Los muertos en vida son el
porvenir. Y nos acuchillamos manchado el jardín y la ropa tendida del alma.
Masacre de sexo. Lengua descarnada. Embrutecimiento. Mis piernas siempre están
abiertas para ti, ¿te casarás conmigo, lo harás por mi carne? Ambos somos niños
malditos y tarados. No hay tregua. Tenemos la boca llena de suciedad. Las manos
rotas de masturbarnos. Acuchillados por el masoquismo de Sísifo. Nos corremos
llorando, como monstruos abandonados en un cuento sádico.
Ayuno, ojeras,
heridas en las rodillas. El mundo florece contra mis muslos y no sé
desinfectarlo. Necesito nombrar la violencia. Alcohol contra la náusea y el
fingimiento. Seca. Adicta a los muertos que me arropan y me señalan lo bello
del mundo.
Tengo un coño suicida, de esos que mueren en fosa común sin flores
ni fanfarrias. De esos que prefieren el ayuno antes que rezar a un dios eunuco.
Maldita mi carne. Mi hambre. Mi gangrena. Mi infección. Mis canas. Restos de
mis cabellos –mujer jungla- perdiéndose por el sumidero de mi memoria, hilos
descosiendo las heridas para que fluyan pensamientos cargados de hiel. Cierra
las ventanas. Baja las persianas. Escóndete en mis huecos. Ponte los guantes y
escarba dentro de mi carne, busca algo que brille y mátalo. Seremos felices
llenándonos de la suciedad del otro. Haz sonar los grilletes. Somos los
malditos. El amor es un truco infalible para huir del miedo y el caos. Observa
esa polilla explotar al tocar la bombilla, cómo sale humo de su cuerpo
carbonizado. Ese olor es el naufragio de todos los actos de amor que juramos
verdaderos. Tengo vocación de muerta. Acuna el frío que escapa de las grietas
de mi cuerpo. Y luego mátame.
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