Reconozco que he subestimado la falta de escrúpulos de
Rajoy. Antes del domingo pensaba que Puigdemont, después de las plebiscitarias,
jugaba de farol, que la reacción de los ciudadanos sería más fría y displicente,
y que se hablaría de legalidades y chorradas varias mientras la DUI (Declaración
Unilateral de Independencia) se descolgaría en el tiempo.
Pero con lo que no
contaba era con la brutalidad policial del domingo, entrando en los colegios
destrozando puertas, usando pelotas de goma, golpeando ancianas… aquí en Madrid
ya sufrimos hace años a los antidisturbios pegando tiros en Atocha, pero pensaba
que el domingo, siendo pocos efectivos, tendrían mucho cuidado de no forzar las
cosas, de no crear imágenes que provocasen un efecto rebote. Porque sí no
hubieran salido esas imágenes y videos vergonzosos por televisión estoy seguro
de que mucha gente en Cataluña se habría quedado en casa. A partir de ahí ya no
importaba si el referéndum era legal o ilegal, el censo inventado o la falta de
control, ahora de lo que iba esto era de “fachas” contra “independentistas”. He
leído mucho por las redes sociales que la equidistancia no debe existir en
estos temas, que hay que saber cuál es tu lugar. Ese tipo de argumentos
reduccionistas son los que convierten a los nacionalistas –sean españoles o
catalanes- en auténticos necios.
Pero
sigamos, el lunes pensaba que, a pesar de esa torpeza por parte del gobierno,
aun daba tiempo para la mediación, el diálogo, para, de alguna forma, llegar a
algún tipo de acuerdo. Incluso llegué a pensar que proclamarían su DUI pero
aplazando su aplicación, anunciando en unos meses unas elecciones anticipadas. Pero
el martes llegó el discurso del Rey, y ahí quedó todo claro. Fue un discurso
serio, duro, donde hablaba de deslealtad inadmisible, de quebrantar la unidad
del estado, de un inaceptable intento de apropiación, y que: “requiere el firme compromiso de todos con
los intereses generales, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado
asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones,
la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la
Constitución y en su Estatuto de Autonomía.”. Es decir, le decía, mejor
dicho, le ordenaba al PP, a Rajoy, que aplicasen el famoso artículo 155.
Y si aún quedaban dudas sobre el futuro, ahí llegan las
noticias de la bolsa, lugar donde los poderes fácticos realizan sus juegos de
trileros, provocando que muchas empresas de Cataluña hayan cambiado su
domicilio fiscal y que el banco Sabadell decida hoy si traslada su sede social,
mientras Caixabank baraja hacerlo a Baleares. Rajoy no quiere diálogo ni
negociar nada, a él todo esto le viene muy bien para que no se hable de lo de Murcia,
ni sobre sus casos de corrupción. Él, con una total falta de escrúpulos y de
patriotismo –si se me permite utilizar esa palabra-, espera con ansiedad que Puigdemont
declare la DUI para suspender la autonomía y así provocar más caos durante unos
cuantos meses.
¿Qué va a suceder después? Pues asumo que la CUP liderará
en las calles un periodo de insurrección, de acción directa, de ocupaciones de
edificios públicos, huelgas generales, manifestaciones, etcétera. Que Rajoy
mandará al ejército, que habrá heridos graves, presos políticos, inhabilitación
de partidos políticos y Mossos d'Esquadra, y cosas mucho peores. Que esto
llevará al PNV y a otras comunidades autónomas a posicionarse. Y a partir de
aquí, ¿quién sabe? No creo que el PSOE se atreva a una moción de censura, ya
está claro el tacticismo inoperante de Pedro Sánchez. Tal vez incluso haya
elecciones anticipadas y Rajoy salga con mayoría absoluta, en
esta España nuestra, tan cateta y simple, no hay nada mejor que polarizar una
cuestión para conseguir réditos electorales, solo hay que observar –yo vivo en
Madrid-, la cantidad de banderas españolas en los balcones.
Ojalá me equivoque. Lo único seguro es que estamos
viviendo unos momentos históricos vergonzosos, y que el culpable no es solo
Rajoy y el PP, que lleva años –desde la recogida de votos en contra del Estatut-,
incentivando esta situación, sino también los casi ocho millones de personas
que le votaron en las últimas elecciones. Felicidades, aquí tenéis la España
que habéis votado; espero que vuestra banderita de mierda os abrigue mucho en
invierno.
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