Convertido en una estrella del rock, nuestro protagonista terminará por encerrarse completamente dentro de un mundo de locura (‘Is There Anybody Out There?’), llegando a verse a sí mismo en pleno concierto como un dictador fascista que dirige a sus leales súbditos (‘Run Like Hell’), ocasión que Waters aprovecha para incluir algo de crítica social. Este imposible contraste entre la megalomanía y la soledad conducirá al cantante a una situación de crisis absoluta (‘Waiting for the Worms’) y a la catarsis liberadora que echará abajo el mujo (‘The Trial’), poniendo fin a su sufrimiento y cerrando el círculo del disco al terminar tal y como empezó.
Tres años después del lanzamiento del disco se estrenó Pink Floyd The Wall, la adaptación cinematográfica que convertía en imágenes el álbum. Waters se encargó de escribir el guion y el papel de Pink recayó en el cantante punk Bob Geldof. La idea de incluir actuaciones en vivo durante la película se desechó, quedando ésta compuesta por las escenas rodadas por Parker y una gran cantidad de animaciones a cargo de Gerald Scarfe, que contribuían a reflejar el universo de locura del protagonista, incluyendo los icónicos martillos andantes que son uno de los grandes símbolos de la banda. No se trata de ninguna obra esencial del séptimo arte, pero cumple perfectamente su función como complemento al álbum y plasmación de su concepto, ayudando así a entenderlo y disfrutarlo mejor.
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