Ayer leí “Escucha la
canción del viento / Pinball 1973” de Haruki Murakami. Fueron las dos primeras
novelas que escribió, cortas, apenas ciento treinta páginas cada una, y hasta
hace poco seguían inéditas en España. La primera me gusta, tiene esos
personajes desconcertantes, llenos de silencios y preguntas sin respuesta. Su
forma de escribir tiene ese poso de transcendencia tranquila, sin altibajos,
como si todo tuviera importancia pero solo pudieras percibirlo cuando te paras
y observas a tu alrededor. La segunda es más floja e irregular.
De todas formas lo
interesante, aparte de ver su evolución, es la introducción. En ella Murakami
explica que estaba trabajando en su local cuando surgió la idea de escribir una
novela, como no tenía ni idea de cómo hacerlo, y el primer borrador le parecía
poco atractivo, probó a escribir en inglés. Al tener menos vocabulario y soltura
se veía obligado a transmitir sus ideas en frases cortas, casi minimalistas,
fieles a Carver, un escritor norteamericano que admiraba. Después de terminarla
la “tradujo” al japonés, no literalmente, intentando trasplantar el sentido del
texto. Y fue así como encontró su propio estilo, un estilo ágil, neutro,
desprovisto de componentes superfluos. No intenta escribir en un japonés desleído
–expresar con sobreabundancia de palabras- sino escribir una novela con su
propia voz natural, un japonés lo más alejado del llamado “lenguaje novelístico”.
Con esa primera novela “Escucha la canción del viento” ganó un concurso de
escritores noveles. Después de eso escribió “Pinball 1973” también sentado a la mesa de la cocina de su bar, de madrugada, cuando
ya había terminado su trabajo.
Poco después de terminarla
tomó la decisión de vender el local y convertirse en novelista a tiempo
completo, y empezó a escribir una autentica novela larga: “La caza del carnero
salvaje”. Esa es la obra que marca el verdadero inicio de su carrera como
novelista.
Me he pasado por la Fnac y
he visto el nuevo de Irene X. Cada vez que voy me leo treinta páginas. Y fíjate
que no me disgusta. Pero me indigesta. Más de lo mismo, una y otra vez, pero
con bonitos juegos de palabras. Es como si faltara algo, un hilo conductor, un
sentido, una especie de epifanía de fondo que te permita reflexionar sobre tu
interior. Eso es lo que hacen los buenos libros. Lees algo ajeno y lo percibes
como propio. Universalización. Empatía. Es difícil de conseguir. Molan los
puñetazos sensoriales, pero a veces confundimos forma y fondo, contenido con
continente. La belleza no suele ser transcendente, solo efímera.
“La literatura es el
fallo, el error. Un error que se hace consciente de sí mismo y devora al autor.
A Kierkegaard le gustaría Basket Case, ¿la habéis visto? Un hermano,
gemelo-error, más fuerte que el hermano simétrico, y vive en una cesta. Para
qué, entonces, un argumento, si el error tiene vida propia. El error también es
un camino hacia la verdad, tal vez el único camino, porque procede del deseo,
procede de la desproporción entre el deseo y el resultado, del mismo modo que
el único camino para interrogarnos acerca de la razón es la locura. La locura
examina constantemente a la razón. No al revés.”
Angélica Liddell
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