miércoles, 24 de septiembre de 2014

Con esa sutil disposición a ser desarmada.

La madrugada se convierte en un cementerio de elefantes buscando un párrafo en blanco donde morir, un estertor que busca la mirada condescendiente de un público sin ganas de perdonar ¿Por qué morir? ¿Y la tectónica inversa? Para qué vivir, amar, follar, existir, eyacular, humedecer, idealizar, escribir, exponerse, drogarse, beber, amar el quietismo, ladrar al fracaso, permanecer en Madrid, Granada o Barcelona, escuchar una canción deprimente en bucle, resistir, masturbarse con algo que no existe, apagar el teléfono, hablar de Amélie, follar sin condón, dar portazos, coquetear brutalmente con ordenadores, hacer el boca a boca a una mujer con síndrome de duermevela eterno, practicar el sepukku contagioso con alguien que apesta a gasolina, leer para mentir mejor, creerse especial cuando eres una planta con simulacro de conciencia, robar el timón y pedir lealtad al viento, matar a las ratas que roen tus entrañas.

El canto del pájaro azul es orgulloso, real, enfático. Las cosas más importantes son inaprensibles. No quiero mantener una sonrisa boba ante tanto horror, no quiero ser políticamente correcto, ni hablar con eufemismos de follar o del desamor que vomita el alcohólico por las noches. No quiero tener éxito si eso implica no tener tiempo libre para pensar. No quiero ser una etiqueta, ni amar bellezas con etiqueta de rebajas. No quiero madrugar. No quiero mirar el cenicero lleno de colillas en una casa sin luz.

Por eso ven. Escucha el sutil piano volviéndose loco en su hartazgo. Ven. Saca tu desgarbado amor del bolso y naufraga conmigo. Es una forma como otra cualquiera de tentar al presente. Déjame vencerme en tus ojos, acariciar con mis pestañas el sueño de tu risa, convertir tu cuerpo en vocación para mis manos. Seamos baño de sudor y delicadezas. Muro de pensamientos. Ojos con sombras de cruz quemada y resurrección. Podemos columpiarnos con medio cuerpo fuera de la ventana, mirar al suelo, y reírnos de lo fácil que resultaría todo.

Follar. Tu voz convertida en perfume de pájaros en celo. Tu cuerpo un viento hambriento que se arquea con mis embestidas, que dibuja pinceladas de color en tu rostro. El orgasmo que para los relojes y tatúa mi polla en tu cerebro. Convertidos en un charquito de semen donde se refleja la luna y tres besos de pólvora. Los dos necesitamos algo trascendente e imposible, no solo cuerpos repletos de masoquismo existencial. Déjame esconderme dentro de ti, mientras me sonríes como si el fin del mundo estuviera sobrevolando el alfeizar de tu mente.

domingo, 21 de septiembre de 2014

La niebla en la garganta se sigue expandiendo, pronto, siempre demasiado pronto, moriremos todos de normalidad.

La realidad no imita al arte, la realidad se compra con dinero. Y a pesar de ello hay cierta belleza en la destrucción, en el ruido de las balas de arena, en los caramelos llenos de cuchillas de afeitar, en los frescos de sangre que forman los vasos heridos. Y tu ser gotea, se escapa de mi boca formando un círculo de moho, como una mosca analfabeta que se golpea una y otra vez contra el cristal de la ventana hasta morir. 

El día ha sido como una mota de polvo. La luz de la farola entra sin prisa, no se inmuta ni finge sorpresa ante el perfil del cuchillo. Noches ínfimas, toda la casa sufre la falta de sentido. Incluso la nevera, en su lenguaje sintético de freón, purga su llanto en forma de ruidos extraños, congelando su propio vacío. Ángulos difuntos. Piensa, ¿cuántas cosas puedes salvar de la falta de milagros solo con un poco de calor? Se ha acabado el Haloperidol y siento el ronroneo de los buitres sobre mi piel. Mi mente sangra, pero intento fabricar mis alas con vino y escarcha, con una mueca de carne y un par de silencios.

El amor, un virus, una fiebre psicótica que nos reúne en la sección de congelados, con su cola de espera, sus tickets descuento, su cadena de frío que no hay que estropear, su caducidad, su sabor prestado que solo llena estómagos, animales-hormonas-orgasmo-niños-vejez-muerte-bucle.

