Ayer estuve viendo la película “El autor” adaptación de El móvil, primera novela de Javier Cercas, el protagonista se obsesiona con escribir una novela pero es incapaz; no tiene talento ni imaginación. Guiado por su profesor de escritura creativa sale de su bloqueo al percatarse de que puede simplemente trascribir su realidad diaria, y para ello comienza a manipular a sus vecinos y amistades para crear una historia. La obsesión por superar su mediocridad y terminar su historia le lleva a una total falta de escrúpulos. La película no es una gran maravilla, pero hay un momento en que nuestro protagonista pregunta a su profesor si tiene talento. Él elude la pregunta y cuando sigue insistiendo al final responde: “Escribe el puto libro y déjate de hostias”. Me hizo gracia, porque vivimos en un mundo infantilizado en el que nos venden la idea de que todos somos copos de nieve únicos y maravillosos, y que cualquier cosa que nos propongamos la podemos conseguir, el universo conspira, solo tienes que desearlo muy, muy, muy fuerte.
Pero, volviendo al tema del talento, ¿realmente es tan imprescindible? Yo diría que sobreestimamos esa palabra, y que a la hora de la concreción artística, por utilizar términos matemáticos, solo interviene en un 20%. El otro 80% es disciplina y perseverancia. Es seguir escribiendo sin demasiadas dudas hasta que en la cuarta o quinta novela puedas empezar a camuflar la mediocridad habitual. Desacralizar la literatura no es difícil, vivimos en una época donde se publican miles de libros al día, ¿son todos buenos? ¿Los best-sellers tienen algo más que nos permita hacer una digestión intelectual más allá de su capacidad de entretenimiento? La realidad actual es que cualquier mediocre se puede sentir cómodo afirmando que es escritor. Incluso la falta de éxito puede dar lugar a la frase alucinante: “No están preparados todavía para apreciar mi arte”.
Con todo esto no trato de menospreciar el talento: es precisamente esa misteriosa habilidad innata y subversiva, esa genialidad intrínseca la que permite despertar al lector, maravillarle, inspirarle, la que deja un poso, una muesca en su cerebro. Pero si hablamos de la concreción del proyecto literario en sí, requiere más actitud que aptitud, requiere “desearlo muy, muy fuerte”. Incluso añadiría que ser mediocre ayuda, porque es más fácil conseguir un producto mass-media. Vivimos en un estado de sopor, queremos escapar de nuestras vidas corrientes y absurdas, queremos que nos adormezcan, no despertar.
Otra cosa que está sobrevalorada es la vocación, pero creo que por una cuestión de pura ignorancia etimológica, porque se suele confundir con la ambición (desear algo de forma vehemente), y en este contexto lo que deseamos conseguir es fama y trascendencia. Pero la vocación no se trata de eso, es más bien una llamada o inspiración -nótese el talante religioso originario de la palabra-, inclinación o interés que siente una persona en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo. Y la forma más sencilla de descubrir la diferencia es cuando alguien después de declamar de forma efervescente su interés por la escritura empieza a glosar el cúmulo de circunstancias adversas, es decir, excusas, que le impiden escribir su obra maestra. Esto incluye la falta de tiempo libre, de espacio, de silencio, de pareja, de inspiración, de soledad, de dinero… la capacidad de justificación es inmensa. Yo escucho en silencio y no replico, pero siempre recuerdo aquella entrevista a Almudena Grandes en la que comentaba que antes de lograr la fama madrugaba un par de horas para poder escribir antes de ir a la oficina a trabajar durante el resto del día Y al escuchar eso uno de los periodistas le interrumpió para comentar que debió de ser muy duro escribir en esas condiciones. A lo que Almudena con tono crítico le contestó que en absoluto, que para ella no era ningún esfuerzo porque disfrutaba escribiendo, que esas eran las mejores horas del día. Eso es vocación, algo con lo que disfrutas totalmente, que no necesitas forzar porque es una actividad que te llena, te justifica y es tu dosis de dopamina existencial. Naturalmente puedes albergar las dos cosas –de hecho es casi necesario-, pero la vocación te impulsa a escribir pese a la ausencia de resultados, la experiencia intrínseca es el fin, y la ambición sin resultados te frustra y te anula.
Por divagar un poco más, es cierto que hay escritores que les gusta escribir de pie, ese estilo mártir a lo Rilke: “Temo que si me quitan mis demonios se puedan morir mis ángeles.” Creo que esa mentalidad es producto de su propia personalidad que, lógicamente, se filtra en su escritura. El rollo Bukowski/Pizarnik siempre rezuma un pernicioso pesimismo, fascinante sin duda, pero consecuencia de dedicar tanto esfuerzo a hablar desde las cloacas de su mente. No creo que sean las mismas sensaciones de Jane Austen cuando hablaba de sus amoríos victorianos, o cuando Julio Verne o Emilio Salgari intentaban inflamar la imaginación de sus lectores adolescentes. De todas formas, y ya para terminar, me gustaría recordar que Murakami en su último ensayo afirmaba que él tenía la sensación de que la escritura convertía su cuerpo en un crisol que se iba deteriorando según iba escribiendo sus libros, y que por eso necesitaba hacer tanta ejercicio, para mantener el cuerpo fuerte ante esa ponzoña. Si esa afirmación es correcta, y al menos para él lo es, que mejor muestra de vocación que dedicar intencionadamente tu vida a una actividad tan lesiva para el espíritu aunque, paradójicamente, tan reconfortante a la vez.
