Aunque mi último polvo no
fue memorable recuerdo cada pequeño detalle. Era una tarde como hoy, sosa,
aburrida, calurosa, impropia. Estaba cachondo y sin esperanzas, habíamos
discutido la noche anterior –como siempre-, y dudaba incluso de que viniera a
verme. Pero vino: escotada, con su falda de cuero negro ajustada, con su
corazoño bien lubricado. Yo estaba sin afeitar, varias cervezas en el cuerpo, demasiadas
voces en mi cabeza. Pero quise tomármelo con calma, había belleza en esa flor
que se abría bajo la lluvia de mis palabras. El sexo es muy básico pero también
complejo; mental y físico a la vez. Se necesita cierta coordinación de tiempos,
ganas, experiencia y escenario. Cualquier cosa puede estropear lo excelso. Molestar
a los vecinos con tus gemidos, romper la monotonía, los juegos de dominación y
el attrezzo, todo lleva al gran final, a esa sinfonía descabellada, a ese baile
del paroxismo que nace del orgasmo con olor a toque de queda.
Había una sensación de
final mórbido en el aire, pero no nos importaba. Le pedí que se desnudara
lentamente. Que jugara un poco. Disfruté del espectáculo. Luego le hice una
señal para que se arrodillara delante de mí. En su rol de sumisa cerró los ojos
y su boca me absorbió. Lo más divertido siempre son los preliminares, no hay
que reducir todo a un mete-saca. La empujé hacia atrás y hundí mi lengua en su
coño. Ella se reclinó al borde de la cama y siguió chupándomela así. Iba
despacio: me la ponía dura, paraba, volvía a juguetear con su lengua, me acariciaba,
paraba. La carne llama a la carne, mis dedos asfixiando su coño, agujeros de
carne sin apenas inocencia. No pude aguantar más y empecé a follármela con violencia.
O con amor. Ella se frotó el clítoris hasta que llegó al orgasmo de gemidos
desencajados. Mi polla triturada por sus contracciones. Bien. Me tocaba a mí. Coloqué
sus piernas encima de mis hombros, la sujeté las manos y empecé a follarme su
cuerpo indefenso con animalidad. Destellos de riesgo en el lenguaje duro, en
cada bofetada que le daba a mi pequeña puta. Cosificados. Usados. Tuvo otro
orgasmo justo antes de que la sacara y me corriera en su cara. Como último
gesto recogí parte de mi escoria blanca con los dedos y se la metí en la boca.
Puso cara de disgusto, pero los dos sabíamos que había merecido la pena.
El decadente es un excelente
amante. Follamos sin monotonía porque tenemos la sensación de que puede ser la
última vez. El decadente siempre te llevará al orgasmo, te enseñará el placer
del dolor, te sodomizará después de comerte el coño, te acariciará mientras te
insulta. Todo o nada. Somos los ignus de los que hablaba Ginsberg, los que aman
con afán de catástrofe, los que siguen buscando la oreja de Van Gogh, los que
intentan compensar así su incapacidad para vivir.
Los que nunca se cansarán de buscar en el fondo de tu coño la felicidad.
Los que nunca se cansarán de buscar en el fondo de tu coño la felicidad.
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