Pero llueve. Dentro de mí.

Tengo tu número de móvil y una historia preparada, seré de nuevo tu metáfora, la compresa donde vuelques tu copa de vodka, la cara donde eyacules tu otoño mientras doblegas a golpes de cadera la primavera de mi coño. No quiero ser tu pareja, ni tu puta, solo quiero otra cicatriz. Sí, me lo tragaré todo. Ven, hazme daño. Duerme en mi sueño, aunque después de follar la calma huela a muerte y volvamos a ser solo carne sobria de pasión.

Después sola, como siempre, pondré una lavadora y miraré embelesada como giran y giran las sabanas, mi ropa interior empapada de ti, como se ahogan todos esos millones de posibilidades de vida. Y a pesar de tan alegre genocidio, no podré evitar desear, al menos por un instante, estar también ahí, centrifugándome y limpiándome de toda posibilidad.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Amar es cambiar sin traicionarte. El suicidio es la sonrisa de un ángel.

El orgasmo es carne saturada de pensamiento. Pones la calefacción, frotas mis manos, me acaricias acercando tu cuerpo, pero no consigues que entre en calor, sigo siendo fría, fría…fría. Y me compadeces por esa extrema pobreza sin saber que ese frío del que tanto te quejas es lo único que aún sé que es mío, algo que nadie ha conseguido arrebatarme aún.

Y la ciudad amanece mientras eyaculas palabras escogidas para que mis rodillas sean esclavas del columpio de tus deseos, de ese amor perplejo de niño mimado que te hace agarrarme el pelo e imponer tu ritmo. Un teatro de lascivia, y ahí, en el interior de tus dedos, las caricias se agotan sin sonido. Y te regalo mi desnudez sin condiciones donde perder solo es un verbo, un deseo inconcluso de trascendencia.

Mi sexo tiene la forma de una carta de amor entreabierta y entras como un invasor analfabeto, solo estás jugando al escondite con mis sentimientos. Pero tengo tu atención y me conformo con cerrar los ojos y sentirte latiendo dentro de mí. Soy una rosa deshecha en la que te deslizas y enjuagas el alma. Hay grietas, como peonías en el muro, pero no me importa. El presente perfecto, somos el centro del mundo, disfruta de mi tejido de nácar, del terciopelo de mis besos, de mi entrega ilimitada. Flores destripadas a solas con los dioses, labios desollados marcando a dentelladas las invisibles corrientes que conectan nuestros cuerpos.

Llega el final. Final. Que terrible palabra. El calambre de tu pasión, el rigor mortis. Y la delicadeza se transforma en indiferencia. Y empiezan las excusas. Pero solo puedo prestar atención a la lluvia que empieza a sonar al otro lado de la puerta, intentando secar mis sentimientos antes de que me alcance.

***
Las canciones son como surcos en la mente que se van agrandando con la emociones de cada nueva escucha. O quizás siempre han estado ahí, y solo vas recordando en una especie de determinismo frío y vulgar.

La luz siempre ajena al laberinto. Tus tacones silban el rictus de la victoria debajo de la cama. Supongo que nadie nos enseña a besar hasta el final, hasta que el portazo marca ese momento único de soledad, de hueco herido, de gasa y bisturí fundido, donde su cara desfallece poco a poco, como el tímpano azul de Beethoven. Es en ese perfil huérfano del tiempo donde te visto de besos, con un gesto mezcla de esplendor y derrota, mientras los ubicuos meandros del pasado, saturados de tu presencia, desbordan el presente. Y como el sonido de una teja que cae y estalla a mi lado, apareces con el rímel corriendo por tus mejillas mientras gritas que el azar, como los sentimientos, es una obra de arte que se decapita a cada instante.

Quizás confundí el hueco de tu corazón con otra cosa. Algo seco y oscuro donde introducía mis dedos, donde solo notaba la aspereza del desierto, una sequía de emociones que nos dejaba a los dos insomnes e insatisfechos.

