Creo que hay un matiz que
se le olvida: bagaje cultural del lector. Obviamente todos tenemos que empezar
por libros sencillos, es una cuestión de buscar cuál es tu género favorito, ir
adquiriendo vocabulario y curiosidad intelectual. Los profesores destruyen
lectores en el momento en el que exigen a un chaval de catorce años que se lea “La
Celestina”. Hay que ir poco a poco, y seguramente si en los centros de
enseñanza fueran menos intransigentes con su canon literario y dieran la
oportunidad a los adolescentes de empezar a interesarse por la literatura a
través de libros tipo Harry Potter o el Señor de los Anillos no existiría tanto
analfabetismo funcional y abulia intelectual en España.
Pero más adelante hay que
volverse un poco más exigente: está muy bien que, de vez en cuando, por pereza
o por gracieta puntual, caigamos en libros que solo son entretenidos y no
aportan nada más. Obviamente no quitan el hambre intelectual, pero por hacer un
símil cinematográfico, a veces tengo ganas de ir a ver Mercenarios 3 y otras
ver la última de Gaspar Noé o Lars Von Trier. No es incompatible. Pero cuidado
con decir que son iguales y que la prioridad es entretener. No: lo importante
es que te remueva algo por dentro, te haga pensar, te conmueva, incluso te
irrite. Eso es arte. Lo demás es simple divertimento de segunda clase. Y lógicamente
en esa ecuación también intervenimos nosotros. Cuando tenía quince años intenté
leerme “El nombre de la rosa” y no lo conseguí. Vaya rollo pensaba, hablar
tanto de religión, de la vida del convento, ¿por qué no se parece más a la película?
Años después, con más idea de que era una novela histórica y no solo la
investigación de un crimen, la devoré en pocos días, de hecho ahora la película
me parece bastante simplona. Es decir, cuando la obra es compleja, personal,
cuando el escritor escribe para sí mismo, pero no por pura pedantería, sino
porque quiere hacer algo diferente, y por tanto pide y exige esa misma
responsabilidad y compromiso al lector, el esfuerzo se convierte en placer y
consigue que nos apropiemos de parte de esa belleza.
Lo demás es infantilizar
al público, tomarle por tonto, volverle más vago y pasivo. El canon está ahí
para que tú decidas si lo aceptas o prefieres fabricarte uno tú mismo, pero
para ello debes conocerlo. El que una obra sea minoritaria puede ser por dos
causas: artificio o exigencia. Sí es lo primero lo correcto, si tienes criterio,
es ignorarla, pero si es lo segundo, inténtalo, porque la exigencia va en las
dos direcciones, pero la recompensa también. Estoy de acuerdo en no caer en la
pedantería intelectual, hace poco hablaba de ser librófago: leer de todo sin
prejuicios, con cierta pragmática inteligencia. Pero tampoco caigamos en el
bulo ignorante y conformista de creer que si una obra es poco accesible ya no merece
la pena y además es un error del autor.
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