Virginia Woolf sufría de
un trastorno bipolar maniaco-depresivo en un tiempo en el que aún no había sido
descubierto el litio como tratamiento eficaz para regular este desequilibrio
bioquímico que es capaz de llevar a quienes lo padecen desde la depresión más
absoluta, a la hiperactividad desbordante, a veces acompañada por síntomas
psicóticos como los delirios y las alucinaciones. Este era su cuarto intento de
suicidio.
Su vida personal no fue fácil: pierde a su madre a los trece años (1895), lo que desencadena su primer episodio depresivo, que habría de durarle seis meses. Dos años después debe enfrentarse a la muerte de su hermanastra, Estella. En 1905 con la muerte de su padre sufre un segundo ataque: deja de comer, afirma escuchar a los pájaros cantar en griego. Los médicos diagnostican demencia y es ingresada durante un tiempo. Hoy sabemos que estuvo sufriendo sistemáticos abusos sexuales de sus dos hermanastros, George y Gerald, hasta los 22 años y que eso contribuyo enormemente a agravar sus problemas psicológicos.
Su vida personal no fue fácil: pierde a su madre a los trece años (1895), lo que desencadena su primer episodio depresivo, que habría de durarle seis meses. Dos años después debe enfrentarse a la muerte de su hermanastra, Estella. En 1905 con la muerte de su padre sufre un segundo ataque: deja de comer, afirma escuchar a los pájaros cantar en griego. Los médicos diagnostican demencia y es ingresada durante un tiempo. Hoy sabemos que estuvo sufriendo sistemáticos abusos sexuales de sus dos hermanastros, George y Gerald, hasta los 22 años y que eso contribuyo enormemente a agravar sus problemas psicológicos.
En 1912 se casa con
Leonard Woolf, del que no estaba enamorada (lo aceptó para disponer de "un
cuarto propio"). Justo un año después decide tomar 100 gramos de Veronal,
una dosis que hubiera resultado fatal si no hubiera sido por la presencia
accidental del doctor Geoffrey Keynes, quien logra salvarla.
Revisando las fechas en
las que se sucedieron algunos de sus colapsos nerviosos de mayor intensidad, se
puede comprobar que las crisis de delirio en las que perdía casi por completo
la conciencia de la realidad y del mundo exterior solían coincidir con los
momentos en los que estaba terminando de escribir alguna de sus novelas.
Diversos analistas han encontrado una relación entre la técnica que inventó
Virginia Woolf, el fluir de consciencia o monólogo interior, y las resonancias
dejadas por su vivencia de las etapas maniacas. Durante estos episodios era
capaz de captar un caudal inagotable de ideas y pensamientos que luego quedaban
plasmadas en su obra narrativa una vez recobraba su lucidez. En el personaje de
Septimus Warren Smith, de la novela “La señora Dalloway”, Woolf se adentra en
la mente atormentada de un excombatiente de la Primera Guerra Mundial, que
regresa enloquecido y que, como ella, acabará suicidándose. Un personaje que
cuestiona los ineficaces y tortuosos tratamientos a los que eran entonces
sometidos los enfermos mentales.
A pesar de la aparente
frialdad en el matrimonio Woolf, llegaron a crear un vínculo afectivo y laboral
profundo. Juntos fundaron la editorial Hogarth Press, donde no sólo se publicó
gran parte de los libros de Virginia, sino también de autores como T.S. Elliot,
Katherine Mansfield y hasta Sigmund Freud. Su participación en el círculo de
Bloomsbury, iniciado originalmente por su fallecido hermano Thoby, significó
además la ruptura con la tradición conservadora de la época, no sólo en cuanto
a lo literario, sino también en cuanto a conductas. El grupo suponía costumbres
sexuales algo más relajadas, las cuales permitieron que Virginia explorara
relaciones lesbianas, sobre todo con Vita Sackville West, para quien fue
escrita la novela “Orlando”. Sin embargo, la versión original, una ofrenda amorosa
a Sackville (la carta de amor más larga y encantadora en la historia de la
literatura según el propio hijo de Vita
Sackville), no fue la versión publicada, que tuvo que sufrir la auto-censura de
la misma Virginia, por temor a ser perseguida policialmente al narrar escenas
de amor homosexual.
“Una habitación propia”
(1929) es uno de los ensayos feministas más conocidos donde se abordan los
innumerables prejuicios y obstáculos que las mujeres han tenido, y aún tienen,
que sortear para dedicarse a la literatura en libertad, o simplemente para
emanciparse y realizarse como seres humanos íntegros, independientes y
autónomos librándose de etiquetas y corsés, a menudo impuestos por ilustres
varones, coléricos dice la autora, que han arremetido contra ellas a lo largo
de la historia. El título supone ya la primera metáfora del contenido de la
obra: lo que la mujer necesita para poder dedicarse a la literatura, a escribir
novelas, es una habitación propia, el símbolo de la libertad personal, de la
independencia física (espacio) y también
económica (tiempo).
“La libertad intelectual depende de
cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres
siempre han sido pobres, no solo durante doscientos años, sino desde el
principio de los tiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual
que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la
menor oportunidad de escribir poesía.”
En libros como “El cuarto
de Jacob” (1922), “Al faro” (1927) o “Las olas” (1931), el peso de la narración
se deposita por completo sobre las reflexiones de cada personaje, y es
únicamente siguiendo dichas reflexiones como podemos llegar a conocer el desarrollo
de la trama novelada. Demuestra de esta forma que la realidad interna y
subjetiva suele ser mucho más interesante para el lector que cualquier otro
tipo de fuerza externa. “Entre actos” (1941) resume y magnifica sus principales
preocupaciones: la transformación de la vida a través del arte, la ambivalencia
sexual y la reflexión sobre temas del flujo del tiempo y de la vida. Es el más
lírico de sus libros, escrito principalmente en verso.
El ver amenazada su
capacidad creativa, bálsamo y guarida de su trastorno bipolar, Virginia Woolf
vislumbra en el suicidio el final de su agonía. Esta es la carta de despedida
que le dirige a su esposo Leonard Woolf y que escribe poco antes de lanzarse al
rio Ouse, con su vestido lleno de piedras:
"Siento que voy a enloquecer de
nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y
no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme.
Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la
máxima felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera
podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta
terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que
sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera
escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo
toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e
increíblemente bueno. Quiero decirlo —todo el mundo lo sabe. Si alguien podía
haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu
bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos
personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo. V”
No hay comentarios:
Publicar un comentario