Llego a casa. Pongo algo de música al azar. Suena esa canción. Me recuerda a ti. Me apena que creas que soy un animal sin sentimientos, una inanidad sin planes de futuro, alguien que muere lentamente por la falta de ejercicio en los rocos de la vida. Me conoces tan bien. Pero tengo fetiches. No hablo de imaginarme tu larga melena con trozos de hueso y masa encefálica adheridos a ella. No. Hablo de cosas normales, como entradas de cine, fotos, cartas, todas quemadas y reducidas a cenizas que conservo, con cierta ternura, en un dedal.

Pienso en ti, en esa extraña combinación de lo mejor y lo peor, de lo mágico y lo terrible. Te mantengo un momento en mi memoria antes de intentar una reverencia que se trasforma en traspiés. Me quedo en el suelo. No es un mal lugar para dormir la borrachera y para perder un beso silencioso envuelto en su ligera erección.

Estabas loca…y casi conseguiste volverme loco a mí también…suerte con el siguiente…y con el siguiente…y con el siguiente...

viernes, 12 de septiembre de 2014

Mi cráneo un lago donde flotan peces muertos con vocación de pensamientos.

Sentado en el sofá, la televisión de fondo, tu cabeza silueteada por su luz de ruido blanco, el carmín rojo alzándose ante mí, envolviéndolo todo. Carmín color pasión, fascinación, perversión, penetración. Huellas de vida en la copa de vino. Da igual donde mire: el mundo se ha transformado en unos ojos azules incendiados por el deseo, como un atardecer de cuervos. Habitemos la paradoja de lo inevitable. Mariposas de saliva con tu nombre se posan en mis dedos antes de morir. La poesía es una habitación que huele a sexo y sudor. Sombras chinescas de placer. Templos con forma de manos. Bailemos: nunca estarás sola, vigilo tus sueños a la sombra de tus pestañas. Canicas con forma de insomnio. Laberintos emocionales que despellejan rodillas. Somos un revolver de piel demolida que hemos dejado al lado de los condones. Tinta derramada en forma de corpiño. Un pasillo embrujado sin retorno que oculta un tú dentro de un yo.

**
Ella es el accidente contra el que te inmolas con una sonrisa
Ella es la que baila en el alfeizar y te tatúa un pájaro azul cada vez que te besa
Ella es una niña que juega a ser gesto altivo
Ella es una llamada de madrugada cuando necesito que alguien crea en mí aunque yo no lo haga
Ella es el fuego cantando entre los arboles de papel de un poema
Ella es una rayuela que desde mi tejado parece un rostro de tiza sonriente
Ella es un tiburón buscando un descuido para devorar mi corazón
Ella es un tablero de ajedrez donde la Muerte se duerme esperando su siguiente jugada
Ella es la que empuja mi cabeza entre sus muslos, hacía esa cascada hambrienta de sentimientos, y me exige que me ahogue en su misterio
Ella es nieve desnudando un jardín
Ella es nombre de orgasmo, un gesto eterno que acaricia siempre el muro de mi memoria.

**
Engendrar monstruos/versos que suben por la pared del manicomio gritando que sueñan con arrancarme los ojos. Y a pesar de ello: amémonos. La palabra puede ser amante o asesino, pero el castillo de tu boca es poesía. Besa mis dedos, mi nunca, mi cerebro, mi polla. Hazme olvidar que somos gente usada, palabras usadas, amor usado, victimas del tic-tac implacable que nos intenta acostumbrar a fornicar con la mutilación.

Pero cuando tu corazón late entre mis labios tienes miedo, y me lanzas por la ventana gritando: “vuela, vuela libre” Y la nada prepara sus muñones de piel azul cemento, ansiosa de abrazar el recuerdo del hombre que fui. Y las piedras lanzas hurras porque creen que han ganado por fin la guerra a las flores. Pero mis sempiternos no transigen con leyes de gravedad, ni caducan sentimientos por traiciones de segundo y medio. Y vuelvo flotando al anzuelo de tu carmín, meneando la cabeza como quien reprende a un niño. Y así seguimos. Sin ponernos de acuerdo en nada. Excepto en investigar los misterios infinitos de tu cuerpo, tu piel, tus labios y –perdonad el exabrupto- tu coño.

Es difícil para un poeta olvidar su vocación.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Ameba o arte.

