En alternancia con lo puramente anecdótico, vuelca un cúmulo de sensaciones, opiniones y apreciaciones de sí mismo y de los demás, que literalmente inundan la obra, mientras el fluir de la conciencia se apodera de algunas páginas. La desesperación, la desilusión y el hastío se presentan una y otra vez; el desamparo del ser humano es innegable. No hay más opción que tratar de recorrer el camino en soledad: “No puedo pensar en calle alguna de América, ni en persona que viva en ella capaces de enseñarle a uno el camino que conduce al descubrimiento de sí mismo".
América es comparada con una letrina del espíritu en que todo se ve aspirado hacia abajo, drenado y convertido en mierda eterna. Miller no descuida esta continua censura, mientras va presentando algunos otros personajes con quienes se relaciona de distintas maneras, además de su mujer e hija, seres con quienes no parece tener alguna conexión afectiva evidente, y que arrastra a través del texto como si de un mal necesario se tratase.
“De noche las calles de Nueva York reflejan la crucifixión y la muerte de Cristo. Cuando el suelo está cubierto de nieve y reina un silencio supremo, de los horribles edificios de Nueva York sale una música de desesperación y una ruina tan sombrías, que hace arrugarse la carne. No se puso piedra alguna sobre otra con amor ni reverencia; no se trazó calle alguna para la danza ni el goce. Juntaron una cosa a otra en una pelea demencial para llenar la barriga y las calles huelen a barrigas vacías y barrigas llenas y barrigas a medio llenar” (Pág. 54)
Es importante destacar las relaciones que establece con varias mujeres, en forma de acercamientos sexuales mecánicos, que serían parte integral de ese mundo desgastado y sin sentido; de un entorno que se desmorona y en el que nada es realmente trascendente. Su "misión" como observador/escritor se manifiesta de varias maneras: "Sobre todo, yo era un ojo, un enorme reflector que exploraba el horizonte, que giraba sin cesar, sin piedad. Ese ojo tan abierto parecía haber dejado adormecidas todas mis demás facultades; todas mis fuerzas se consumían en el esfuerzo por ver, por captar el drama del mundo."
“Pues sólo existe una gran aventura y es hacia adentro, hacia uno mismo, y para ésa ni el tiempo ni el espacio, ni los actos, siquiera, importan. […]“No puedo pensar en calle alguna de América, ni en persona que viva en ella, capaces de enseñarle a uno el camino que conduce al descubrimiento de sí mismo…Yo era uno solo, una sola entidad en medio de la mayor francachela de riqueza y felicidad…, pero nunca conocí a un hombre que fuese verdaderamente rico ni verdaderamente feliz. Yo por lo menos sabía que era desgraciado, que era pobre, que era desarraigado, que desentonaba” (Pág. 11)
Henry Miller expone una vez más su grandeza como escritor a través de una novela en que la amalgama de tiempos, situaciones y largas meditaciones es tan intrincada como intensa. La idea del sexo instintivo -quizá como vía de escape y/o como símbolo de la podredumbre reinante en un mundo fundamentalmente hostil-, la afilada crítica y la reiterada búsqueda de expresión, son algunas de las constantes principales de la obra.
Lo leí al cumplir los dieciocho y solo recuerdo que me impactó, nada más.
ResponderEliminarSí, tenemos una memoria muy defectuosa, pocas obras se mantienen en nuestra cabeza; quizás leer se trata solo de un acto de índole informativo; lo verdaderamente literario es releer, que es donde realmente te impregnas del libro de forma duradera. En cualquier caso es un buen libro. Yo antes tendría más a Bukowski, pero supongo que mis gustos han madurado un poco ja ja ja ja
EliminarBesos, buen fin de semana ;)