Alicia: Realmente no, era amiga
de María, su hermana. Ana era tres años más joven que nosotras, cuando estaba a
punto de entrar en el instituto nosotras ya pensábamos que íbamos a estudiar en
la universidad, los chicos… otro tipo de cosas. Además a Ana le afectó la
adolescencia, empezó a volverse más hermética, más irascible, a vestir de
negro. Pero recuerdo que justo antes de entrar en el instituto, en verano,
estuvimos las tres muy unidas. Yo tenía por aquel entonces ínfulas de escritora
y convencí a María para crear un taller literario en su casa y convertirnos en las
nuevas Brontë. El caso es que escribíamos durante horas y luego leíamos
nuestros relatos o cuentos en voz alta. Ana siempre estaba por ahí con algún
libro en la mano y era un publico perfecto. De hecho estaba obsesionada con mis
cuentos, uno en particular le encantaba y siempre me suplicaba que se lo leyera.
Yo siempre intentaba cambiar detalles, hacerlo vivo. Pero ella se enfadaba,
decía que así estaba perfecto y que solo conseguía estropearlo. Era realmente
divertido.
Miguel: (Sonriendo) ¿Escritora eh? Eres una caja
de sorpresas. Podrías contármelo…
Alicia: No…ha pasado ya
muchos años, apenas lo recuerdo…
Miguel: (Acariciándola) Por favor, no te hagas
de rogar…
Alicia: (Suspiro) Esta
bien…pero luego no quiero críticas negativas, ¿de acuerdo? Vamos a ver… ¿cómo
empezaba…?
**
La princesa abrió los
ojos. Estaba tumbada en su cama, pero la habitación no parecía la misma, era
más colorida y luminosa. De pronto la puerta se abrió y entraron varios gnomos.
Uno a uno se acercaron y le dieron un beso. El último, justo antes de besarla,
le entregó un sobre. Despertó: allí no había nadie. Estaba sola como siempre, atrapada
en su habitación, en el ala izquierda del enorme castillo. Su padre la mantenía
encerrada porque temía que le pudiesen hacer daño, o que la raptasen para hacerle
daño a él. Lo peor es que nunca estuvo segura de qué opción era la que más
temía su padre. Vivía atemorizado por su propia seguridad y parecía que no le
importaba demasiado lo que su hija sintiese.
Aquella princesa que vivía
sola y veía el mundo a través de la ventana abrazó su almohada, y justo cuando
se desbordaban sus lágrimas sus dedos tropezaron con un pequeño sobre. Tal vez
no había sido un sueño. En el interior encontró una carta y una llave diminuta
color cobre con dibujos grabados. La carta decía: esta es la llave que abre el baúl que contiene todas las cosas buenas
que te esperan, tienes que buscarlo. Ve más allá de las montañas y disfruta del
camino. Saltó de la cama entusiasmada, ¡Sí, por fin una aventura! Pero
enseguida se desanimó, ¿cómo saldría de la habitación? Siempre estaba cerrada
con llave, solo las doncellas tenían una copia. Pero, quizás… Probó con la
llave de cobré y sorprendida comprobó que giraba con facilidad a pesar de ser
demasiado pequeña. Al salir no se encontró con nadie en los pasillos. Quizás
fuera demasiado temprano. Pero tampoco se cruzó con los guardias que vigilaban
las puertas del castillo. ¿El gnomo había hechizado a todos? Sonrió feliz,
empezaba a creer que la magia sí existía.
Cruzó el jardín y se
encaminó al bosque que había al lado del castillo. Sólo lo había visto desde la
ventana y al llegar le pareció enorme. Observaba todo fascinada: las piedras,
el cuarzo brillando en el suelo… ¿o no era cuarzo? Había leído en algún libro
que había una piedra que brillaba igual, pero no recordaba cómo se llamaba. Empezó
a pensar que jamás había vivido: había estudiado el mundo, las cosas que lo
componían, pero nunca las había sentido. Empezó a acariciar la corteza de los
arboles, a sentir su tacto rugoso. Era tan distinto al tacto al que estaba
acostumbrada, era tan diferente al tacto de la seda, del organdí de sus
vestidos. Le pareció real, vivo, como si al tocar la corteza sintiera la
historia de cada árbol. Las hojas crujían bajo sus pies y le pareció un sonido
maravilloso, incluso más que las melodías que le hacía escuchar su padre.
