Escribir es como amar: un escenario en blanco, épico, fútil, de grandes y bellas metáforas que el tiempo termina convirtiendo en aristas, puntos suspensivos y contradicciones. Escribir es caminar en círculos dentro de uno mismo, verbalizar nuestro caos y transformar la derrota en victoria. Escribir es un orgasmo saturado de pensamiento, un ensayo de la muerte, una diosa atea llamada tristeza que nos dedica un sueño y posee la más hermosa de las sonrisas.
Escribir es hablar el idioma de los aeropuertos. Compartir la sabiduría de mis cojones sobresaliendo por el agujero de mi alma ronca. Escribir es la sutil coartada del loco que siente cómo el mundo cojea bajo sus pies. Escribir es buscar una musa de tinta que se siente sobre mi cara y me ahogue hasta convulsionar. Escribir es mordisquear un poco de mi cerebro y secar todo el horror y el cansancio que ese ruido llamado vida ha dejado sobre mí.
Escribir es saber que el sexo es un invasor analfabeto que se ríe de nuestras cartas de amor. Una vez te dije: desnúdate y pasea sobre mí. Y tropezaste en mi aliento, caíste en mi boca y durante unos meses conseguimos hacer tangible el espejismo. Escribir, aquí y ahora, con la cara borrosa, es dedicarte un sueño, no permitir que tanta belleza quede sin un homenaje final.
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