sábado, 31 de agosto de 2019

Escritura automática: confidencias nocturnas delante de un vaso con forma de garfio.

            Una de mis frustraciones con la escritura es que soy incapaz de escribir si tengo música de fondo, he probado de todo tipo -jazz, clásica, bandas sonoras, electrónica-, pero siempre pierdo la concentración, como si mi cerebro estuviera memorizando la melodía, por lo que el resultado suelen ser tonterías inconexas como las de esta entrada. Me da mucha envidia la gente que afirma escribir con música, que le estimula, como Stephen King, Paul Auster… incluso Stephenie Meyer lo hace y añade sus playlist al final de los libros; ¿qué será de ella? ha fracasado en todos los proyectos que siguieron a su saga de vampiros adolescentes. Quizás su creatividad solo tenía una bala de plata y su único talento fue aprovechar la ventana de oportunidad. Supongo que también depende de si vas a escribir una novela, un relato corto o una chorrada autoconclusiva para tu blog outsider -hace mucho que el algoritmo de Google dejó de ser mi amigo-; de todas formas el ansia de notoriedad es un mal vicio, como la masturbación para un católico: algo que anhelas pero te esfuerzas en esconder.

            En cualquier caso los juntapalabras vivimos una época gloriosa, incluso borrachos podemos escribir sin demasiado esfuerzo, el Word se encarga de corregir las erratas y los errores ortográficos más flagrantes, no es necesario perder tiempo al día siguiente intentando pasar a limpio un montón de páginas de escritura jeroglífica. El alcohol tiene su parte proactiva: inhibe el censor, ese runrún impertinente en tu cerebro que invita continuamente a borrar lo que has escrito, todo te parece una genialidad trascendente que merece ser compartida e inmortalizada, te dejas mecer por el impulso aparentemente lúcido que fluye ante el teclado, sin más consecuencia que mostrar tu obvia genialidad. Supongo que ahí está la clave: no reflexionas sobre la importancia o el sentido de escribir, no piensas en la sempiterna productividad del capitalismo que se nos inocula desde pequeños, lo haces porque te gusta, porque llevas tiempo sin hacerlo y tienes ganas de compartir pensamientos y reflexiones. La acción te reanima ante la pusilanimidad del sonámbulo, es importante intentarlo.

            Un juntapalabras está obligado a tener vida social, necesita alimentar su literatura, poner a prueba sus prejuicios involucrándose de vez en cuando con personas nuevas. Lo intento, pero aunque la mayoría de la gente con la que interactúo me parece simpática, no puedo evitar comportarme como un huraño. Los observo y me parece que hablo con extraterrestres: prioridades vitales diferentes, taras diferentes, procesos mentales diferentes. Por suerte me llevo bien con todo el mundo, caigo simpático, solo tengo que observar, sacar algún tema que provoque el interés de mi interlocutor y tirar del hilo; todo el mundo está enamorado de su propia voz, todos quieren contar su historia, aunque sea parasitando la vida de los demás. Se podría decir que el mayor fracaso de las redes sociales es que te ignoren, hasta las personas más tóxicas son capaces de conseguir adeptos con su fascinante basura mental.


            Al final siempre se trata de pasión vital. Por eso me engancha el alcohol, es como un acicate, como un atajo hacia algo que, de otra manera, soy incapaz de conseguir. La pasión por seguir adelante a pesar de. La pasión por llamar a esa mujer que te obsesiona a pesar de. La pasión por aprovechar este tiempo prestado para escribir o hacer algo que justifique un poco tu existencia a pesar de. Los dados están trucados, pero lo absurdo sería no jugar, no salir a la calle, no contestar ese mail, no intentar conquistar a tu crush, no salir de tu zona de confort, no arriesgarte por miedo a perder. Es un impulso cortoplacista, pero puede convertirse en una sombra de victoria.

            La inspiración se acaba, metáfora de una cerveza vacía, de una canción de Tool apagándose. Y llega el cansancio, el miedo a la resaca prospectiva. Acaricio las venas de mi muñeca: estar vivo no era la forma más elegante de terminar la noche. Mi mano alarga su trenza de suspiros hacia otro brindis de realismo lírico, pero la euforia que me provoca el alcohol es un espejismo, como los gemidos de una puta filtrándose a través del fláccido tabique. La ciudad está a la espera, todo el mundo tiene una cuerda, ¿tiene forma de horca o solo sujeta un globo de helio que quiere partir hacía el fulgor de los ojos de Dios? Pero Dios no tiene escrúpulos ni polla, solo es un cerebro de hierba que trastabilla, cae y muere en el fango de su propia inexistencia. La fe es el sopor del patético animal que lame los barrotes de su jaula, la esperanza es la lava del arrebato.

Pero todo es una divagación deshonesta, un intento fútil de no pensar en ti. Tú, innombrable trueno silencioso, los ojos verdes de Eva Green en Sin City, me hiciste amarte para luego clavar tu cuchillo. Esta noche tu sombra corre bajo la luna de asfalto con mi corazón en su boca y la muerte, con su caricia sincera, baja por mi garganta como un ratón asustado. Pero ya lo dijo el maestro: no hay pasión sin cierta crueldad, lo más importante es saber atravesar el fuego.

4 comentarios:

  1. Hasta siendo hielo al atravesar cualquier fuego te terminas fundiendo, no sé qué habría que ser, acero, hierro?

    Besos.

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    1. Ya sabes como son las metáforas, querida Amapola Azzul, si te pones a pensar demasiado en ellas les quitas toda la poesía. Para atravesar el fuego lo que necesitas es ímpetu, pasión y mucha, mucha ingenuidad 😉
      Un abrazo.

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  2. Agradezco tu visita por mi blog. Te iré leyendo con calma. Saludos.

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    1. Gracias a ti por pasar por aquí y devolverme la visita. Yo también tengo ganas de leerte con calma y saborear tus letras, ¡Un abrazo! 😉

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