Se me cae la cordura al
suelo. Tan poco tiempo para dedicar a mi lupanar lírico. Las cervezas
calientes, la nómina gastada. Quiero ser un pájaro y al final me quedo en jaula
de huesos. Quiero escribir pero solo consigo manchar las paredes con mi visión
reduccionista de las cosas. Atado a la nada de un viejo presente. Con esa falta
de energía vital, de pasión. Conozco a más libros que personas. No tengo paciencia.
Lo importante es el segundo siguiente, pero ¿y si no hay segundo siguiente? ¿Qué
sucede cuando el minuto, la hora, el día, la semana, toda tu vida está en manos
de otros, cuándo toda tu energía está agotada antes de llegar a casa? No soy
capaz de enfrentarme con entereza al trabajo de ocho horas. Pero necesito trabajar
más tiempo para conseguir más dinero y pagar facturas, comer, hacer frente a
los pagos de mi tarjeta de crédito. Otros lo hacen. Lo llaman madurez.
Responsabilidad. El mal menor. La cruda realidad. Ya tendrás tiempo de pensar
en la revolución y la poesía el fin de semana. Aunque también es posible que la
frustración y la mezquindad propia y ajena terminen matando también esas horas.
La máquina de carne
capitalista. No nos equivoquemos: fue hace menos de un siglo, en 1919, cuando después
de una huelga general en la que participaron más de cien mil personas y que
paralizo la economía durante 44 días, se consiguió imponer la jornada de ocho
horas en España. Las condiciones antes no estaban regularizadas con el lastre
de una revolución industrial tardía. Ahora son los movimientos neoliberalistas quienes
nos adoctrinan para pensar que es normal necesitar dos trabajos para
sobrevivir.
En el programa político de
Podemos hay ideas que se tachan de impresentables e irreales porque no explican
cómo van a conseguir implementarlas. Pero hay cierta frescura. Por ejemplo:
hablan de reducir la jornada laboral a 35 horas. No es mala idea pero los
agoreros hablan de Francia, de que allí se implantó durante diez años y no
funcionó. Analizando lo sucedido el problema fue hacerlo de forma unilateral en
un mercado mundial: al final perdieron competitividad. También se comprobó que
al reducir una hora diaria la jornada no menoscababa demasiado la productividad
por lo que no se conseguía producir más empleo.
Lo que habría que hacer es
limitarlo a 32 horas, trabajar cuatro días a la semana en vez de cinco e
intentar implantar el sistema en varios países a la vez. Varios economistas han
afirmado que de adoptarse esta medida en España se crearía de forma inmediata y
directa cerca de cuatro millones de puestos de trabajo sin que ello provocara
sobreproducción puesto que el total de horas trabajadas serían la misma. Pero,
¿quién se encargaría de mantener el salario y pagar los costes sociales de
todos los empleados? Pues la respuesta es sencilla: las administraciones
públicas que compensarían con creces el coste mencionado con el ahorro de
prestaciones y subsidios de desempleo, con el aumento de las cotizaciones en la
Seguridad Social, el aumento del consumo interno y los ingresos de impuestos indirectos
y directos, la supresión de parte de la economía sumergida y el freno a la
deslocalización de las empresas al aumentar la productividad del trabajador. Todo
llegaría a equilibrarse y además todos viviéramos mucho mejor al tener más
tiempo de ocio y conciliación familiar.
No es una idea
disparatada. Bertrand Russell en 1932 propuso la jornada de cuatro horas; Keynes
en 1930 predijo que en cien años, a partir de entonces, estaríamos trabajando tres
horas diarias; André Gorz en 1980 calculó que, para el año 2001, deberíamos
tener una jornada de cuatro horas diarias y, más recientemente, Jacques
Gouverneur propuso la reducción de la
jornada como una de las políticas alternativas para salir de la actual crisis
mundial. Es posible hacerlo, pero NO quieren. La codicia y la estupidez humana
condena a la mayor parte de la sociedad del “primer mundo” a ser esclavos de
facto de una minoría cada vez más rica. Nos hemos vuelto unos ignorantes de la
historia, en menos de un siglo hemos olvidado que hay que seguir en las
barricadas, que hay que luchar para corregir las desigualdades sociales, que
hay que meter miedo al enemigo. Yo no quiero vivir la vida que me toca,
prefiero ser Ahab y perseguir la página en blanco, salir a la calle y quemar
conciencias… ¿y tú?
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