miércoles, 13 de marzo de 2019

-Oye amor, qué es peor, ¿la ignorancia o el desinterés? -Ni lo sé, ni me importa, deja de molestarme.

Casa de Marcos. Rorschach y él están tumbados en el sillón del salón fumando hachís. Cervezas desperdigadas por el suelo, revistas, algunas partituras. Suena música clásica desde los altavoces de la cadena de música. Hay una bolsa gigante de frutos secos, ceniceros, un par de vasos y una botella de vodka medio vacía sobre la mesa. Llevan un par de horas fumando y hablando con las persianas casi bajadas del todo. Hay una tenue tensión en el ambiente. Rorschach termina de leer unas páginas manuscritas que tiene en la mano y las deja caer al suelo con displicencia.

Rorschach: Marcos, por favor, estos poemas son lo más cursi y almibarado que he leído en toda mi vida, ¿qué coño te sucede, te has enamorado?
Marcos: (un poco molesto) Tampoco exageres, quería cambiar mi estilo. Ahora lo que funciona es la prosa poética romántica, en cuanto tenga más material lo enviaré a alguna editorial.
Rorschach: (se termina el vaso de vodka y vuelve a servirse un poco más) No me jodas tío, no te vendas tan pronto. Sabes tan bien como yo que hay que poner parte del alma en lo que escribes, tocar la cicatriz de las cosas, piensa en Kerouac, Bukowski, Miller, ¿tú crees que ellos claudicarían? Joder, qué quieres, ¿ser Benedetti, escribirle las canciones a Pablo Alborán?
Marcos: Perdona si Bukowski ya no es mi mesías literario, estoy harto de cosificar a las mujeres, quiero un poco de trascendencia, ver más allá de...
Rorschach: (interrumpe) ¡Idioteces! La única forma real de conocer a una mujer es follándotela. Pero tú siempre estás idealizándolas, incluso te has llegado a meter en estúpidas relaciones a distancia. Escucha mis sabias palabras: no hay lealtad en el viento, todas son iguales, no pierdas el tiempo. No seas beta, al final vas a acabar como mi vecino esquizoide; ayer por la noche estuvo gritando durante horas: “¿Quién es Movistar y por qué sabe mi saldo?”
Marcos: No sé cómo aguantas vivir en ese gueto, todos tus vecinos están chiflados (va a contestar algo más, pero se calla. El silencio se alarga) Mira, soy así, no puedo huir de… ¿cómo lo definiste una vez? Ah, sí: “mi masoquista alacranidad sentimental”. Soy una víctima de mí mismo, como todos, y eso tiene que notarse en lo que escribo.
Rorschach: Tendrías que venirte de putas conmigo, se te quitarían todas esas tonterías. Ahora me ha dado por usar con ellas los juguetes sexuales que compro por Internet; encuentro cosas rarísimas, lo último ha sido un rosario de bolas chinas con su crucifijo al final. Intentar que se corriera mientras la masturbaba con la figura de Jesús crucificado, la humedad de su coño iluminando ese milagro estético, eso sí que fue pura poesía. Cuando me cansé nos quedamos tumbados en la cama comiendo caramelos derretidos mientras me contaba cómo había perdido el dedo meñique del pie en un accidente de coche.
Marcos: (riéndose ebrio) Me encantan tus anécdotas de lupanar, siempre tan divertidas. Joder, qué diferencia con mis compañeros de trabajo, su conversación es terriblemente insulsa y aburrida, es como el ruido de la cisterna en un váter atascado: una absoluta pérdida de tiempo.
Rorschach: (se pone serio) A mí tampoco me gusta perder el tiempo, por eso vamos a ir al grano, ¿sabes por qué he venido hoy a verte?
Marcos: (cada vez más tenso) ¿Para beberte mi cerveza?
Rorschach: No, para avisarte: quiero que dejes de ver a mi ex. Hay ciertas reglas tácitas entre amigos que hay que respetar. Además, llamarla puta es un eufemismo demasiado generoso para esa despreciable e ingrata meretriz, estoy seguro que solo está contigo para molestarme.
Marcos: (visiblemente nervioso) No sé qué te han contado, pero solo hemos quedado un par de veces, nada más. De todas formas… (duda antes de continuar) ya han pasado varios meses desde que lo dejasteis y siempre me dices que es una puta, que no te importa… yo… lo siento Rorschach, pero ella me gusta.
Rorschach: (se pone de pie algo alterado, da un par de vueltas por la habitación y luego se para delante de él, a poca distancia de su cara) Quizás debería sacar la navaja, esa que sabes que llevo siempre encima, rebanarte la garganta, observar impasible como te llevas las manos al cuello intentando parar la hemorragia, disfrutar del gorgoteo de la sangre, del pánico en tus ojos ante los últimos instantes de tu patética existencia. Luego rociaría tu cuerpo con este vodka de mierda y prendería fuego a esta pocilga que llamas hogar… (interrumpe su discurso, le mira fijamente y luego se echa a reír) ¡Ja, ja, ja, ja! Deberías verte la cara ahora mismo (se acerca y le rodea el hombro con un brazo) Tranquilo, no te asustes, estaba bromeando. El único crimen imperdonable que has cometido contra nuestra amistad es servirme este alcohol barato, ¿no tienes nada mejor?
Marcos: (está un poco asustado, responde vacilante, con la voz tensa) Tengo guardada una botella de Cardhu desde hace varios años, podríamos abrirla, por los viejos tiempos…
Rorschach: Tú sí que sabes tratar a los amigos…
Marcos se va a la cocina y al poco rato vuelve con la botella y un par de vasos limpios.
Rorschach: (sonríe, parece más calmado) La verdad es que a mí me resultaría repulsivo acostarme con la ex de un amigo, pero… nadie es de nadie, ¿no? Y en el fondo, ya sabes, me considero una persona pacífica. Venga, brindemos por algo excelso...
Marcos: (todavía algo nervioso) Sí, claro, por lo que tú quieras.
Rorschach: (se lo piensa durante un momento y luego, con los ojos chispeantes, alza el vaso) ¡¡Por la amistad!!
Marcos: ¡¡Por la amistad!!

Dos horas después se empiezan a escuchar gritos en el vecindario. Los bomberos llegan poco después y consiguen controlar el fuego. En los periódicos del día siguiente se lamenta la muerte de una joven promesa de la poesía española fruto de un desafortunado accidente doméstico.
Rorschach volvió con su ex un par de meses después, ahora están más enamorados que nunca. El amor siempre triunfa.

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