Es difícil gestionar el carpe diem cuando estás cansado, alienado por el trabajo, agobiado por circunstancias banales. Es difícil vencer la desidia y decir: “Ok, adelante, vamos a ver adónde me lleva esto” Siempre pensamos que mañana lo podremos hacer. No tenemos miedo a perder esta madrugada, este momento, no tenemos curiosidad por saber qué esconden las entrañas de estas horas viudas. Vivimos demasiados días grises, días apilados en desorden, como pasear por un cementerio, los sentidos domesticados, todo convertido en una aséptica estadística, una diversión de dos segundos… ya nadie se sienta en el cementerio a hablar con sus muertos. Nadie.
Y la tentación del fraude en forma de frases sueltas, prosa poética que justifique el espacio entre la nada intelectual y la estudiada insustancialidad. Pomposos lugares comunes: “La lluvia es el único sonido amable de Madrid, la escritura la única manera de resolver mi propia ecuación existencial, de medicar y mecer mis tinieblas”. Y quieres un final adecuado con palabras que te gusten: Suspiria, Efímero, Melancolía, Elipsis, Agonía, Narcolepsia, Asfixia, Ajenjo, Ruina, Oquedad, Efiterno, Saudade…
Y justo cuando empieza a resultarme agradable esta broma infinita con el teclado llegas tú, la chica petricor, bipolar y monoteísta, reina del asco, la rabia, la ceniza, del silencio de las vías del metro; la niña turbia y bella con un revolver en la lengua y balas debajo de las bragas. El corazoño crepuscular, con ojos de impermeable azul y labios con vocación de Moulin Rouge. Te observo al borde de la histeria, y te grito: ¿dónde estabas tú cuando la musa se burlaba de mi falta de simetría? ¿Dónde estabas tú cuando ya no quedaban libros, ni cervezas, ni erratas y el mundo carecía de sentido?
Y tú, fría como un guijarro de polvo de estrella, me contestaste: “La Belleza siempre llega puntual a su funeral”
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