Hay que leer mucho para
dotar al exhibicionismo literario de cierta solvencia literaria, de otra forma
solo consigues crear máscaras de soberbia reduccionista. Tampoco te obsesiones
con la perfección: la perfección no existe, solo el camino. No te ahorques en
una camisa de fuerza que solo consigue crear un bonito collage de palabras sin
vida que ni siquiera sorprenden vistas desde cerca. La imperfección medida es
la capacidad para validar nuestra singularidad a la vez que retrasamos el
terrible momento de –como los hijos de Saturno- ser devorados por el
capitalismo alienante.
Otro día más. Dicen que la
literatura ayuda. Quizás. Pero aún no he descubierto el truco de magia. Si estoy
triste y me embadurno en esa tristeza lo único que consigo es aumentarla. Si estoy
cachondo y hablo de sexo, de mujeres viciosas que caen de rodillas ante mí, mi
frustración se centuplica, la soledad me escupe desde el espejo. Intento dejar
a un lado la humildad, los miedos, pero no veo la transcendencia, no veo el
sentido de un público al que ni yo mismo tiendo la mano. Todo es sublimación, sombras
chinescas bajo la guadaña de la muerte.
Hace demasiado calor por
las noches. El ruido en mi guetto de extrarradio comienza pronto. El paradigma
de la pobreza en un ventilador que mueve el aire caliente de un lado a otro. Llevo
semanas sin echar un polvo. Me despierto cansando, cachondo y enfebrecido. Empiezo
a masturbarme. Pienso en ella, en su sonrisa azul, en cómo me la chupaba de
rodillas con generosa dedicación. En la belleza de su coño dolorido. Follar solo
puede ser real cuando lo asumes como deporte de riesgo. Una ventana iluminaba
que nunca pide clemencia. Sudar. Desfallecer. Seguir. Recuerdo como se la metía
con dureza hasta el fondo. Su gesto de dolor. Y como su cuerpo se adaptaba a mí
y empezaba a moverse cada vez más deprisa. Así funcionamos. Tanto feminismo y al
final os excusáis llamando amor a la necesidad atávica de que os dominen y os
follen con violencia. Pero es normal: las medianías no producen estremecimiento,
no mellan la memoria. Fue una lástima que creciera esa zona muerta entre los
dos. Que cada vez me costara más correrme. Pero no pongamos etiquetas. Ahora no.
Sigo moviendo mi mano. Cada vez más con más fuerza. Más rápido. Sí, sí, SÍ ¡SÍ!
El milagro del amor transmutándose en cieno blanco, hijos no-natos muriendo en
un pañuelo de papel.
Intento dormir un poco más.
Pero hay demasiado ruido. Me levanto y me ducho. Después echo algo de comida a
las tortugas. Son unas supervivientes. Abro la nevera: nada de comida, solo
cervezas. Me pongo a ello. Me tumbo en la cama y escucho algo de música. The
Doors. Quizás sea un grupo sobrevalorado pero tienen algo especial, las letras,
la guitarra, la voz de Jim Morrison… te pueden sumir en un trance mitómano
inexorable. Miro en el cenicero: tengo suerte, aún queda medio porro de ayer. Sigo
a lo mío. No he cambiado mucho en los últimos quince años. Ahora vivo solo, pero
lo demás sigue igual: semanas sin follar, precariedad laboral, no sé dónde
estaré dentro de un mes… pero ahí afuera sí que han cambiado las cosas: hay más
hijos de putas. Están más organizados y son más despiadados. El miedo del rico
es lo único que nos salvaguardaba de las diferencias sociales, una democracia combativa
era lo único que nos permitía mantener un estado del bienestar. Hemos bajado la
guardia, nos han pillado con los pantalones bajados y lo han aprovechado, oh,
sí. Ha cambiado tanto nuestro discurso que ahora los mileuristas son los
triunfadores, ahora vivir bien es no pasar hambre. Bah.
Una escritora decía en una
entrevista para un gran medio de comunicación que la escritura confesional y/o automática
era el territorio de los vagos sin talento. Yo creo que si eres inteligente
cualquier forma de expresión consigue convertir la basura de la vida en arte. Bueno,
se me hace tarde. Ya estoy preparado para mi jornada laboral, es decir,
borracho. Espero que la literatura haya cubierto el barniz de odio que me
recubre y pueda superar mi jornada de trabajo sin cometer ningún asesinato y
posterior evisceración. Soy una persona tranquila, pero si tuviera la posibilidad
de pulsar el botón rojo del exterminio, del apocalipsis, lo haría con una gran
sonrisa. Supongo, al fin, que eso es para mí la literatura.
Besos con lengua.
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