La madrugada repta como una serpiente hambrienta y persigue a las personas que viven ajenas a su propia inanición espiritual. Todo se mide con cifras. Parece que no tenemos otra forma de clasificar el éxito y el fracaso. El ruido de los aplausos determina el talento. Quizás por eso entraña cierto mérito que un blog tan decadente como este, deshilvanado en sus contenidos, sin comentarios, con esa extraña resistencia a morir, esté a punto de llegar a las cuatrocientas mil visitas. Bien. Si no fuera por la falta de royalties y notoriedad sería como si mi libro llegase a su undécima edición. Blogger es un anacronismo, pero las estadísticas provocan una sonrisa de vez en cuando.
Una de esas visitas eres tú. Me lees, te intuyo, nos ignoramos. El ciclo de internet es implacable. No soy ningún poeta, solo el enemigo tenaz de la página en blanco. Soy la noesis de todo lo que consideras inapropiado pero te excita. Escucho el ruido de tus tacones sobre mis letras y visualizo el sol azul de tus ojos, tus piernas infinitivas, esa innata disposición a ser sometida en una perfecta fricción romántica y violenta. Me estrello contra esa violencia contenida todas las noches, intentando llenarla de orgasmos y de palabras arrugadas. Me rompo contra ella sin ruido, sin vendas, como un beso que sabe a muerte sin recuerdos, como el sonido de una copa rota acariciando mis muñecas con ternura. Y al terminar, no hay heridas, ni viento, ni olor a tormenta, solo existe un colgante de dedos silbando tu nombre.
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