Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.
Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no se sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: “No tienen agallas -decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas… todo fachada y nada dentro…” Tenía un carácter rayando la locura; un carácter que algunos calificaban de locura.
Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las chicas envidaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchilladas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía por el contrario, realzarla.
Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviera algo que ver con el asunto.
– ¿Tomas algo?
– Claro, ¿Por qué no?
No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión. Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete y se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.
– ¿Crees que soy bonita?- preguntó.
– Sí, desde luego. Pero hay algo más… algo más que tu apariencia…
– La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?
– Bonita no es la palabra, no te hace justicia.
Buscó en su bolso. Creía que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo, se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentía repugnancia y horror.
Ella me miró y se echó a reír.
– ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?
Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó.
-Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.
– ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella.
– Será mejor que la controles -me dijo el encargado.
– No te preocupes -dije yo.
– Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que quiera con ella
– No -dije-, a mí me duele.
– ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?
– Sí, me duele, de veras.
– De acuerdo, no lo volveré a hacer. Ánimo.
Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no ser yo.
Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:
– ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?
– Por la mañana -dije, y me di la vuelta.
Por la mañana me levanté, hice un par de cafés y le llevé uno a la cama.
Se echó a reír.
– Eres el primer hombre que conozco que no ha querido hacerlo por la noche.
– No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por que hacerlo.
– No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco.
Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandecientes, toda resplandor… Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama.
– Ven, amor.
Fui.
Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo. Acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos.
– ¿Cómo te llamas? -pregunté.
– ¿Qué diablos importa? -preguntó ella.
Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entro ella con una hoja: una oreja de elefante.
– Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza.
Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante.
– ¿Cómo sabías que estaba en la bañera?
– Lo sabía.
Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y traía la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.
Telefoneó una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza.
– Esos hijos de puta – decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas.
– La culpa la tienes tú por aceptar la copa
– Yo creía que se interesaba por mí, no sólo por mi cuerpo.
– A mí me interesas tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.
Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabundeando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas de ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado.
– Vaya, cabrón, has vuelto.
Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nuca la había visto así. Y debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban clavados.
– Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza….
– No, no seas tonto, es la moda.
– Estas chiflada.
– Te he echado de menos -dijo
– ¿Hay otro?
– No, no hay ninguno. Solo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis.
– Sácate esos alfileres.
– No, es la moda.
– Me hace muy desgraciado.
– ¿Estás seguro?
– Sí, mierda, estoy seguro.
Se sacó lentamente los alfileres y los guardo en el bolso.
– Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.
– Vale -dije-, tengo mucha suerte.
– No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante.
– Gracias.
Tomamos otra copa.
– ¿Qué andas haciendo? -preguntó.
– Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.
– A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.
– No creo que quisiera establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio.
– Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso
Salimos juntos, por la calle, la gente aún miraba a Cass. Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca.
Fuimos a casa y abrí una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí, siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato yo escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil sin tensión. Era como si descubriésemos secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa…, de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la cama. Fue entonces cuando Cass se quito aquel vestido del cuello alto y lo vi… Vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba el cuello. Era grande y ancha.
– Maldita sea, condenada, ¿Qué has hecho? -dije desde la cama
– Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún?
La arrastré a la cama y la besé. Me empujo y se echo a reír:
– Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido.
– Sí -dije-, no puedo parar de reír… Cass, zorra, te amo… deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco.
Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso.
Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama gozando su felicidad. Por fin, vino y me zarandeó.
– ¡Arriba, cabrón! ¡Límpiate con agua fría la cara y la polla y ven a disfrutar del banquete!
Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto. Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos, discutiendo ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la supervivencia. Había paz en el aire y paseamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos mucho. Era agradable simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a Cass y dormimos así abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente “NO”. La llevé de nuevo al bar, le pagué una copa y me fui.
Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fabrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me vio el encargado.
– Siento lo de tu amiga.
– ¿El qué? -pregunté.
– Lo siento. ¿No lo sabías?
– No
– Suicidio, la enterraron ayer.
