Los rasgos definitorios de
las sociedades actuales suelen ser: hedonismo, ausencia de valores enfocados al
largo plazo, subversión y tergiversación de la función del sexo y las
relaciones de pareja, infantilismo, inseguridad, infidelidad, rechazo y pérdida
de los roles tradicionales del hombre y la mujer, desesperanza, cinismo, y la
lenta asunción de que la juventud se esfumó sin haber sabido ni podido
sintonizar con nada mínimamente elevado que le dé sentido a la vida. No caeré
en la trampa, ni siquiera de forma inconsciente, de querer situarme en un plano
aparte. Abjuro del tiempo y de la sociedad que me ha tocado vivir, pero
asumiendo que he participado, aunque sea pasivamente, de los roles y
características cuyo regurgitante diagnostico he señalado como causas de su
decadencia.
***
Dios ha sido asesinado por
la falta de fe, la fuerza de la filosofía, la ciencia y la razón. Sin embargo
ha sido el capitalismo el que ha creado los nuevos dioses: el consumismo, los
centros comerciales, las estadísticas de las redes sociales. Aun siendo ateo no
puedo eludir el hecho de que las catedrales tienen cierta belleza intrínseca, un
alma arquitectónica, de que no ha sido todo en vano.
El amor también suele ser asesinado
por la falta de interés, o si lo prefieres por la falta de fe de alguno de los
dos. Pero al capitalismo tampoco le gusta el dolor, y cuando llega la ruptura
todos te animan a pasar página, a apuntarte a Tinder, buscar el repuesto, no
perder el tiempo con nostalgias o suspiros, ¿para qué glorificar catedrales de
carne que ya quedan en el pasado, para que seguir conservando poemas o
dedicatorias? Romper. Quemar. Olvidar.
Me llama la atención que
tengamos esa ansiedad por acortar los plazos, por llamar error a una historia
que, por lógica, tiene un principio y un final, y no por valorar lo que hemos
vivido. Se habla de relaciones tóxicas y dependencia emocional, y parece que
viramos hacia la ingratitud, a demoler los recuerdos, a no querer visitar
catedrales, aunque hayamos disfrutado de su belleza durante años, simplemente
porque las sentimos vacías, ajenas, sin percatarnos de que siguen conservando
su belleza, justamente a pesar nuestro.
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