Hablaba tangencialmente en
la anterior entrada sobre escribir todos los días. Escribir es vivir dos veces
y corregir algunos matices. Desmenuzar. Un puzzle de palabras con demasiadas
soluciones en la que naufragas sin ni siquiera conocer las fronteras. Hay que
pagar un tributo para poder disfrutarlo. La primera media hora es horrible. No
sabes de qué escribir. No sabes cómo. Y tu cerebro conspira para que abandones.
El ser humano es indolente por naturaleza, su inercia es embrutecerse. Quizás
es una forma de sobrevivir, los suicidas piensan demasiado. No lo sé. El caso
es que escribir todos los días allana el camino. Crea una rutina. Una pauta. Y
eso está bien. Interiorizar las reglas de ortografía y gramática. Que la musa
se baje las bragas mientras estás delante del monitor. Obsesionarte un poquito.
El talento lo único que indica es la rapidez con la que mejoras. Pero no puedes
mejorar sin tragar un poco de bilis antes.
También depende de tus
aspiraciones. Si quieres ser escritor, si participas en esas fastuosas Jam
Sessions de poesía en Madrid, las redes sociales son un escaparate de tu obra, te
editas tus propios libros, o mejor, editoriales underground sacan pequeñas
tiradas de tu libro, pues sí, adelante, todo el mundo merece un par de groupies
que se solidaricen con tus cuitas. El problema de fondo es un listón de calidad
muy bajo. Que conste que lo digo como LECTOR. He comprado muchos libros a
través de esas pequeñas editoriales, y aunque es cierto que he disfrutado de
obras muy originales, de un estilo de poesía –prosa poética mejor dicho-, que
pensaba que no existía en España, que hay algunos narradores formidables que
veneran el realismo sucio, al final la impresión no ha sido del todo
satisfactoria.
Es demasiado fácil publicar. A veces da la sensación de que necesitan llenar su catálogo con cualquier autor novel que se conforme con ciento cincuenta ejemplares en su primera edición. A veces, salvando las distancias, me recuerda a los blogs: encuentras varios que tienen un toque diferente, sus autores escriben de forma visceral, abrasiva, diferente, tienen estilo propio y se defienden muy bien. Otros son tan autobiográficos que tienes ganas de salir a buscarlos e invitarles a una cerveza. Con el tiempo de todos ellos te quedas con dos o tres. El impulso de escribir, del desamor, la efímera inspiración deja todo desértico. Naturalmente todos los demás son basura. Viva la libertad de expresión, pero nunca podrás escribir nada que merezca la pena. Así es el mercado editorial. Te puedes encariñar con dos o tres artistas, pero, ¿dónde está el talento? Conste que todo lo que acabo de escribir vale para muchas de las novedades que se ven en las estanterías del Corte Inglés.
Es demasiado fácil publicar. A veces da la sensación de que necesitan llenar su catálogo con cualquier autor novel que se conforme con ciento cincuenta ejemplares en su primera edición. A veces, salvando las distancias, me recuerda a los blogs: encuentras varios que tienen un toque diferente, sus autores escriben de forma visceral, abrasiva, diferente, tienen estilo propio y se defienden muy bien. Otros son tan autobiográficos que tienes ganas de salir a buscarlos e invitarles a una cerveza. Con el tiempo de todos ellos te quedas con dos o tres. El impulso de escribir, del desamor, la efímera inspiración deja todo desértico. Naturalmente todos los demás son basura. Viva la libertad de expresión, pero nunca podrás escribir nada que merezca la pena. Así es el mercado editorial. Te puedes encariñar con dos o tres artistas, pero, ¿dónde está el talento? Conste que todo lo que acabo de escribir vale para muchas de las novedades que se ven en las estanterías del Corte Inglés.
Me desvío del tema. En casos así, sí, escribe todos los días, publica, sigue adelante. Pero lo más importante es que leas. Lee mucho. Cosas de todo tipo, desde ensayos, poesía, novela decimonónica, autores rusos, franceses, alemanes… todo. Si alguien que tiene ínfulas de escritor afirma que no tiene tiempo para leer a los demás, eliminadlo: es imposible que escriba nada decente. Recuerdo que una vez tuve una relación tumultuosa con una filóloga de polvo mediocre. En algún momento me animó a escribir algo juntos, pero la contesté que no me sentiría preparado hasta que no hubiera leído mil libros. Si alguien considera que es una cifra excesiva, pues lo mismo: sigue con tu blog, pero por favor, no contribuyas al mar de mierda editorial. Leer y escribir son la misma cosa. Si no amas una no puedes hacer la otra.
Naturalmente todo esto no tiene sentido si ya tienes vocación, si prefieres quedarte los sábados por la noche escribiendo antes que salir de botellón con tus amigos. Si cuando te está abandonado la zorrita elitista de turno en tu fuero interno estás buscando las palabras adecuadas para describir el sentimiento de pérdida. Si te encantan los diarios personales. Si querías ser escritor antes de los veinte. Emborracharte como Bukowski. Hacer el camino como Kerouac. Hacerte esclavista como Rimbaud… bueno, quizás esto no.
En cualquier caso sí, las ventajas son claras. Pero yo no lo hago. Y me gustaría explicar el motivo. No es sólo por pura indolencia. No es sólo porque no tenga ambición, ni vocación, ni inspiración todos los días. No es sólo porque, a fin de cuentas, me resulte el esfuerzo fútil y absurdo. Es por algo más sutil. Yo creo que hay una relación entre el sexo y la escritura: estás cachondo, quieres echar un polvo, esperas al fin de semana, conoces a una virgen vestal, la apabullas y finalmente llega el fornicio. Hay imaginación, trazos a lo Van Gogh en la forma de tocarla, de usarla, de tomarla. Y finalmente el cenit con un hermoso corazón de semen en su cara. Si echarás otro a la media hora, o al día siguiente, sería diferente. No habría la misma pasión. Habría ciertas repeticiones, la espontaneidad desaparecería. Empezaría a notarse el ejercicio gimnástico de fondo. No siempre, puedes haber sufrido una carestía de sexo y quieres aprovechar. Pero necesitas algunos días de descanso para volver al polvo épico. Con la escritura sucede lo mismo. Si eres un buen escritor, si realmente vuelcas tu vómito y te dejas llevar, al acabar el texto estás agotado. Las metáforas te han consumido. La obsesión por buscar las palabras adecuadas, el final, la música, todo hace que te sientas alegre pero vacío. Necesitas recargarte. Necesitas vivir. Recoger experiencias. Leer algo. Alejarte. Puedes escribir más cosas. Recordar viejas experiencias. Pero ya no será igual, hay que empujar, hay que sangrar, hay que escribir de pie. Hay que corregir. El vómito se provoca y tarda en llegar. No es tan divertido. Y si no te diviertes, ¿para qué coño acaricias el teclado?
Dejemos la impostura y las demostraciones de talento artificial para las actrices porno.
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