Sylvia Plath fue siempre una
mujer atormentada, pletórica de actividad febril y caracterizada por la
búsqueda de la perfección aun a costa de la propia salud. La relación con sus
padres fue difícil. Especialmente con su padre, de quien llegó a decir: “era un
autócrata… yo le amaba y le despreciaba a la vez, y probablemente deseé muchas
veces que estuviera muerto.” Llegó incluso más lejos configurándole en el
conocidísimo poema “Daddy” (“Papaíto”), como un personaje ario y antisemita,
influida sin duda por su origen alemán.
Las depresiones y las
visitas al “oscuro infierno de la mente humana”, como ella misma lo definiera,
comenzaron alrededor de sus 20 años, con graves crisis de insomnio, depresiones
esporádicas y pensamientos suicidas, según quedara registrado en las páginas de
su diario. En alguna ocasión su madre descubrió extrañas cicatrices en sus
piernas. Al preguntarle qué era eso, Sylvia respondió “quería saber si tenía el
valor de hacerlo”, admitiendo que quería morir. Su madre la llevó de inmediato
al psiquiatra. Luego de varias sesiones y de diagnosticársele una severa
depresión, se le aplicó el tratamiento acostumbrado para dichos casos en
aquellos tiempos: sesiones de electroshock.
“La vida es soledad, pese a todos los
opiáceos, pese a las máscaras risueñas que todos nos ponemos. Y cuando al fin
encuentras a alguien a quien crees que podrás mostrar tu alma, te detienes
asustado por tus propias palabras… palabras tan apagadas, tan feas, tan vacías
y débiles… por haber permanecido tanto tiempo en tu angosto y oscuro interior.
Sí, existe la alegría, la satisfacción y el compañerismo… pero la soledad del
alma en su pasmosa timidez es abrumadora y espantosa.”
Pero el radical
tratamiento no le ayudó mucho y más bien empeoró su insomnio, llegando incluso
a desarrollar resistencia a los somníferos. El 24 de agosto de 1953, Sylvia
dejó una nota diciendo que había ido a dar una larga caminata. En realidad se
escondió en un pequeño espacio del sótano de su casa y se tomó alrededor de 40
pastillas. Su “desaparición” provocó una búsqueda entre familiares y amigos y
al día siguiente fue titular de varios periódicos. Su madre expresaría su
preocupación al encontrar el botiquín abierto pues sabía que Sylvia estaba
deprimida porque no había podido escribir. Dos días después fue por fin
localizada cuando escucharon gemidos: la encontraron cubierta con su propio
vómito y semiinconsciente en el escondite del sótano.
Pasaría el resto del año
tratándose con una psiquiatra, recibiendo más tratamientos de electroshock y
pasando un tiempo internada en el Hospital McLean. En enero del año siguiente
fue dada de alta al confirmarse que su sempiterna depresión parecía haber
cedido. Sylvia se tiñó el pelo de rubio platinado, para marcar físicamente el
cambio en su vida. Se sentía bien. Las cosas iban bien. Un par de años después
sería aceptada en Cambridge y allí conocería a la persona que la marcaría, para
bien o para mal: Ted Hughes.
A pesar de que Sylvia fue
advertida por amigos del de la fama de mujeriego de Hughes, la atracción entre
ambos parecía irrefrenable. Contrajeron matrimonio tres meses después, en junio
de 1956. Su convivencia tuvo de todo: períodos de mucha creatividad, viajes, un
par de hijos, discusiones que llegaron en alguna ocasión a los golpes,
sospechas, celos profesionales. Mientras Hughes lograba publicar su obra y
merecía críticas favorables, la primera publicación de Plath, El Coloso,
recibió apenas tibias críticas.
En medio de un período muy
intenso de escritura, donde Sylvia se levantaba de madrugada para poder
escribir antes que comenzara el ajetreo doméstico, descubrió el romance de
Hughes con Assia Wevill, también poeta y también casada. La separación de
Sylvia y Ted fue dramática y desagradable.
En Londres alquiló un
apartamento donde había vivido W. B. Yeats, a quien ella admiraba. A pesar de
su depresión, de su insomnio, de su pésima situación económica y de una gripe
rebelde, Sylvia pareció sobreponerse a toda la tensión escribiendo muchos de
sus mejores trabajos. De ese período surge “Lady Lazarus”, donde la invocación
a la muerte es palpable: “Morir/Es un arte, como todo./Yo lo hago
excepcionalmente bien./Tan bien, que parece un infierno./Tan bien, que parece
de veras./Supongo que cabría hablar de vocación./Es bastante fácil hacerlo en
una celda./Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.”
“Estoy aterrorizada de esta cosa oscura,
que duerme dentro de mí. Todo el día siento sus vueltas emplumadas, su maldad…
Como me gustaría creer en la ternura… Después de todo, estoy viva solamente por
un accidente… Un milagro caminante, mi
piel, brillosa como la pantalla de una lámpara nazi… Carne, hueso, allí no hay
nada… Herr Dios, Herr Lucifer, cuidado, cuidado… Nadie me miraba antes, ahora
me miran… He sufrido la atrocidad de los atardeceres… No me muevo, la escarcha
hace una flor, el rocío hace una estrella, la campana muerta, la campana muerta.
Alguien está terminada… ¿Puro? ¿Qué significa? Las lenguas del infierno son
lerdas… ¿Mi calor no te asombra? ¿Y mi luz? La mujer es perfeccionada, su
cuerpo muerto lleva la sonrisa de su logro… Cada niño muerto enrollado, una
serpiente blanca, cada uno a su pequeña botella de leche… De las cenizas me
levanto, y me devoro los hombres como el aire.”
El 11 de febrero de 1963,
Sylvia se despierta a las seis de la mañana y le prepara el desayuno a sus
hijos, de tres y un año. En una bandeja lleva a la habitación de Frieda y Nick:
pan, mantequilla, leche. Vuelve a la cocina en la que acaba de prepararlo,
cierra la puerta, tapa todos los resquicios con toallas. Mete la cabeza en el
horno y abre el gas. Tenía treinta años.
Su viudo, Hughes, se
convirtió en el editor del legado personal y literario de Plath. Supervisó y
editó la publicación de sus manuscritos. También destruyó el último volumen del
diario de Plath, que trataba del tiempo que pasaron juntos. En 1982, Plath fue
la primera poeta en ganar un premio Pulitzer póstumo (por Poemas completos -The
Collected Poems). En un extraño giro macabro su amante Assia Wevill, con la
cual había tenido una hija, se suicidó junto a la niña de solo cuatro años en
1969 de la misma forma que Sylvia: abriendo el gas del horno.
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