Beber solo es igual que
masturbarse, un placer efímero y triste por definición. Una forma de lento
suicidio. Luego resucitas entre la cegadora realidad y la resaca depresiva.
Cartas en el suelo. Las montañas ríen a lo lejos. Pasos en el comedor. Cubitos
de hielo que parpadean mientras intentas barrer la oscuridad. Putas con ojos de
hojaldre. Trincheras de fina piel inservibles frente a los pensamientos del
ciempiés enamorado. La sed arroja oasis apóstatas, ¿quieres morir amando al leproso?
Nieve cayendo como único y
hermoso adagio entre la hierba desafinada. Tus bragas negras en el suelo. Cuerpo
ajeno convertido en ovillo entre arañas y astillas de palabras rotas. Barbecho
de sentimientos. Sonrisa improvisada. La
Muerte frotándose las manos. Las manos se hunden en la boca. El silencio entre
nosotros es una orgia de heridas sin orgasmo, ¿quedan balas en la ruleta?
A veces el dolor es un
coro de musas heridas escupiendo tinta de sangre sobre el párrafo. Todo es
inercia. Deseo cubierto de lencería. Inefable levedad del cuchillo ante la
atalaya de besos y raíces. Te aprieto el cuello. Muerdes la almohada, niña desinhibida. Tus pies acarician mis mejillas. Te abro brutalmente y con
cariño. Arabescos de saliva. El corazón es un cazador solitario. Un barco en
miniatura atrapado en una brújula oxidada, ¿somos
moscas atrapadas en la red de las expectativas?
Dudar entre la nada y la
náusea de una rayuela cubierta por la niebla de lo eventual. Y tu coño, al final, como único lugar real que conozco.
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