Por eso resulta tan divertido escribir, porque el arte es lo único que puede conservar esa chispa de singularidad que todos tenemos. Lo único. Y eso es un éxito en sí mismo. Luego puedes luchar por hacerte oír, para convertirte en un producto. Yo creo que el aislamiento es el premio, quizás porque soy un soberbio y prefiero mantener mi mediocridad a salvo de juicios mercantiles. Así se puede enfocar la energía en otras cosas; como beber.
El otro día me preguntaron que por qué bebía tanto. Es verdad que no resulta tan glamurosa como la adicción de Sherlock a la cocaína a finales del siglo XIX, una lástima, pero no por ello hay que desdeñar esa euforia artificial que da el alcohol. Si no fuera por eso me apagaría como un árbol de navidad en verano. El nihilismo crea un quietismo tan exacerbado en mí, una desmotivación tal, que a veces levantarme de la cama es casi un éxito en sí mismo. Lo sé: una cuestión de absoluta inmadurez, de atroz egoísmo. Pero para mí la vida es como una escalera mecánica por la que somos transportados de una obligación contractual a otra: responsabilidades sociales, pagar facturas, conseguir comida, limpiar tu casa, hacer la cama… repetición sobre repetición. No puedo con ello, me desespera.
Podría añadir la cuestión de las tendencias autodestructivas, esa fascinación por hacer algo totalmente contraproducente para tus propios intereses. Pero el suicidio lento del alcohol, a pesar de las dolorosas resacas del día siguiente, es ridículo cuando agotas la etapa adolescente. Solo queda diferenciar entre el borracho y el alcohólico disciplinado y/o social, ese que no molesta, que bebe los días que no trabaja, que siempre te invita a una cerveza, que tiene ascendencia irlandesa y tratamos –mientras no moleste demasiado- sin ensañamientos y condescendencia.
En el fondo todo funciona así. Todo es tolerable mientras no moleste, mientras no lo veamos. Hace poco saltó la polémica de como el ayuntamiento de Madrid estaba cambiando las marquesinas de las paradas de autobús y estaba añadiendo un separador en medio de ellas para que los indigentes no pudieran tumbarse. Pero esto viene de lejos, está en el diseño de esos “parques” de cemento con los bancos separados, está en las multas de hasta 750€ por ejercer la mendicidad en zonas comerciales o empresariales. Como decía el PP sobre otro tema: “no podemos abrir los comedores escolares en verano porque haríamos demasiado visible el problema de malnutrición infantil”. Así funciona, solo existe si lo vemos. Y, naturalmente, no queremos verlo. Las miserias de cada uno se tienen que quedar en casa. Hay que ser civilizados. Hay que morirse en silencio y sin molestar.
En mi interior la Náusea de Sastre, en el exterior esta distopía cruel al estilo 1984 que vivimos en España, y en medio una botella de vino que flirtea de forma ridícula con la poesía. No me culpéis por mi debilidad: los alfileres de mi alma me impiden cerrar los ojos.
Pues gritemos, aunque sea en letras, que lo de no molestar nunca fue con nosotros.
ResponderEliminarLa política del avestruz no funciona a largo plazo. Arranquemos las plumas de su culo.
No me hagas caso. La cerveza, ya sabes.
Un beso querido decadente.
Así me gusta, un poco de cerveza para animar el horizonte. Yo espero que en Valencia reaccionéis a tiempo, porque las noticias de niños en barracones, sin autobuses para ir al colegio, el dinero gastado a espuertas sin control, etcétera, no puede quedar sin un castigo electoral. Pero, no sé, tampoco me sorprendería nada en esta España de pandereta e ignorante.
EliminarEn cualquier caso, besos, querida musa, disfruta de tu libertad ;)