Siguió caminando y escuchó el sonido de un río sonreír a lo lejos. El aire olía
a tierra húmeda. Se sintió libre.
En la orilla vio a una
niña. Estaba asustada, ella nunca había hablado antes con otra niña. Se acercó
y la saludo con la mano: Hola, ¿cómo te llamas? Yo… yo soy la princesa. La otra
niña la miró maliciosa: ¿tú la princesa? Y empezó a reírse. Sin embargo se
pusieron a jugar, porque los niños siempre saben jugar aunque no lo hayan hecho
nunca antes. Inventaron juegos que no existían, rieron, cantaron… Pero de vez
en cuando la otra niña se burlaba de ella y eso la entristecía. No entendía por
qué tenía que hacerlo. Pasaron muchos días, era su amiga, y quería seguir
jugando con ella, sonriendo, pero recordó que el gnomo había escrito que tenía
que disfrutar del camino, así que intentó ser fuerte, se despidió de ella, y
continuó hacia adelante.
El camino se empezó a
tornar un poco más oscuro, no había tanta luz. La nieve se acumulaba en la copa
de los arboles. Le gustaba el invierno, sentir la nieve derritiéndose entre sus
dedos. Salió del bosque y pasó al lado de un huerto. ¿Dónde vas niña?, le preguntó
un hombre. Voy a buscar un baúl, contestó.
¿Un baúl? Qué tontería,
dijo el hombre. Quédate conmigo, mi hija se ha marchado y la echo de menos.
Aquí tendrás una casa y comida, te enseñaré a cultivar y nos haremos compañía.
Necesitaba comer,
refugiarse, así que aceptó. Aprendió a hacer pan, a cultivar, pero el hombre la
trataba como si fuese una criada en vez de su hija. Ella era una princesa, ¿por
qué no era capaz de verlo? Entonces recordó que ella también había tratado así a
sus criadas, hastiada como estaba de estar encerrada en aquella habitación del
castillo. Se arrepintió tanto…
Pero había cosas que le agradaban.
Le gustaba barrer, como si al hacerlo también limpiase, ordenase su interior.
También le gustaba ver el rocío en las hojas por la mañana, sobre todo en los
tréboles de tres hojas. No le gustaban los tréboles de cuatro hojas, desconfiaba
de su buena fortuna. Dos veces le había regalado su padre uno diciéndole que le
traerían suerte, pero había sufrido una mala suerte infinita. Le gustaba ver
las flores, observar las flores más pequeñas, esas que nadie apreciaba. Pero un
día volvió de nuevo la sensación de que estaba perdiendo el tiempo. Aún tenía
que buscar su baúl, descubrir las cosas buenas que tenían que ocurrirle. Dejó
una nota: gracias por todo. Tengo que buscar mi baúl. Y partió temprano.
Olía a primavera, a
flores. Los gamoncillos ya habían florecido. De repente vio una pequeña casa y sintió
curiosidad. Se acercó y tocó a la puerta. ¡Qué sorpresa al ver que quien le
abría era el gnomo! Has tardado un poco, ¿has disfrutado el camino?, le
preguntó. Sí, he disfrutado, aunque también he estado a veces triste. Pero he
aprendido mucho, y he visto mucha belleza, contestó ella. Si has aprendido
cosas, has visto belleza y has disfrutando, entonces un poco de tristeza no
está tan mal. Te ayuda a apreciar mejor la felicidad.
Tal vez el gnomo tuviera
razón. Ven, pasa, tienes que descansar, el camino ha sido largo. Mañana te acompañaré.
Tenemos que escalar aquella montaña. Al otro lado está la cueva donde se
encuentra el baúl que guarda todas las
cosas buenas que te esperan. Comieron, rieron. Al día siguiente partieron
hacia la montaña. Escalaron, les costó trabajo. Pero el esfuerzo acumulado en
las piernas no le pareció demasiado. Le molestaba el vestido, así que lo cortó.
