Escribir es como amar: un escenario en blanco, épico, fútil, de grandes posibilidades. Escribes sobre su piel bellas metáforas que el tiempo convierte en aristas, puntos suspensivos y pequeñas contradicciones. Vas recorriendo los límites de su página en blanco, llegas al final, escuchas el suspiro, el adiós, el portazo, rubricas todo ello con cierta impostura de poeta trasnochado –de esos que solo hablan de sexo y vino-, y te preguntas, ¿por qué no resulta todo más sencillo? Es como si las palabras jugaran al escondite con tus sentimientos y los besos apenas sirvieran de algo, ¿estamos tan dañados que solo podemos aspirar a ser estaciones de servicio, calculamos la transcendencia por el número de orgasmos por metro cuadrado?
Lo peor es cuando el
escritor confunde fabular con vivir. Intentar redimir con el teclado vivir
siempre a destiempo. Pero es una mentira. Como la chica misteriosa a la que
observaste copa en mano ayer por la noche en la jam session de poesía. Sus brazos
recorridos por la típica conducta autolesiva, cicatrices blancas bailando un
morse de tristeza por su antebrazo. Bien. Adelante. Conócela. Dile que te la
ponen dura sus cicatrices emocionales. Su nerviosismo. Pero no, no lo haces. Horas
después te sientas delante del ordenador, recuerdas. Pero tu escritura es
inerte, fláccida, sin vida. No hay caballos de la exaltación. Tu mente tiene
hambre –o sed como diría Pizarnik-, pero el alcohol no consigue sustituir las
piezas que faltan.
Recibo una llamada. Una voz
femenina inicia el ataque. Al parecer soy un ser rencoroso y despreciable. A mí
me parece algo ya innecesario, una bronca inútil y a destiempo. Cuelgo. Apago el
móvil. Me duele la cabeza. Saco dos latas más de cerveza. Tengo que ir a
trabajar en una hora. Pienso en ello. Sí, es cierto, soy rencoroso, una forma
como otra cualquiera de protegerse. Me mantiene alerta, como un semáforo en
ámbar que me advierte de la decepción prospectiva, ¿prefieres la indiferencia,
pensarte piel muerta y mecer el silencio? Nadie es perfecto. La empatía es una
palabra que ha perdido significado por pura repetición. Sangra por mí pero no
lo llames empatía.
El amor implica riesgos, escotes
que son puñetazos en la memoria, sonrisas que son explosiones azules. Uno empieza
buscando ser la puta de tus besos y al final se convierte en una orilla
dormida, en un anzuelo de goma. Una vez te dije: desnúdate y pasea sobre mí. Y
tropezaste en mi aliento, caíste en mi boca. Y quizás, solo quizás, pudimos
hacer, durante unas horas, tangible el espejismo. Pero ya no sé afilar
metáforas en la cornisa de tu belleza. Hace demasiado calor, hay demasiado
ruido en mi mente entorpeciéndolo todo. Es demasiado tarde. Pero te juro que
intenté perdonarte. Intenté seguir adelante y poner un lazo a la cicatriz que llevaba
tu nombre. Y no conseguí que saliera bien. Solo queda recoger los bártulos,
poner mi nombre a las cajas y seguir adelante. Qué tristes son las mudanzas de
sentimientos. Qué triste tanta pasión desubicada.
Qué triste dejar tanta
belleza sin terminar.
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