Ayer, en medio
de la conversación telefónica, me dijiste que estabas enamorada de mí. Un poco.
Me quedé callado, un largo silencio, ¿qué querías que respondiera? Todos esos
planes malogrados, las peleas, toda esa nostalgia frustrante impregnando
nuestros recuerdos siguen ahí. Claro que me agradó oírte de nuevo esas
palabras, pero, ¿lo hiciste por mí o por ti? Te imagino leyendo esta carta,
frunciendo el ceño, suspirando incluso. Sigue leyendo por favor, solo un poco
más. Sé que ahora contestarías que no puedo estar seguro de lo que sientes, que
no puedo estar en tu corazón. Me hubiera gustado hacer del él mi hogar, eso
te lo aseguro. Pero esto ya ha sucedido, ¿te acuerdas hace años, cuando fui
a tu casa a hablar de lo que sentía? Apenas me hablaste, te limitabas a mirarme
a través del humo de tu cigarro. Nos besamos, ¿lo recuerdas? Horas más tarde me
presentaron a tu novio. ¿Me diste alguna explicación? No, ¿para qué? Tampoco
estabas enamorada en ese momento, estabas enfadada, con rencor, como si tu
orgulloso silencio fuera la única moneda de cambio para tratar conmigo.
Pasaron tres
años. Y me volviste a decir que estabas enamorada. Que las cosas habían
cambiado, que tú y yo nos merecíamos otra oportunidad. Y te creí. Pero las palabras
hay que demostrarlas con hechos y tú nunca llamaste a mi puerta para quedarte.
Te conformaste con ideas, planes, ocasiones, con una relación de coincidencias
y excusas que siempre culminaban en nada.
Meses después
te vuelvo a encontrar. Te pido explicaciones, ¿por qué te conformaste con tan
poco? Inseguridad. Miedo. Esa es tu respuesta. Pero eso no justifica que no
contestaras el teléfono, ni mis mensajes. Que no cumplieras tus promesas.
Varias. También me dices que para mí solo eras un capricho. Y quizás tienes
razón, pero todo tiene un comienzo, a veces es mediocre, ingenuo, confuso,
equivocado, incluso fingido. A veces solo es un encontronazo, un pequeño cumulo
de emociones de bolsillo. Pero es una oportunidad de algo mejor. Tú cortaste
cualquier posibilidad. No luchaste por mí. Con tu anterior pareja, aquel
informático, si lo hiciste, le ayudaste cuando te lo pidió, fuiste a su casa a
entregarte, a vivir con él. Conmigo no, a mí solo me diste tu orgullo, tus
miedos y tu silencio. A veces abrías un poco tu corazón y vislumbraba un
sentido a todo. Breves momentos. Nunca te atreviste a darme una oportunidad
real.
Y sigues
volviendo. Me llamas, me lees, estas alegre, divertida, me dices que estas “un
poco” –los años te hacen más prudente- enamorada. Y recuerdo otras mujeres que
decían eso y hacían viajes de ocho horas de autobús para verme unas horas y
dormir en un sillón, que me enviaban cartas, hacían locuras, me demostraban su
amor con hechos, palabras, gestos y rendiciones que eran victorias totales
sobre mí.
Claro, no es un buen momento, tienes problemas, no estás preparada, ¿has estado en algún momento preparada para mí? No quiero herirte con esta carta, nada más lejos de mi intención.
Adiós mi
niña musa, mi risa perfecta. Se feliz.
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