Total, ya estaba viejo y raído. Ahora no parecía una princesa. Pero sabía que
seguía siendo aquella niña que disfrutaba con la música, con el tacto suave de
sus vestidos, ¿qué más daba si ahora escalaba montañas con un gnomo? Ella en su
interior se sentía una princesa.
Llegaron a lo alto de la
montaña, bajaron con ayuda de unas cuerdas por una pared escarpada que había al
otro lado y entraron en la cueva. Bajo la luz de la antorcha vieron aquel pequeño
baúl de madera oscura. Era un baúl perfecto, único, con su nombre grabado. Con nerviosismo
sacó la llave que había guardado durante todo el camino y lo abrió. Se sintió un
poco decepcionada: en su interior solo había un pequeño camafeo. Al cogerlo se
abrió, dentro tenía dos pequeños espejos.
Gnomo, me has engañado, ¿dónde
están todas las cosas buenas que me esperan? Y el gnomo contestó: no sabes
mirar todavía. Obsérvalo de nuevo. Y al abrirlo otra vez y verse reflejada en
los dos espejos recordó todo su viaje y lo que había aprendido. Y se dio cuenta
de la verdad: todas las cosas buenas que podían sucederle dependían sólo de
ella, de la belleza que existía en su interior, y de la forma en que era capaz
de percibir el mundo a través de esa misma belleza.
Y al entenderlo le
sobrevino una alegría desconocida. Abrazó a su amigo, ese gnomo que todos
tenemos y que siempre lleva razón, y juntos, cogidos de la mano, volvieron a
bajar la montaña. Todavía había muchas aventuras que vivir.
Fin capítulo 30.
¿Este no es el cuento de j?
ResponderEliminarHe tenido el placer de hacerle saber que se ha colado en la novela... jajajaja!!!
Sois geniales.
Más besos!!!!! Para los tres.
:o)
EliminarMuaaa!
Jajajjaja Sí, es el cuento de j. Me alegra que le avisases.
EliminarGracias!!
Besos!!
Ohhhh, mi querida Nuria... creo que sí, que me suena de algo. ;)
ResponderEliminarAhora escrito. Lo acabo de leer y me sigue pareciendo una pequeña maravilla. Estupendo e increíble que todo eso surgiera de tu interior sin planificarlo. Yo no sería capaz ni de lejos... Y vaya, cuando te dije que necesitabas una pluma como la que Denis regala a Karen para que escribieras tus relatos, te lo dije muy en serio; pero jamás pensé que el cuento acabaría insertado en una novela ;). Y la verdad es que le pega. El simbolismo de esta historia es impresionante. Dime: ¿de dónde brotó? Estoy por creer que del fondo de ese baúl que busca la princesa... Príncipes y princesas, sí; de estirpe real. Tod@s lo somos. A veces hay duendes y gnomos en el camino que señalan direcciones, pero la auténtica guía la llevamos en nuestro interior... y cuando habla... bueno, cuando habla dice palabras como las que un encanto de mujer grabó un día de manera improvisada; palabras con las que hizo muy feliz a cierta persona...
Sabes, hay palabras que unen con lazos invisibles, y gestos que son casi casi demasiado de tan buenos... Gracias. De corazón.
Un beso enorme, inmenso, grande como tú.
Te acabo de contestar en mi casa, pero te recontesto, juas. Esos lazos existen, lo sabes. Me encanta que te guste que lo hayamos incluido, al fin y al cabo era tuyo. Es fácil hacerte feliz, fue con tan poco...
EliminarUn beso enorme, mi querido gnomo.
Espléndida entrada, me encantó, bella , muy bella, Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias!! De verdad, gracias.
EliminarBesos.
Me he pillado con cada capítulo, !pero bien! y eso, quiere decir que sois geniales.
ResponderEliminarAquí me tenéis.
Besos.
Un placer contar contigo como lectora fiel, espero que te haya gustado el último capítulo.
EliminarBesos.
No quiero empezar por el capítulo 30. Iré leyendo y cuando llegue aquí, te diré qué me sugiere.
ResponderEliminarUn beso
Espero que tengas la paciencia suficiente…xD
EliminarSi nos animamos, una vez ultimados los epílogos, colgaremos una versión en pdf y mobi.
Besos!