– ¿Enterrada? -pregunté. Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro. ¿Cómo podía haber muerto?
– La enterraron las hermanas
– ¿Un suicidio? ¿Cómo fue?
– Se cortó el cuello.
– Ya. Dame otro trago.
Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel “NO”. Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad muerta a los veinte años.
Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé “¡MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CALLATE YA!”.
Y seguía avanzando la noche y yo nada podía hacer.
LA HISTORIA DE UN DURO HIJO DE PUTA
ResponderEliminarvino a la puerta una noche mojado flaco golpeado y aterrado
un gato blanco bizco sin cola
lo entré y alimenté y se quedó
empezó a confiar en mí hasta que un amigo subió por mi calle
y lo atropelló
llevé lo que quedó a un veterinario que dijo, “no mucho
por hacer… dele estas píldoras… su columna
está destrozada, pero estuvo destrozado antes y de algún modo
se arregló, si vive nunca caminará, mire
estos rayos X, ha sido disparado, mire aquí, los perdigones
están aún ahí… también, una vez tuvo cola, alguien
se la cortó…”
me llevé al gato, era un verano caliente, uno de los
más calientes en décadas, lo puse en el suelo
del baño, le di agua y píldoras, no comió,
no tocó el agua, yo sumergía mi dedo
y mojaba su boca y le hablaba, no me movía
de casa, pasé un montón de tiempo en el baño y hablé
con él y lo acaricié suavemente y el me devolvía la mirada
con esos ojos bizcos azul pálido y cuando los días pasaron
hizo su primer movimiento
arrastrándose con sus patas delanteras
(las de atrás no funcionarían)
lo hizo hasta su cama
trepó y se dejó caer,
fue como el canto de una posible victoria
celebrando en ese baño y en la ciudad, yo
le conté a ese gato --yo lo había pasado mal, no así
de mal pero bastante mal…
una mañana se levantó, se paró, se cayó y
sólo me miró.
“tú puedes,” le dije.
siguió intentando, levantándose y cayendo, finalmente
caminó algunos pasos, estaba como un borracho, las
patas traseras no querían hacerlo y volvió a caer, desacansó,
luego se levantó.
ya sabéis el resto: ahora está mejor que nunca, bizco,
casi sin dientes, pero la elegancia regresó, y esa mirada
en sus ojos nunca se fue…
y ahora a veces soy entrevistado, quieren escuchar acerca
de la vida y de literatura y yo me emborracho y sostengo a mi bizco,
disparado, atropellado y desrabado gato y digo, “¡miren, miren
esto!”
pero ellos no entienden, ellos dicen algo como, “¿usted
dice que ha sido influenciado por Céline?”
“no,” yo sostengo al gato, “¡por lo que pasa, por
cosas como esto, por esto, por esto!"
sacudo al gato, lo sostengo
en la luz con humo y alcoholizada, está relajado, él sabe…
es entonces cuando las entrevistas terminan
aunque estoy orgulloso a veces cuando veo las imágenes
más tarde y ahí estoy yo y ahí está el gato y somos fotografiados juntos.
él también sabe que todo son estupideces pero que de algún modo todo ayuda.
* "Me desperté con una de mis peores resacas. Normalmente duermo hasta el mediodía. Este día no pude. Me vestí, fui hasta el baño de la casa principal y me lavé. Salí, subí por el callejón, bajé la escalinata de la colina y de este modo llegué hasta la calle inferior [...]
