Ayer no dormí bien. Mi guetto es divertido hasta la extenuación, lleno de borrachos que gritan de madrugada el nombre de su amada; como si fueran Marlon Brando en “Un tranvía llamado deseo”. Luego viene la policía. Y el insomnio. No es interesante. Por eso opino que la diferencia entre un borracho y un alcohólico es la intimidad de su cubículo. El borracho es un gañan que busca público para sus miserias, una incontinencia, un lastre para su entorno. El alcohólico es más pudoroso y disciplinado.
No me gustan los bares. Ni la música que ponen ahí. Ni el hecho de que puedan tener una televisión encendida. Tampoco soporto a la gente, los borrachos tienen una charla aburrida, son una sangría de tiempo. Me gusta la soledad. Beber es suicidarte un poco cada noche. Y luego levantarte al día siguiente con resaca y tener otra oportunidad de redención. No hay nada romántico en ello, es una tara, pero al menos no dañas a nadie de tu entorno. Joder. Guardas una pequeña migaja de dignidad.
Ayer quería escribir algo en referencia al aniversario de la muerte de Bukowski -16 de agosto de 1994. Pero después de darle vueltas al texto en mi cabeza me pareció inapropiado, manido. Puestos a rendir un homenaje mejor utilizar alguna otra fecha, quizás la publicación de alguno de sus libros. Luego estuve pensando en la correspondencia que mantuvo durante años con Sheri Martinelli –musa de Ezra Pound-, años antes de dejar su trabajo en Correos, todavía desconocido para el mundo, con la necesidad de seguir rellenando los márgenes de sus cartas con dibujos y digresiones sobre la poesía. También hay mucho pesimismo y desesperación, los estragos de unas resacas casi épicas para un hombre ya mayor. Me gustaría que sacaran en castellano los otros tres volúmenes. Son cartas a otros poetas como William Corrington, que seguramente proporcionaban otro tipo de intimidad. Resulta grotesco el grado de intromisión que puedes justificar solo por la necesidad de saber más. De querer más. Y eso que la obra de Bukowski -sobre todo la poesía-, es eminentemente autobiográfica.
Pero a lo que iba. Anoche, dominado por el insomnio, me puse a ver “Bird”, una película biográfica de Charlie Parker dirigida por Clint Eastwood. Excelente. Al final me pasé el resto de la madrugada escuchando sus discos y releyendo el relato de Cortázar “El perseguidor” que trata sobre los últimos meses de su vida. Que insólita es la fascinación que nos produce el arte. Como si existieran dos tipos de belleza: la subjetiva, que es la que nos afecta directamente; y la objetiva, para la cual es necesario educar nuestra sensibilidad. Por eso siempre tengo curiosidad por las biografías o las ediciones comentadas: se disfruta más de una obra contextualizada. Porque después de leer a Cortázar la música de Charlie Parker se enriquece. Afina los matices. Enlazas el bebop con Kerouac, con la poesía de Ginsberg, y estás ahí, entre el humo, observando como el tiempo se para. Porque el arte tiene que provocar algún tipo de conmoción dentro de ti, la escritura tiene que ser ruidosa.
De otro modo no merece la pena. Estas perdiendo el tiempo y despertando a los vecinos para nada.
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