Fuegos artificiales en el
infierno: ha vuelto el mejor poeta de la ciudad. Me limpio la humildad con el
trapo sucio de la poesía. Disparo otoños a bocajarro. Vomito relojes para
derretir vuestros carámbanos de miedo. Os cuento secretos: el amor es un juego
violento que forma charcos donde niños traviesos juegan a mojarse sus alas de
arcilla. La literatura es una puta que finge orgasmos y que siempre nos anima a
apostar al caballo equivocado. Por eso debéis tener cuidado del poema y
alejaros de él: es el juguete roto del loco. Afilado como un cuchillo sin mango
y estrecho como una urna funeraria. El lugar donde el tiempo pierde el
equilibrio. Nunca es inocente aunque nos medique con su sabor a flor de niebla.
Cuando las luces se apagan
sé que mis advertencias han salvado muchas vidas. Pero me interesan más los
otros, lo que no se han resignado, los que todavía no han matado a su héroe
interior. Los que a pesar de todo se lanzarán en busca de quimeras y seguirán
escribiendo poemas de amor. Puede que sean víctimas de balas con falda que
besan el hueso y violan la carne. De jaulas de mimbre con nombre de varón y grapas
en el corazón. Pero algunos encontrarán su musa –o su muso- y ya no habrá
marcha atrás.
Hace tiempo era igual que
ellos: un pájaro sin nido que aún no había aprendido a volar. Pero tuve suerte
y la encontré. Fuimos muy felices. Reservábamos los fines de semana la suite
nupcial del manicomio y el resto del tiempo jugábamos a inventar palabras y
rimas en los columpios oxidados de los parques. No nos preocupaba que nos
vendieran caducada la esperanza porque yo contaba con su azul iluminándome por
las noches y ella se divertía arreglando mi puzzle de piezas rotas por el día.
Pero una noche ella se quitó con violencia su piel de plata y llamó al futuro:
nadie le contesto.
Y así fue como sus labios
se volvieron azules. Los vecinos vociferaron por las goteras de sangre. Pero
fue mi grito el que desconchó la piel de las paredes. Fue la danza
esquizofrénica de las cosas que no existen la que formó un mar de antorchas en
mi salón. Fue el chatarrero de metáforas quien vino a barrer todas las palabras
que no la dediqué. Fue el viento quien recogió todos los besos sin dueño y
deshilachó el garabato obsceno que aún escondían las sabanas.
Pero no quiero finales
tristes. La noche es un pozo de resurrección donde crecen las flores caídas de
nuestro intelecto. Adelante, os reconozco, seguidme, da igual si conspiráis
desde la página en blanco o brindando por la revolución en un bar de poetas. Yo
tampoco quiero ser un número al que han robado su tiempo, ni hacer la vida que me toca: salgamos fuera y aullemos juntos un
paraíso.
La Muerte observa estremecida
Como mis dedos trastabillan sobre el
teclado
Y es por ello que esconde todos los
cuchillos, que cierra todas las ventanas
Que se abrocha con nerviosismo el
cinturón de seguridad
Sabe que voy a intentar escribir un
poema
Y que tal vez, esta vez, tenga éxito
Y que tal vez, esta vez, tenga éxito
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