Tu recuerdo es como un ovillo de lana azul
Que se esparce por el suelo
El gato lo mira con codicia, planea su emboscada, ¿debería impedírselo?
Recuerdo cuando me acerqué a ti
Y te dije: “Disculpa, estás apoyada en mi abrazo…”
Recuerdo cuando dibujaba con gasolina tu retrato
En mi corazón de madera
Ya entonces todos me advertían
Que tuviera cuidado con tus labios de fósforo.
Tu alma estaba llena de roces subterráneos
De sonrisas preñadas de laberintos
De horas medidas con compas
Por eso, cuando era de noche, tragabas tus pastillas
Y avanzabas por el pasillo a esperar a todos tus monstruos
Querías que te hicieran real
O te hicieran añicos
Como si ese gesto pudiera romper la arquitectura de la nada
Como si caer fuera la forma más sencilla de volar
Como si no hubiera ninguna posibilidad de rescate
El problema es que todos creemos tener aptitud de pájaro
Cuando la mayoría solo somos niños traviesos
Que juegan a mojarse sus alas de arcilla
En charcos de vértigo y juegos violentos
Como pestañas cayendo avergonzadas ante el empujón sórdido
Intenté hacer puntería con mi corazón itifálico en tu columpio azul
Y aunque el impacto resonó como un incendio recién nacido
Fracasé
Y no pude salvarnos.
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Mis primeros años de universidad fueron una época extraña. Vivía de alquiler con dos amigos más en un piso casi en ruinas de Lavapiés, trabajaba unas horas por la noche de reponedor en un centro comercial y pensaba que la vida se reducía a consumirse el fin de semana en el camino del exceso. Hablábamos de Kierkegaard o Camus y luego nos echábamos a reír porque teníamos la convicción de que solo Bukowski había llegado a encontrar un simulacro de verdad en sus libros.
Y llegaba el fin de semana. Canciones de Barricada. Extremoduro. Chupitos de tequila hundiéndose en los minis de cerveza. Bailes, invitaciones al baño, subir faldas con una sonrisa. Un latido rompiéndose en sístole y diástole. Ciudades de carne que se conquistaban durante unas horas. Kaddish. Éramos las putas del caos, sabíamos que la vida era una concatenación de dolor, frustración y grandes decepciones. Una clase de esgrima repleta de sangre y anzuelos. Por eso queríamos aprovechar el momento, no queríamos asustar a Peter Punk con la luz, ya nos obligarían las circunstancias. Mientras tantos había que seguir huyendo hacia delante. La vida parecía un bar de blancas paredes acolchadas donde cualquiera podía convertirse en isla. En ruido. En sonrisa torcida. O incluso en Arte.
Las mujeres, oh, sí, siempre fue ese el gran problema. Recuerdo que la vi acercarse como un accidente implacable, como si tuviera complejo de polilla y su luz me impidiera moverme. Intenté mantener mi pose de misógino trasnochado, pero ya era demasiado tarde. Marta era adorable y también jodidamente infame. Era el gas que guiña el ojo antes de la explosión. La tesorera de manchas de Rorschach que se abría de piernas ante el silbido del poema y la pornografía hostil de mis dedos. La que exigía condones a los terremotos para compensar las molestias. Su coño era una flor que caía y aplastaba con su incendio la mente. Nunca llegué a descubrir si su bipolaridad era un crisol de pasión vocacional o una enfermedad. Reía mientras daba la vuelta al colchón de la realidad y te descubría la mancha de sangre que había al otro lado y que nadie excepto ella era capaz de ver. Había perversión en su romanticismo. Había cortes en los antebrazos. Y misterios. Y fe impostada. Y gusanos hambrientos. Y ese recuerdo frío e incómodo cuando me exigió amor a gritos en el cementerio de Alcobendas.
