Hachís. A veces el humo es un muro. A veces el sentido de la vida se
reduce a chutes químicos, como follar con gente desalmada que sabe cosificarte
con honestidad. Mañana tendré que levantarme a las seis y media para ir al
trabajo, sin embargo estoy aquí, mirando la página en blanco, intentando
rastrear, fijar la palabra. Pero quizás el cincel es incapaz de sonsacar nada
del bloque de mármol, quizás la posibilidad sólo existe en el ojo de la araña. Pero
los decadentes tendemos más al ridículo que a la coherencia.
Podría quejarme de ciertas imposiciones de la vida real, pero al final
este juego se reduce a tu constancia, a tus decisiones y fuerza vital; sino te agrada
tu trabajo busca otro, prepárate, estudia un idioma, échale cojones.
Naturalmente hay vidas entrampadas en las cuales la gestión se reduce a simple
supervivencia. Pero siempre hay un hálito de libertad, siempre puedes
esforzarte por ver el lado positivo de las cosas, aprovechar esa hora que te
queda al final del día para preservar un poco de lucidez mental ante el
matadero.
Por tanto no hay náusea en el texto, sólo la botella de vino barata, y
algo fría, de tu ausencia. Me imagino la nostalgia como una puta que se cuela
en la fiesta del presente, con su maquillaje excesivo, dejando aquí y allá
marcas de su desnudez. Y todo, ¿para qué? Prefiero el lenguaje mudo de sordidez
cuando te pongo pinzas en los pezones y te explico que el amor es dolor, cuando
intento astillar tu piel, tu jaula. Cuando te corres y piensas que, a fin de
cuentas, el otoño siempre podrá consolarte con la belleza de su juego infantil
de hojarasca.
Volviendo al presente he de confesar que tengo un fantasma en casa. Joven
vestal de túnica blanca. Aparece de pronto y siento como sus ojos azules forman
sombras chinescas de amor sobre mi piel. Nunca me ha hablado. Cuando he
intentado tocarla mi mano ha atravesado su cuerpo traslucido. Es enloquecedor.
Frustrante. Sin embargo la necesito. Despierta ternura en mí, como si volviera
al verano de mis quince años, invencible, ajeno a las derrotas que vendrán, una
brisa suave jugando con su falda, el tiempo amigo mudo de algo que siempre creeré
perfecto.
Otras veces necesito poseerla. Sin preliminares, ejercito invasor que
domina su languidez, su abandono, naufragando en su interior con un par de
dedos, acariciando su rictus lívido, penetrándola contra la pared con lenta
brusquedad, abriendo las muescas de su carne. Mis dedos de saliva en su boca,
defensas caídas, entregada… ¿pero a qué, a quién, por qué? No. Mejor así. Sin
decepciones. Sin sueños cogiendo polvo debajo de la piel.
Pero lo que nunca sabré es que a veces
cuando estoy dormido
se acuesta conmigo
en la lado frío de la cama
y ahuyenta los monstruos de mi sueño
con sus labios azules.
con sus labios azules.
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