Quizás la felicidad es el silencio del dolor porque la risa del
mutilado aún necesita amor. Knut Hamsun hablaba de ello pero fue Vallejo quien murió
de hambre en Paris. Van Gogh rechazado por una puta. Rimbaud muriendo en África
mutilado por la sífilis. Pound encerrado en el psiquiátrico. Sylvia Plath
metiendo su cabeza en el horno. Pizarnik asqueada a los treinta y seis años.
Hemingway haciendo un dibujo en la pared con sus sesos. Lorca asesinado en una
cuneta. Burroughs disparando contra su mujer. Woolf y sus piedras. Kerouac y su
resaca de diez años. Kafka y sus neurosis. In profundis de Oscar Wilde. Dickinson
y su reclusión. Brontë y la tuberculosis.
El vomito. Gusanos negros bajo el colchón. Guardando en la boca un par
de monedas sucias para Caronte. Notas agudas. Años de estudio que acaban en las
fauces de alzheimer del contenedor. No hay calor detrás de las cortinas. Sólo definiciones
erróneas. Y putas llenas de luto. Mujeres que dejan un rastro agridulce en el
suelo de porcelana, te arrancan las pestañas y cosen tus heridas de deseo
frustrado.
Hay lujuria en una bufanda que asciende e interrumpe el cielo gris
plomizo. He visto muñecas con zapatos de tacón paseando su leyenda ante un
pelotón de fusilamiento asustado. Gasas de azul etéreo, con voz de luciérnaga,
convertidas de pronto en esquelas de pavesa.
Y ella, con su cuerpo de cuento, de poesía sin verso y columpio de luna. En su segura oscuridad de feto
en la placenta. Sábanas rojas de horizonte infinito. Llega el hombre con su
sonrisa falsa y sus uñas suicidas. Y lo rompe. Las letras haciendo táctil el pecado y robando su inocencia. Y ya sólo queda resolver sin
carisma todos los conflictos existenciales que provoca la luz de la lampara. Intentando
fingir que la vida nace en el reflejo de un espejo de latón. Sin
alcohol. Ni cocaína. Sólo con la alevosía del bufón que intenta maquillar las
secuelas. Pero que lo único que consigue es amoratar las fronteras de un deseo
tan vano como un amor de verano. E intentamos bebernos la sed. Llenar nuestras heridas de esperma y flujos. Despojarnos de la ropa como si nos arrojáramos a un precipicio de
madera para así poder sentir el vértigo de una pelusa inmortal y nihilista. Y cuando esas llaves mohosas rompen el himen literario nadie lo considera un crimen. Están
acostumbrados a asesinar la virginidad con signos de puntuación mal elegidos. Sin
sangre. Sin brillo. Vulgar penetración.
Por eso, como justo castigo, amanecimos convertidos en estatuas de sal y tinta.
Joder. Me has arañado por dentro. Joder. Te diría cómo me ha llegado, pero supongo que ya lo sabes.
ResponderEliminarBesos mi querido poeta.
Te haces querer.
ResponderEliminarmuy bello, enhorabuena.
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