Con ella el amor no parecía una perogrullada, un invento de trovadores resentidos. El amor era el olor a gasolina de su coño, sus silencios, su languidez, su cinismo cruel, el color de sus ojos después el orgasmo, las cicatrices y las canciones compartidas. Y sobre todo sus perfectas felaciones, la forma en que adoraba mi polla entre sus labios, su generosidad, su devoción al introducirla en la boca y acariciarla con la lengua. Ese morbo cuando me miraba a los ojos mientras me corría. Se alzaba y me besaba con fuerza, mi estertor blanco en su boca, el sabor de nuestros hijos no-natos mezclándose con cierto poso de esperanza que la vida todavía no se había encargado de destruir.
¿Qué importaba el dolor prospectivo? ¿Qué importaba el sacrificio cuando su exorcismo de belleza me cubría de tierra y me follaba? Nada. Nada. Nada. Tú eras mi saliva de exilio. Mi brote esquizoide. Mis besos en morse. Sucumbir a la cleptomanía ninfómana de tu boca siempre me pareció la forma más espectacular de equivocarse.
Aquella noche preguntaste: “¿Dónde está tu dignidad? Y respondí: “Allí, junto al ejercito invencible de tus tacones” Así terminó todo.
"Y no pude salvarnos"
ResponderEliminarHoy me cae como patada en la cara.
Qué inútil se puede llegar a sentir uno, qué impotente...
Los presagios no tienen importancia, dejemos a los matices jugar solos
EliminarEl amor siempre deja surcos y arrugas en la carne, transforma el sexo en cadalso
Todo cambia cuando miras en el gran Espejo llamado Vida
Y descubres que Dios ha fracasado
Y nosotros, cielo... y nosotros....
EliminarPtuaj....
Sabes? Te releía y eso de "besos en morse"... cómo me pudro esta noche recordando lo que los besos decían según cortos o largos, y los gemidos eran los malditos signos de puntuación.... uffffffffff
No se qué me resulta más evocador tus poemas o tu recuerdos, o quizás soy yo quien pretende distinguir entre lo que es igual.
ResponderEliminarUn placer
El poema siempre miente ;)
EliminarBesos.
Muy duro...
ResponderEliminarA veces no se trata de Amor
Eliminar-coquetería decapitada-
Sólo de saber elegir el disfraz adecuado.
Oh! Rorschach, cásate conmigo!
ResponderEliminarDeja los contratos para otros.
EliminarLo que yo quiero –necesito- es pudrirme a tu lado
Beber de ti
Y ser Libre.
Recuerdo cuando dibujaba con gasolina tu retrato
ResponderEliminaren mi corazón de madera...
Es posiblemente el mejor verso que haya leído en mi vida.
Felicidades.
Qué importa, reitero, que seas Brújula Rota
EliminarSi ya me he enamorado
De nuestro Error.
¿Hay aplausos?
Amañemos la Lógica y el Desaire
No quiero negociar el Equilibrio
Sólo quiero que beses los ojos heridos de mi piel.
Pero qué diantres hacíais en el cementerio de Alcobendas?
ResponderEliminarTiempos oscuros de decadencia, botellas de vino y madrugadas de sonrisas desquiciadas entre cuchillas de tristeza. No sé exactamente cómo acabamos allí, lo que si recuerdo es que ella se obsesionó con que folláramos. De ahí el recuerdo frío e incómodo.
EliminarUn saludo!
300.000 visitas. Muy bien querido público...xD
ResponderEliminarEl color azul que tanto se repite en tus relatos y poemas, ¿tiene que ver con algo más que el color de unos ojos?
ResponderEliminarTodo comenzó como una especie de homenaje a los ojos azules de mi musa, ahora es marca de la casa, a fin de cuentas blue también significa melancolía
EliminarUn saludo!
Hasta la arena de una preciosa playa puede ser fría en una noche cualquiera y parecerse mas a un camposanto que al paraíso, en ocasiones no solo hay que saber elegir bien el entorno.
ResponderEliminarTus poesías tienen encanto.
Besos escritor.