Acabo de tener un sueño muy extraño. El escenario era un pasillo de pequeñas dimensiones, sin puertas ni adornos en sus paredes, solo una enorme alfombra roja que cubría todo el suelo. Era una alfombra sucia, áspera, apelmazada por restos de comida y excrementos. Y allí estaba yo: una bolsa de carne, un torso alargado y parduzco con una protuberancia al final en forma de rostro. Mi rostro. Y como un símil kafkiano conservaba a mi pesar los cinco sentidos. Y percibía la sombra de unas voces lejanas: eran los demiurgos, hombres grises que reían, aplaudían, despotricaban, observaban todo desde su atalaya mientras realizaban sus apuestas, como niños crueles jugando con un hormiguero, retrasando la matanza. Y supe que no era el único, había miles, millones como yo en pasillos iguales a este, aislados, atrapados en un horror infinito.
 
Pero a pesar de saberlo no me importaba, era algo secundario, lo más importante era la necesidad urgente de moverme, de encontrar comida, de huir de la oscuridad que se acumulaba detrás. Y esa pulsión no me parecía impuesta o artificial, era más bien una inercia amable, un imperativo moral, porque también sabía que todos los demás lo estaban haciendo, que habíamos sido seleccionados, elegidos, moldeados para este fin. Y empecé a moverme como los gusanos, arrastrándome, arqueando el torso sin separar demasiado la cabeza del suelo. Y aunque sentía un ligero dolor con cada movimiento, como si la alfombra absorbiera mi energía, seguí haciéndolo. Eran las normas: ellos arriba, nosotros enterrados entre paredes.

No sé cuándo empecé a pensar que si me arrastraba más rápido que los demás conseguiría, de alguna forma, ganar, salir del allí. Pero fue así como comencé a no hacer pausas, a no descansar, a dejar caer pedazos de mí que pesaban demasiado, pensamientos, ideas que ya no tenían valor porque la prioridad era avanzar.

Y pasaron horas. Días. Semanas. Meses. Años. Pero el pasillo nunca terminaba, nunca variaba. Y cada vez estaba más ciego por la falta de luz, más cansado, poseído por una sed inaudita, como si masticara tierra con sabor a réquiem. Y cuando después de tres eternidades mi cuerpo colapsó, me sentí derrotado, sentí rabia hacía mí mismo. Intenté acelerar el proceso cortándome las venas, pero ya era tarde incluso para eso: estaba exangüe, vacío. Me di la vuelta y me recosté mirando hacia arriba a esperar la muerte. Y fue en esa posición, quieto por primera vez, sin moverme, cuando me percaté del inmenso espejo que ocupaba todo el techo del pasillo. Y así me llegó la epifanía más simple y tosca de mi vida, algo tan evidente que no pude evitar cerrar los ojos y comenzar a llorar.

Me he despertado justo en ese momento. No he encendido la luz pero instintivamente he mirado hacia arriba. Y por un instante lo he vuelto a sentir: el sonido de sus risas, y también el de millones de vidas crepitando como pequeñas pavesas, muriendo entre los engranajes de una burda trampa circular de espejos...

martes, 2 de septiembre de 2014

Pensamientos (I)


Hay ciertas madrugadas
De desproporcionada soledad
En las que el viento de incertidumbre
Nos posee y nos intenta tumbar
Y la única forma de sobrevivir
Es con la poesía honesta
La que tiene vocación de vértigo
Vómito
Precipicio
Fiebre
Laberinto
La poesía que es Aullido y Cicatriz
La poesía con forma de cigarro apagándose en tu piel
La poesía con nombre de cuchilla de afeitar
La poesía que no busca perfección ni corrige el disparo de bala

Por eso bebo como si fuera una mujer embarazada
Buscando el aborto
Un aborto de tristeza
De accidente irreversible
De templo dedicado solo a ti
A tu cuerpo de Diosa sin bragas

A ti
Que solo necesitas
Victorias
O despedidas

Y así sucede:
Entro en ti con violencia
Pero tú giras tu Belleza hacia mi boca
Y me transformas en pared enamorada

Derríbame.
****

Hay personas que son un cáncer para los demás. Gente muerta por dentro. Que no tiene vocación, energía, ganas de vivir, que siempre responden a todo con un “me da igual” tácito resumen de su tremenda desidia ante la vida. Personas que no se hacen preguntas, solo bajan un poco más la persiana y siguen durmiendo. Trozos de carne que parecen respirar por compromiso, que miran los calendarios con cansancio, como si el tiempo fuera demasiado lento para ellos. Ruinas de polvo que no son capaces de implicarse con nada. Existencias peligrosas porque se burlan de la importancia de aprovechar el segundo siguiente, de luchar contra el reloj y su mortalidad. Y lo hacen porque ya están muertos y quieren que todo a su alrededor tenga la misma tonalidad gris que les resulta tan familiar.

