Cuando ayer llegué del
trabajo cansado y hambriento, con esas persistentes voces en mi cabeza pidiendo
muerte, una gran matanza que incluyera a todos mis compañeros de trabajo y
parte del vecindario, me volqué en la búsqueda de algún entretenimiento, de
alguna serie que me salvara –al menos durante unas horas- del dislate general
en el que me muevo. Así di con la nueva serie de Guillermo del Toro: “The
Strain”. Soy demasiado crítico con todo, pero me tragué los tres primeros
episodios subtitulados con una mezcla de placer y extrañeza. Por un lado me
recuerdan a “Vinieron de dentro de...” dirigida por David Cronenberg, con toda
la trama de pandemia imposible de parar. Por otro lado los vampiros son un
calco del Nosferatu de Murnau: no brillan, no son atractivos y el proceso de
conversión es bastante salvaje –especial mención el final del tercer capítulo.
Todo lo demás es basura. Cualquier
atisbo de novedad o riesgo parece que es abortado antes de tiempo. Hay una visión
cortoplacista, esa mediocridad del que asume que no va a conseguir más éxitos y
alarga innecesariamente su obra. Lost, que inició una época de gloria para las
series, es un buen ejemplo: podría ver varias veces las tres primeras
temporadas pero a partir de ahí se convierte en un producto despreciable.
Dexter a partir de la quinta temporada. Homeland con dos primeras temporadas
magnificas se ha desinflado hasta la absoluta nada, y piensan seguir con ella. Héroes
y Fringe, los mayores fiascos en la historia de la televisión moderna. No he
logrado coger el punto a Mad Men ni a Masters Of Sex. Solo Breaking Bad lo ha
conseguido: no le sobra nada, quizás algún bajón de calidad en la tercera
temporada, pero no se han vendido. No le sobra ni un capítulo. Juego de Tronos,
añadiendo cosas desde el respeto por la obra original y el talento de los
actores. Quizás otras destacables son Californication –lo sé, es muy
subjetivo-, y doctor Who, un clásico de la ciencia ficción que en su etapa con
Steven Moffat está haciendo historia.
Pero el formato está
cambiando. Creo que American Horror Story es una buena idea: temporadas
autoconclusivas. De ahí viene también la magia de True Detective. O Black
Mirror, dos temporadas de tres capítulos totalmente indispensables. Otra serie
memorable es Sherlock: tres temporadas de tres capítulos. Esa es la idea, ¿por
qué alargar artificialmente las cosas, no sería mejor ir a por todas, un crescendo
hasta el estertor del talento? Pero claro, el dinero manda. También es la
mediocridad de un público cinéfago. No estoy en contra de ver la serie Spartacus
o la película “Yo, Frankenstein” siempre que luego haya también alternativas de
calidad.
Ya me he aburrido de
hablar de esto. Hace demasiado calor. Esto es horrible. He mirado mi cuenta en
el banco y todavía no me han ingresado la nómina. Seguiré con mi dieta de aire
y cerveza. El puto insomnio. La autodestrucción mostrando su pauta en la pared.
La palabra madurez como una plaga de langostas. Prefiero pensar en Poe, en
Berenice y sus dientes desparramándose por el suelo ante la mirada del loco. Prefiero
pensar en Peter Punk buscando el significado de la nada mientras desaparecen
las sirenas, los enanos, todos los pequeños héroes que daban brillo a nuestra
infancia.
La bebida es un suicidio tan lento que, desde tan cerca, parece una forma de escapar de nuestra ternura.
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