El problema del decadente,
aparte de su indolencia intrínseca, es la falta de ambición y metas. Atrapado por
la sombra de sus escritores favoritos hace quiebros entre paredes blancas y
escapes de gas buscando un momento en la madrugada para arrojar a la Muerte su
regalo de vida. Es cierto que tengo la molesta manía de corregir mis textos y
llenarlos de molestas metáforas –manidas quizás, pero extrañamente inexistentes
en los demás blogs que ANTES leía-, y que siempre ando falto de humor y
alegría. Reservo mi alegría cuando tengo la extraña suerte de eyacular dentro de
mi musa. O al terminar sin demasiadas secuelas mi jornada de trabajo. O
simplemente al abrir la tercera botella de cerveza en la soledad de una tarde
de verano. Bien.
Hace una hora me llegó el último libro de Batania con la siguiente dedicatoria: “La vocación se puede inventar. El talento es una suma de esfuerzos
artificiales”. Quizás dice eso porque su experiencia vital fue llegar a
Madrid sin vocación, pero a fuerza de leer y escribir todos los días el hobbie
se transformó en trabajo, y el trabajo en una amable rutina que le mantiene
prolífico y en paz con el teclado. Paul Auster decía: “lo difícil es no
hacerlo” Bukowski decía: “escribo por pura necesidad, para sobrevivir”. Yo creo
que somos sedimentos de certezas. A veces escavamos dentro de nosotros con
expectativas equivocadas y lo más afortunados –como Batania- descubren
sorprendidos ese placer legítimo, esa necesidad que cobra vida y exige cada vez
más. El teclado es un juguete divertido, pero creo que es erróneo llamar
vocación a lo que la mayor parte de las veces es anhelo de notoriedad –reafirmación
del ego-, masturbación neuronal, la elección de gastar tu tiempo en completar
un puzzle de palabras.
Y quizás no se vislumbra
esa pasión obsesiva en la mayor parte los libros que se editan hoy en día
porque también falta lo más importante: el talento. Y ahí si discrepo
totalmente. El talento lo tienes o no lo tienes. No somos especiales ni copitos
de nieve únicos y perfectos que pululan por las ciudades en espera del foco
adecuado. La inmensa mayoría somos mierda sin ninguna clase de talento. Naturalmente
no siempre ha sido así, cuando éramos niños teníamos la potencialidad de
destacar y ser especiales, cada uno a su manera. Pero está sociedad capitalista,
con su educación alienante, sus sueños comprados a plazos, su necesidad de
consumir, incluso de follar con una serie de directrices iguales para todos, ha
conseguido modelarnos y matar cualquier atisbo de singularidad. Ese es uno de
los motivos por los cuales hay más honestidad en la desesperación y la tristeza:
nacen del aislamiento y la soledad. Una persona que no tiene problemas, que es
moderadamente feliz, a priori ni siquiera va a tener la necesidad de usar el
arte para su desahogo, no va a querer meterse en una habitación, con las
persianas bajadas, a desmontar sus pensamientos y cuestionar su vida.
El talento es escaso pero existe.
El problema es el mar de mierda que rodea y ahoga el brillo de las obras que
merecen la pena ser disfrutadas. Porque el arte es un negocio. Escribir todos
los días durante años te hace mejorar, encontrar un estilo propio y exhalar de
vez en cuando algún eructo bienintencionado. Pero el verdadero talento no
necesita ser señalado por una inmensa mayoria, eso ya
lo hará el tiempo que es el padre de la verdad. El Talento sucede. Sin explicación
ni aplausos. Es algo diferente que te desconecta de la realidad y estimula tu
sensibilidad. Es una bengala en una noche sin estrellas. Una sorpresa
encantadora. Por eso, aunque hordas de mediocres sigan sumando esfuerzos
artificiales durante siglos, ni siquiera podrán rozar la transcendencia. Sólo conseguirán
dejarnos sordos con sus rebuznos.
Batania mola. Comprad sus libros.
Batania mola. Comprad sus libros.
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