ResponderEliminar-----------
En realidad el gato magullado había visto algo en el poeta, y por eso se había quedado a vivir en aquel sucio callejón (*). Era un gato maloliente y destartalado. Había perdido los pelos del bigote hacía mucho, de tanto curiosear, y ahora no calculaba bien el tamaño de los agujeros, y siempre se quedaba con la cabeza encajada en algún rincón especialmente indiscreto. Y aquella noche, escuchó palabras ásperas y brillantes, y como también tenía una parte así, se acercó hasta la ventana del poeta y miró en su interior, para ver si entendía algo de lo que allí se contaba; para ver si tanto enardecimiento conducía a algo, más allá del estético ruido que tanto llamaba la atención. Le vio lanzar puentes contra la misantropía, cargados se sangre, éxtasis seminales y mucho sudor. Le vio embadurnar mentes y satisfacer instintos, pero algo quedaba en los regueros de escombros de cada campaña que le hacía pensar que el poeta no había encontrado lo que tanto anhelaba sin saber (¿qué era eso contra la náusea, contra la que tanto luchaba, que no tenía ni nombre en su interior?). Y después lo vio negarse a sí mismo, reprimir sus instintos por un -tal vez- sabio consejo de autoconservación emocional. Pero el gato en ese momento estaba jodido, alborotado con sus propios recorridos. La rutina de otro callejón lo venía persiguiendo, haciendo palidecer la luz del cielo. Y es que el gato había visto la luz en alguna ocasión, una luz en la que el poeta no creía, y aquello había sido su perdición. Por eso Céline, en su atardecer, en el taxi, le dolía tanto. Se acordó de la Céline del amanecer, y vio que había perdido algo por el camino, justo al contrario que él, que lo había ganado en el transcurso del día... Pero la evolución iba a ser atroz. El lamento del anochecer todavía dolía... ¿Dónde se había ido la luz? Y, mientras, el poeta declamaba a Bukowsky (**), y a él le dio por leer "La senda del perdedor". Pero recordó que existía un Siddharta, y una Kamala, y que no todo tenía que ser hollín, ni mugre, en lo que sabía que ambos le daban tanta importancia -por más que el bardo intentara disimular-. Podía existir un súbito traspié del destino, donde dos distintos se chocan, se encuentran y aprenden, siendo más después de eso, no menos, ni más doloridos... Contempló al poeta y no lo vio derrotado, sólo lo estaba fingiendo. Tenía demasiado miedo de volver a tropezar. Pero a esas alturas el gato ya no sabía nada, sólo caminaba entre basuras y escombros de antiguas batallas, buscando su rayo de luz (***)...
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Eliminar** "Una vez fuera, Becker y yo bajamos por la calle Mayor.
-¿Cómo te fue? -pregunté.
-Había un recargo por ocupar la cabina, más las dos bebidas, he tenido que pagar 32$.
-Cristo, yo podría emborracharme durante dos semanas con eso.
-Ella me cogió la polla bajo la mesa y me la acarició.
-¿Y qué es lo que te decía?
-Nada. Sólo me masturbaba.
-Prefiero tocarme solito la polla y guardarme los treinta y dos pavos.
-Pero ella era tan hermosa.
-Maldita sea, hombre, estoy llevando el paso con un perfecto idiota.
-Algún día escribiré todo esto. Estaré en las estanterías de las bibliotecas: BECKER. Las chicas serie "B" son débiles, necesitan ayuda.
-Hablas demasiado de escribir -dije."
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*** "Tan sólo deseo que la voz no me mande detenerme en otra parte que no sea la que desee la voz, pensaba. ¿Por qué Gotama en la hora de las horas se había sentado bajo aquel árbol donde tuvo la inspiración? Había oído una voz, un grito en su propio corazón que le ordenaba descansar debajo de aquel árbol; y Gotama no había preferido la mortificación, ni el sacrificio, ni el baño, ni la oración, ni la comida ni la bebida, ni el sueño, sino que había obedecido a la voz. Obedecer así, no era doblegarse a una orden exterior, sino sólo a la voz interior; estar tan dispuesto era lo mejor, lo necesario, lo más conveniente."
"Si estás leyendo esto, el aviso va dirigido a ti. Cada palabra que leas de esta letra pequeña inútil, es un segundo menos de vida para ti. ¿No tienes otras cosas que hacer? ¿Tu vida esta tan vacia que no se te ocurre otra forma de pasar estos momentos? ¿o te impresiona tanto la autoridad que concedes credito y respeto a todos los que dicen ostentarla? ¿lees todo lo que te dicen que leas? ¿Piensas todo lo que te dicen que pienses? ¿Compras todo lo que te dicen que necesistas? Sal de tu casa, Busca a alguien del sexo opuesto. Basta ya de tantas compras y masturbaciones. Deja tu trabajo. Empieza a luchar. Demuestra que estas vivo. Si no reivindicas tu humanidad te convertirás en una estadistica. Estas avisado...".