Huid de ellos.

lunes, 1 de septiembre de 2014

No me culpéis por mi debilidad: los afileres de mi alma me impiden cerrar los ojos.

Ayer tuve otro día basura en mi trabajo. Sin embargo aquí está el teclado para redimirme. A veces escribir en primera persona te permite hablar sobre realidades escondidas en tu entorno. A veces solo fabulamos. El lector no debe acercarse demasiado porque a veces se golpea con un cristal que tiene vocación de espejo. En cualquier caso escribir es en el fondo justificarse. Esta sociedad capitalista con su doble trampa de control: primero un trabajo que es peaje, un trueque insano de tiempo libre por dinero. Y luego los centros comerciales –zoos humanos- llenos de productos, gadget, de ofertas, de música estruendosa, que compramos por inercia, en los que gastamos el dinero para acabar con la ansiedad que nos producen nuestros trabajos. Una trampa perfecta, un círculo tóxico.

Por eso resulta tan divertido escribir, porque el arte es lo único que puede conservar esa chispa de singularidad que todos tenemos. Lo único. Y eso es un éxito en sí mismo. Luego puedes luchar por hacerte oír, para convertirte en un producto. Yo creo que el aislamiento es el premio, quizás porque soy un soberbio y prefiero mantener mi mediocridad a salvo de juicios mercantiles. Así se puede enfocar la energía en otras cosas; como beber.

El otro día me preguntaron que por qué bebía tanto. Es verdad que no resulta tan glamurosa como la adicción de Sherlock a la cocaína a finales del siglo XIX, una lástima, pero no por ello hay que desdeñar esa euforia artificial que da el alcohol. Si no fuera por eso me apagaría como un árbol de navidad en verano. El nihilismo crea un quietismo tan exacerbado en mí, una desmotivación tal, que a veces levantarme de la cama es casi un éxito en sí mismo. Lo sé: una cuestión de absoluta inmadurez, de atroz egoísmo. Pero para mí la vida es como una escalera mecánica por la que somos transportados de una obligación contractual a otra: responsabilidades sociales, pagar facturas, conseguir comida, limpiar tu casa, hacer la cama… repetición sobre repetición. No puedo con ello, me desespera.

Podría añadir la cuestión de las tendencias autodestructivas, esa fascinación por hacer algo totalmente contraproducente para tus propios intereses. Pero el suicidio lento del alcohol, a pesar de las dolorosas resacas del día siguiente, es ridículo cuando agotas la etapa adolescente. Solo queda diferenciar entre el borracho y el alcohólico disciplinado y/o social, ese que no molesta, que bebe los días que no trabaja, que siempre te invita a una cerveza, que tiene ascendencia irlandesa y tratamos –mientras no moleste demasiado- sin ensañamientos y condescendencia.

En el fondo todo funciona así. Todo es tolerable mientras no moleste, mientras no lo veamos. Hace poco saltó la polémica de como el ayuntamiento de Madrid estaba cambiando las marquesinas de las paradas de autobús y estaba añadiendo un separador en medio de ellas para que los indigentes no pudieran tumbarse. Pero esto viene de lejos, está en el diseño de esos “parques” de cemento con los bancos separados, está en las multas de hasta 750€ por ejercer la mendicidad en zonas comerciales o empresariales. Como decía el PP sobre otro tema: “no podemos abrir los comedores escolares en verano porque haríamos demasiado visible el problema de malnutrición infantil”. Así funciona, solo existe si lo vemos. Y, naturalmente, no queremos verlo. Las miserias de cada uno se tienen que quedar en casa. Hay que ser civilizados. Hay que morirse en silencio y sin molestar.

En mi interior la Náusea de Sastre, en el exterior esta distopía cruel al estilo 1984 que vivimos en España, y en medio una botella de vino que flirtea de forma ridícula con la poesía. No me culpéis por mi debilidad: los alfileres de mi alma me impiden cerrar los ojos.