Bueno, que somos únicos es evidente, pero no todo lo podemos conseguir. Desear hace que lo intentes, pero no que lo consigas...
ResponderEliminarSí, creo que la disciplina y perseverancia son imprescindibles; pero... el resultado del que tenga eso sin talento, no puede ser brillante quizá.
Todo escritor debería tener vocación y talento.
Me encanta leerte, aprendo.
Muchos besos.
¿Es escritor el que publica diez novelas en Amazon, y todas son mediocres? ¿Es escritor el que tiene un diario personal que nunca lee nadie? No sé, quizás hemos banalizado lo que es ser escritor, y tendríamos que cambiar el término por juntapalabras xD
EliminarYo creo que en esta sociedad en vez de existir una meritocracia existe una idiocracia en la cual todos tienen derechos a reivindicar su propia mediocridad, en base a la idea de que “Todos somos únicos” y por tanto merecedores de su momento de gloria –a expensas, me temo, de los demás-. Claro que siguen existiendo escritores maravillosos que conjugan lo mejor de la vocación y el talento… pero están sepultados por el alud de mierda editorial que se publica a diario xD
No sé si hay mucho que aprender de mis divagaciones, pero te agradezco que pases por aquí y las leas ;)
Un beso.
Nooo, por supuesto que yo no pienso que sea escritor el que tenga un blog, o el que publique en Amazon. Yo creo que ser escritor es bastante más que querer escribir y tener ganas...
EliminarPero si es importante que le guste lo que hace, que tenga talento y que se esfuerce.
Hay muchas personas que se llaman escritores a sí mismos y a mi no me lo parecen.
Sí, me gusta venir y para mi hay mucho que aprender. Son temas muy interesantes de los que hablas. Gracias por responderme.
Un beso.
a mí me gustaría creer (y de hecho creo) en esa estadística del 20-80%. creo en ella porque, a la hora de escribir, me da cierta seguridad. vale, me digo, puede que no tenga talento (eso es algo innato, algo con lo que nací o no), pero sí puedo tener perseverancia porque eso sí depende de mí. está en mi organización, en mi lista de prioridades. y esto, en momentos de "crisis" me salva un poco de dejar de escribir o de pensar que no me sirve para nada (de nuevo, error porque la escritura no tiene por qué servir para nada). obviamente tener talento y además constancia tiene que ser ya el colmo de la dicha y la felicidad, pero esto es esperar mucho y esperando se te puede pasar la vida. y el libro.
ResponderEliminarla palabra vocación me hace arrugar un poco la nariz y no sé muy bien por qué. me suena a fácil, a predestinación, a un sexto sentido que se verbaliza cuando uno ya ha conseguido lo que sea, pero no antes. "yo es que siempre quise ser x", dice el que es preguntado, desde el éxito, desde el haberlo logrado, pero nunca lo he escuchado en alguien que sigue intentándolo, sin resultados. leyendo la anécdota que comentas de almudena grandes, más que vocación, yo sigo viendo mucho, mucho, mucho trabajo y perseverancia. y de nuevo, confío más en estas cualidades que en sensaciones y caminos trazados.
me apunto la película.
Vaya, que agradable ver por aquí a alguien de la “vieja guardia”, cuando Blogger era un lugar mucho más concurrido ;)
EliminarSí, comparto lo que dices. Ya me he extendido –quizás demasiado- con la entrada, pero para mí el ideal de vocación es aquel en el que no te importa luego quemar tu obra, porque lo importante es solo el camino hacia ella, el momento en que estás metido en la bañera, disfrutando del baño, para luego tirar del tapón. Pero en realidad sí es importante, el ego existe, existe la necesidad de confrontar tu obra con el lector, existe la ambición de llegar a vivir de ello y de validarte ante el juicio externo. Es como lo que dices de la escritura “no tiene por qué servir para nada”; pero en cierta forma sí que tiene que servir, porque pones tu mente, tu energía, y en cierta forma te justifica. Es un tema complejo, porque todos queremos tener talento, todos queremos destacar, es algo inherentemente humano, la vocación en ese sentido solo es otra forma de coartada, de reivindicarnos, incluso ante nuestro propio fracaso. Queremos que nuestros actos, nuestras creaciones, tengan sentido.
Un abrazo.