Debería de tener más vida social, pero se me quitan las ganas con cada nuevo intento. Precisamente ayer quedé con un antiguo compañero de trabajo. Se siente frustrado porque su pareja lleva un par de meses sin querer follar con él, siempre está cansada o tiene alguna excusa. Él se enfada y terminan discutiendo.
No es la primera vez que escucho algo así, la falta de sexo es una queja universal, a veces se justifica por el stress, el cansancio, la convivencia o la paternidad, pero parece más bien una espada de Damocles inevitable que se clava en el corazón de las relaciones más longevas.
Creo que todos, y también me incluyo, enfocamos mal el tema. Es decir, comprendo perfectamente que si tu pareja te rechaza o no muestra iniciativa sexual durante demasiado tiempo te ofendas y quieras una explicación. Lo que sucede es que este tipo de conversaciones son tan espinosas y contraproducentes que si eliges mal el momento, o no lo afrontas con sentido del humor, casi siempre acaba mal. Y entiendo que el rechazo sexual ataca el núcleo mismo de tu autoestima, pero es como pisar un campo de minas: un mal gesto a la hora de verbalizarlo y lo único que conseguirás es agravar el problema porque tu pareja lo tomará como un ataque o un intento de presionarla.
Y ya sé que generalizar es caer en el reduccionismo más ingenuo, pero la conclusión que saco de mi propia experiencia y de lo que he observado en los demás, es que ese descenso de libido en las mujeres suele ser una reacción inconsciente a la falta de atención y cariño de su pareja, sobre todo en comparación ese idílico primer año de relación en que la dopamina y la oxitocina inundan su cerebro en nombre del amor.
Con esto no quiero que el control del sexo sea una forma de chantaje femenino, pero si dejar constancia de que la ideación y predisposición sexual en las mujeres es producto de todas las sutiles interacciones que tienen con su pareja durante ese día, o incluso esa semana. A veces la teórica complejidad de nuestros roles sociales y sexuales son entelequias, tramoya, y para resolver nuestros conflictos solo necesitamos un poco de empatía emocional para comprender las sutilezas intrínsecas de cada persona.
Y fue eso, en un lenguaje mucho más llano, lo que le dije: "La solución es fácil, no discutas y sé más cariñoso con ella. Las relaciones son un trabajo diario, si la quieres demuéstraselo, esfuérzate en ser más cercano, no como la búsqueda de recompensa sexual, sino porque es lo que tienes que hacer". Naturalmente me miró con cara rara y siguió con su monólogo habitual, hablando sobre que se iba a buscar a otra, que él no tenía que conformarse. Ahí está el otro problema: el neoliberalismo sexual y sentimental. Es decir, una vez que pasan los primeros meses, lo que queremos todos, aunque tengamos a la persona más maravillosa a nuestro lado, es buscar de nuevo la novedad: queremos alguien más alta, más prieta, más guarra en la cama, más cariñosa, menos independiente, más delgada, más segura de sí misma... cualquier cosa, cualquier cambio. Como si las personas fueran un móvil de última generación que fuera necesario cambiar cada año para poder disfrutar de las últimas novedades, con ese egotismo que nos impulsa a pensar que la aceptación de los defectos del otro es conformismo, como si allá afuera existiera una persona perfecta que nos va a complementar y a hacer felices sin ningún tipo de esfuerzo.
Esto último no se lo comenté, sería muy hipócrita por mi parte ir de gurú existencial cuando en mi caso, ya sea por orgullo o pereza, tampoco he sabido aplicármelo o estar a la altura. Le dejé desahogarse y terminar su soliloquio de resentimiento. Pagamos las cervezas y después nos despedimos con parsimonia. Pero eso fue ayer, y ahora estoy aquí, aterido frente al teclado, ¿qué hacer? ¿Seguir con la novela, empezar otra, actualizar el blog decadente…?
***
Oh, mi querida musa demente
Siempre tan altiva
Tangible como un espejismo
Y con ese miedo atroz a la esperanza
Incluso en la dramática despedida
Cuando me golpeabas con tu viento ciclotímico
Como si lo único que hubiera conseguido todo estos años
Fuera entristecerte
Ya tenías a otro esperándote
Torpeza mía, a veces se me olvida que el amor
Implica más riesgo que destino
Como un faro que parpadea en la tormenta
Y aunque me sentía victorioso
Transitando tus caminos de deseo calculado
Me dejaste muerto de sed
En el lago helado de tu sonrisa
Ahora, unos meses después
Solo eres una sombra de algo
Que quise demasiado
Y que languidece lentamente
En su torre de marfil.
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