Me llamo Carlos, trabajo de noche
como encargado de aparcamiento cerca de una discoteca. Los fines de semana
tengo que aguantar muchas idioteces de la gentuza que sale de fiesta pero en
general es un trabajo tranquilo. Soy un romántico. Mi ulcera también. Tengo
pocos amigos, todos ya casados y con hijos, la vida más o menos encauzada. Me
deprime quedar con ellos, yo solo he tenido una relación que haya durado más de
un año, hace ya bastante tiempo. Ha habido otras cosas, pero han sido más bien
pequeñas intentonas sentimentales que no han acabado demasiado bien. Reconozco
que no hay demasiada épica en mi vida.
Comencé con el blog porque la
jornada laboral se me hacía eterna, necesitaba un divertimento, luchar contra
las ojeras del alma, deshilachar mis ansiedades. Es un mundo más sencillo en el
que jugar. Leer a Benedetti, plagiarle sutilmente y esperar. Al día siguiente
esas mezcolanzas de suspiros y desvelos románticos regurgitados surten efecto y
empiezo a recibir tórridos correos de mi cohorte de admiradoras. Una vez quedé
con una de ellas. Pero la cita fue un desastre: estaba decepcionada y no podía
disimularlo. Supongo que esperaba a otra persona, alguien más joven, mejor
vestido, con una voz más poderosa, más alto. Quién sabe. Supongo que en su
fantasía yo era el típico macho alfa acostumbrado a doblegar una falda airada
con apenas dos gestos displicentes. Pero no soy así, si lo fuera no golpearía
el teclado con esa rabia, con esa frustración. No he vuelto a quedar con nadie
más.
También pienso
mucho en mi vecina. Me gustaría escribir sobre ella pero algo me echa para
atrás. Es una mujer tan atractiva: alta, esbelta, pelo castaño cubriéndole
media espalda, un cuerpo increíble. Me llama mucho la atención que siempre
lleva algo rojo; a veces es una cinta para el pelo, la falda, un cinturón, una
pulsera, el maquillaje... Estoy seguro de que también predomina ese color en su
lencería, en sus cajones de ropa interior. Coincidimos al tomar el ascensor, de
madrugada, justo cuando vuelvo del trabajo. Pero ella parece que viene de un
mundo diferente, con sus tacones exhaustos, el pelo revuelto y los ojos
inermes. No sé, es todo muy extraño, ni siquiera hablamos, solo nos miramos
durante unos segundos como en un espejo en el que no terminásemos de
reconocernos. A veces pasan semanas sin que la vea y en otras ocasiones
coincidimos durante días. Creo que me he enamorado, y me resulta una idea tan ridícula
que debe de ser verdad.
Volviendo al tema del blog, ¿acaso
me puedo quejar? Es una simple proyección de la realidad: estamos inmersos en
un supermercado de carne, somos máquinas de follar defectuosos que intentan
respetar la fecha de caducidad de unos sentimientos que solo sirven como
anzuelo a un reloj hormonal. Sueno demasiado cínico, pero no creo estar
equivocado. En cualquier caso ahora mismo solo hablo con Erin. Me gusta porque
es real, honesta, no hay sublimación ni artificio en la forma en la que
escribe. Además tenemos muchas cosas en común: los dos sobrevivimos con escaso
éxito a las vicisitudes de la vida. Su problema concreto es que está enamorada
de alguien cercano pero ni siquiera se atreve a hablar con él, tiene un miedo
fóbico al rechazo. Nunca hemos hablado de quedar o vernos en persona. Reconozco
que me gustaría pero, ¿para qué? Nos va bien así, me conformo tal y como están
las cosas. Somos tan antisociales que si no fuera por el trabajo solo nos
relacionaríamos con el mundo exterior a través de una pantalla de ordenador.
Pero ahora mismo su charla tampoco ayuda
demasiado. Me estoy convirtiendo en un amargado, en un misántropo, la
frustración convierte las borracheras después del trabajo en algo habitual. Ya
no hay poesía en lo que escribo, más bien misoginia barata. Ellas pueden
elegir, ¿por qué yo no? El blog deja de divertirme y decido borrarlo, cortar
toda relación por correo y empezar a recorrer las alcantarillas de la vida
real. No me va demasiado bien, soy despedazado por balas con falda que besan el
hueso y violan la carne, y con misérrima dignidad lo único que se me ocurre es faltar
cada vez más al trabajo y brindar por el festín ajeno una y otra vez hasta que
la noche termina.
