudarme a Barcelona, buscar trabajo en una ciudad nueva, etcétera. Gracias a ella cambié mis prioridades vitales y eso me enriqueció como individuo. Por eso cuando recuerdo esa relación tiendo a pensar en los casi tres años que pasé allí, y no en el desencanto de la vuelta a Madrid. Por mi parte, por citar otro ejemplo, conseguí que una de mis ex dejase de fumar y sus conductas autolesivas, y además amplié con creces sus horizontes literarios. Al final se trata de eso: de sumar, no de restar.

Por eso me chirría tanto la frase de: ‘mi ex estaba loca’, sobre todo cuando fue una relación de años. En serio, ¿solo recuerdas las últimas mezquindades, no hay nada en tus recuerdos que reivindique todo ese tiempo? Todo esto está relacionado con mi anterior entrada: vivimos una época en la que infantilizamos la ruptura por miedo al dolor emocional, y por eso pasamos página con el atajo maniqueo de la desmemoria. Borramos una relación como quien deja de seguir una cuenta en Twitter. Apartamos años de vivencias, vacaciones y buenos momentos en una carpeta que nunca volvemos a abrir. Pero para mí, como humilde juntapalabras que suele recurrir a la escritura automática y a cierta exhibición emocional, me parece una pérdida absurda, porque esas vivencias forman parte de ti, incluso los errores sirven de aprendizaje. Por eso siempre intento recordar a todas mis ex con cariño y tener buena relación con ellas, no por un síndrome de Diógenes sentimental del que alguna vez me han acusado, sino más bien porque me siento agradecido por el tiempo que hemos compartido. En cierta forma es como el placer de la relectura, una forma de impedir que un libro que en su momento te dejó emocionado y sobrecogido, coja polvo olvidado en la estantería.

De todas formas no me hagáis mucho caso, todo el mundo sabe que los decadentes, a pesar de todos sus exabruptos, en el fondo son unos sentimentales impenitentes, un anacronismo totalmente contraproducente en la sociedad actual.

2 comentarios:

  1. Hayes-Isaak hubieran hecho buena pareja cantando a dúo esta hermosa... y salvaje canción.-

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    1. Sin duda. Es una de mis favoritas, e iba a poner la versión normal de Chris Isaak, pero luego pensé que sería interesante buscar un cover, naturalmente no iba a escoger el de HIM, y así, de improviso, me encontré con esta versión maravillosa en Spotify. Es curioso, pero siempre que hago una reseña o busco una imagen o canción para el blog acabo encontrando cosas interesantes por el camino. ¡Un saludo!

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