lunes, 24 de septiembre de 2018

Lo que sé, arruina lo que deseo. (24/30)

Ser hijo único implicó para mí que parte de la soledad de mi infancia y adolescencia se fundiera en escenas de películas: Gremlins explotando en un microondas, Han Solo respondiendo Lo sé antes de quedar congelado en carbonita, una canción de Leonard Cohen sonando como entradilla de una emisora ilegal, Rocky perdiendo, Madoka Ayukawa dándole una bofetada a Kyosuke, Jack Nicholson volando sobre el nido del cuco, los westerns de Sergio Leone, el baile de Gilda, Conan resolviendo conflictos, Paul Newman comiendo cincuenta huevos, Humphrey Bogart en un aeropuerto lleno de niebla, James Stewart llorando de emoción al final de ¡Qué bello es vivir!... También disfrutaba mucho de las películas románticas, esas que parecen congeladas en su belleza utópica, ingenua y fascinante a la vez, como las de John Hughes o las primeras de Kevin Smith. Los protagonistas no despreciaban el amor como en el libro “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” de Stefan Zweig.

Recuerdo la emoción al ver por primera vez la película El secreto de la pirámide, una especie de ucronía que indagaba en la posibilidad de qué Watson y Sherlock Holmes se hubieran encontrado siendo adolescentes. Una de mis escenas favoritas es cuando Sherlock está cenando con sus compañeros de internado burgués, en ese momento están hablando con cierto clasismo y petulancia sobre el dinero que van a ganar con sus futuros e importantes trabajos. Sherlock está distraído, ajeno en parte a la conversación, y justo cuando le preguntan por sus planes de futuro ve pasar por la ventana a Sofía Ward -la chica de la que está enamorado-, y contesta: “No quiero vivir solo…” Todos le miran estupefactos sin entender la profundidad de su respuesta.

En mi segundo año de instituto tuve un breve pero intenso desengaño amoroso. Se llamaba Marta, una chica voluptuosa, alta, de fuerte carácter, pelo largo y ojos verdes, a la cual había oído decir el segundo día de clase que quería ser forense, lo cual me pareció de una extravagancia sublime. El flechazo fue brutal. No podía dejar de pensar en ella, de idealizarla, de trazar multitud de fantasías y encuentros en los que ella se daba cuenta de mi amor, me cogía de la mano y asumía su reciprocidad. Pero era demasiado tímido y apocado, me sentía intimidado.

Pasaron dos meses y por fin tuve mi oportunidad: Sara, una compañera de clase con la que me llevaba muy bien, me invitó a su cumpleaños, Marta también iba a ir. Llegó el deseado viernes por la tarde, y salí a la calle casi de etiqueta, sonriente, como si fuera el protagonista de una película, a punto de dar a los espectadores el final tanto tiempo deseado. Cuando llegué al bar donde habíamos quedado no la vi y al preguntar me dijeron que tenía clases de taekwondo por las tardes y llegaría más tarde. Mientras tanto, y para infundirme algo de valor, en vez de una cerveza me pedí un vodka con naranja, el primero de mi vida. Y como ese primer cubata había entrado bien me pedí otro. A la media hora, imbécil de mí, mi lengua ya estaba desatada, y le estaba dando el coñazo a Sara sobre lo guapa que era Marta y lo felices que íbamos a ser juntos. Era buena chica, pero llegó un momento que su paciencia se agotó y me interrumpió: “Mira Mario, siento decírtelo, pero ella está saliendo con Carlos”. “¿Carlos? repetí atontado, como si no acabase de creérmelo. “Sí, Carlos, desde hace un par de meses”. Me quedé en shock, todas mis fantasías destrozadas. Lo peor es que Carlos era el repetidor de clase, el macarra, el iletrado que fumaba en los pasillos, todo pose y nada de cerebro, ¿qué podía ver Marta en él? Era imposible, no estaba a su altura, no era nadie. Embarrado y con la lengua de trapo intenté levantarme, pero el alcohol me subió de golpe. Sara intentó sujetarme, pero yo compensé sus buenas intenciones vomitando encima de sus zapatos. Una intensa vergüenza me inundó, incluso para un adolescente era una situación demasiado absurda y tópica.

Terminé de vomitar, me limpié la boca con unas servilletas y volví a levantar la mirada. Mi último pensamiento antes de enfrentarme a Sara y su cohorte de amigas fue que mi vida estaba resultando como una película… pero una de bajo presupuesto, con un actor malísimo en el papel principal, un director con delirios de grandeza y, lo más importante, un guionista amargado y cruel.

2 comentarios:

  1. Ah el cine y las experiencias adolescentes...
    El desamor nos fragua, supongo que todos (incluso los quarterbacks y las jefas del equipo de animadoras) amamos a alguien en silencio -o no- y sufrimos la enorme pena de su rechazo (o ignorancia).

    Besitos, poeta.

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    1. Yo era y soy muy cinéfilo, tengo el recuerdo de pasar mucho tiempo solo en casa delante del televisor viendo películas -esos ciclos monográficos de actores que hacían hace décadas en la primera cadena-, y, en cierta medida, pensar que la vida era eso: épica, humor, situaciones que se resolvían en el último momento, héroes y villanos recibiendo su recompensa y su castigo, amores románticos que siempre salían adelante. Todo muy maniqueo, blanco y negro, idealista. Luego sales al exterior y la realidad suele ser vulgar y mediocre. El desamor no importaba demasiado, el deseo en realidad es un imposible, por eso solo recordamos lo que no hemos podido conseguir, lo jodido era lo banal y superficial que resultaba todo en comparación con las películas. En realidad era un problema mío, que vivía demasiado aislado, si hubiera tenido hermanos y no una familia desaparecida y disfuncional hubiera entendido todas estas cosas en su momento. Pero siempre me ha parecido que me daba cuenta de las cosas mal y tarde.
      Lo que cuento sucedió, y fue horrible. Pero en realidad, si lo pienso bien, yo no conocía a Marta, nunca me atrevía a hablar con ella, era igual de superficial y banal que todo el mundo, estaba enamorado de su físico y de toda la entelequia que había creado en torno a ella.
      De todas formas supongo que toda esa frustración que me despierta mi adolescencia es lo que provoca que me sigan flipando ese tipo de películas xD

      Un besito musa. Espero que estés de mejor humor que ayer. Un abrazo.

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