Una de esas noches vuelvo borracho,
con el alma aguada por las malas experiencias. Estoy al límite, me tambaleo
frente a la escalera y finalmente me rindo y me dejo caer. Y es así como la
tragedia se abate sobre mí: un sonido, mi vecina, zapatos rojos de aguja
disolviéndose tras ella. Se asusta al verme y no puede evitar que aparezca en su
cara una mueca de desprecio. En ese momento algo se rompe en mi interior y todo
el resentimiento explota: me levanto con furia, la empujo contra la pared y
empiezo a meterle mano. Ella se resiste pero no me detengo. Palabras sucias
muerden mi aliento, la tiro al suelo y caigo sobre ella, empiezo a desnudarla,
destrozo su blusa, le subo la falda, mis manos atenazan su cuerpo con
agresividad. Pero algo me detiene: no, no puedo hacerlo, así no. Me incorporo
cómo puedo y balbuceo unas palabras de disculpa. Ella se levanta lentamente, un
llanto seco le atraviesa la cara. Recompone su ropa, se queda unos instantes
eternos delante de mí, mirándome fijamente como si fuera un insecto, una grieta
en la pared, y así, sin más, se da la vuelta y sube en el ascensor sin decir
nada.
Pasan unos
días. Pregunto a los vecinos por ella. Se ha mudado. Nadie sabe dónde. Quiero
encontrarla. Disculparme de nuevo, acompañarla a la comisaria para que me
denuncie. Pasa una semana. No me llega ninguna notificación. Me obsesiono. Dejo
de comer. No consigo olvidar esa mirada. Me doy asco a mí mismo. Soy una
mierda. Un monstruo. No consigo trabajar. Pido una excedencia. No salgo de
casa, no quiero hablar ni ver a nadie. Ni siquiera miro el correo. Pasan tres
meses. Mi familia me llama alguna vez pero ya ni siquiera me molesto en
disimular. Han pasado cuatro meses cuando recibo una llamada de Erin. Es la
primera vez que me llama, que escucho su voz, la tenía preocupada. No le cuento
nada, solo que estoy deprimido. Pasan unos días y en un extraño impulso decido
devolverle la llamada. La conversación fluye. Le pregunto qué tal le va. Se ríe
con amargura y me confiesa que está destrozada, su historia no terminó muy bien
y ahora tiene miedo a enamorarse de nuevo. Sentimos una empatía inmediata por
el dolor del otro y no ahondamos en los detalles. Pasa el tiempo, hay más risas
y menos dolor en las conversaciones. Empezamos a hablar más a menudo, casi a
diario, algo empieza a despertar entre nuestras soledades, algo que busca ser
correspondido. Sin embargo no nos atrevemos aún a dar el paso. Solo llamadas, ni
fotos, ni Skype. Resulta absurdo y dos meses después de su primera llamada me
lanzo: Erin, vamos, no podemos alargarlo más, quedemos. Hay un silencio
larguísimo al otro lado del teléfono hasta que una risa nerviosa impulsa la
respuesta: sí, adelante. Veámonos por fin en persona.
Llego diez
minutos antes al restaurante. Me siento y pienso en ella, ¿es posible
enamorarse de otra persona llenado el vacío físico con palabras, con correos
llenos de párrafos sinceros, viscerales, que te excitan, te violentan, que
conectan directamente con el centro de tu ser? ¿Es posible que una voz te haga
temblar, consiga que todos tus sentidos estén atentos a cada matiz, a cada
inflexión? Sonrío: sí, es posible.
Justo en ese momento escucho con total claridad, por encima del ruido del restaurante, unos tacones acercándose al reservado. Y en esos dos segundos antes de que todo el futuro se desvanezca en un estertor rojo, tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz.
Justo en ese momento escucho con total claridad, por encima del ruido del restaurante, unos tacones acercándose al reservado. Y en esos dos segundos antes de que todo el futuro se desvanezca en un estertor rojo, tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz.
"tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz." Me ha matado, eres el mejor.
ResponderEliminarSoñé que me follaba tu mar azul detrás de los relojes
EliminarY que tú sonreías en un eclipse sin arrugas
Llámame loco
Pero sigo corrigiendo tus poemas.
Eres escritor multiple...
ResponderEliminarCada párrafo es un microcuento.
Prueba a leerlos por separado.
El mejor el 1 y luego el 2 y para terminar el último.
Perdona la intromisión...
Besos de listilla!
Uno de mis secretos tropieza y cae sobre el Poema. Una fea herida. Tienes parte de razón, supongo que intento no aburri(me) y por eso divido y concentro tanto la narración en cada párrafo. No eres una listilla, solo una lectora a la altura del texto.
EliminarBesos!
Genial.
ResponderEliminarGracias! ;)
EliminarVaya Carlos, pues que sorpresa , no sabía tu nombre real.
ResponderEliminarCon ese razonamiento tan bien hilado tú te llamas Amapola Azul, ¿no? xD
EliminarNo. Me niego. Es de lo más jodidamente bueno que te he leído. Pero no. Me niego. No te creo.
ResponderEliminarBueno, cada uno se crea su propia felicidad, de eso no tengas dudas. Tampoco hay que hacer demasiado caso a Carlos, es mi vecino, y forma un anexo en mi novela muy pequeño. Besos!
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