EliminarTyler
Es una historia terrible. A veces me dan pena los humanos, tan necesitados de algo, sin saber qué es... Ratas a la carrera dentro de un laberinto, sin ninguna meta clara; y, sin embargo, algo nos mueve. Todo lo hacemos por algo. Cuando conocemos a otra persona, lo que buscamos en ella no está fuera de nosotros mismos. Nos chocamos, nos intentamos encontrar. Rozamos con los nudillos las paredes afiladas para sentirnos vivos. A veces es desesperante. Sed, sin agua. Agua sin boca, cuando hay sed. Vueltas y más vueltas en busca de ¿qué? Y eso que buscamos no está en la posesión de nada. La belleza es tan efímera como el dinero; el sexo tan fascinante como imposible de atrapar. Todo pasa y queda esa insatisfacción de fondo que nos hace continuar y nos desespera...
ResponderEliminarY después de mil intentos fracasados a algunos nos da por parar y mirar a nuestro lado. Incluso nos da por mirar dentro. Y entonces se nos ocurren soluciones de los más peregrinas. Todo menos confiar, menos aceptar lo inatrapable de todo, nuestra terrible vulnerabilidad. Por evitar que nos dañen nos hacemos mucho más daño. Construimos barreras contra el mundo que nos aíslan de todo. No somos capaces de compartir nuestra mejor parte. De tanto miedo la tenemos tan escondida que ya no sabemos ni dónde buscar... Pero está ahí, en alguna parte, detrás de todas las cicatrices. Cada momento no aceptado es un suicidio. Este es el momento de poder, y no tiene nada extraordinario, pero si Cass hubiera sabido parar y contemplar, si se hubiera rendido, tal vez hubiera encontrado el secreto. El milagro de estar vivo es accesible sólo al que buscando deja de buscar y se rinde a esto que nos pasa en este momento. Ahora, una sonrisa; ahora una mosca zumbando contra el cristal; ahora leer una historia triste; ahora, compartirme sin miedo y desaparecer...
Qué profundidad e intensidad. Me temo que no estoy a la altura de tus palabras, vivo en una mundanidad limitada que no me permite ese ensimismamiento tan lírico que ha aflorado en tu comentario xD Creo que la gente está dañada, y es normal que tenga miedo. Hay demasiada injusticia, exigencias y sociópatas allá afuera. Hay que ganarse la vida, y con el tiempo eso nos convierte en tullidos intelectuales. La mediocridad salva, la lucidez condena. A veces lo único que nos impulsa es la pura supervivencia, el hecho de seguir vivos, porque la muerte nos acojona demasiado, por eso hay gente que lleva unas vidas mezquinas y sin brillo. Es cierto que hay personas que buscan trascendencia en el amor, en el arte, en el dinero, el legado, la familia, etcétera. Pero la energía y la juventud duran poco. La depresión es la pandemia de este siglo porque es difícil encontrar un sentido en nuestra existencia. El escapismo no funciona del todo. Ni el consumismo claro. Ni el amor de las películas, porque suele durar poco. ¿Dónde está nuestro nuevo Dios? Y tú dices que paremos de buscar porque todas las respuestas están en el presente puro, en nuestro interior. Supongo que has leído “El perfume” Patrick Süskind, ¿qué sucede cuando intenta aislarse del todo? No lo consigue, el placer que le produce este mundo interior se rompe el día que se da cuenta que él mismo no posee ningún olor propio xD No todos tenemos olor propio, como decía Tyler: "No eres un bonito y único copo de nieve, eres la misma materia orgánica en descomposición que todo lo demás, todos somos parte del mismo montón de estiércol..."
ResponderEliminarUn abrazo muchacho.