miércoles, 23 de julio de 2014

Somos las putas desechadas de Dios.

Cada uno con sus obsesiones. El problema de las relaciones es que suelen ser decepcionantes. Te enamoras de un ideal, de un hueco con nombre de mujer, de una veleidad misteriosa. Y al final cuando todo es desvelado, cuando ya solo es carne manchada de carmín, inicias una rutina llamada apego. Los niveles de oxitocina y dopamina se moderan y todo sigue su rumbo. Luego queda engordar delante del televisor hasta que te atragantes con las canas de su coño. O el odio. O la nostalgia. O vete tú a saber qué. Así una y otra vez hasta que ya es demasiado tarde para comprar más boletos en la feria y una joven y desquiciada combinación de tu ADN te obliga a sentar la cabeza y aturdirte en las obligaciones sempiternas de la paternidad. Espero que al menos, al principio, fuera un buen polvo.

Acabo de llegar a casa. Cambio de turno. Dinero. Dinero. Dinero. Seis horas de trabajo oligofrénico mal pagado. Clientes sin educación. Mi masa encefálica resbalando por el teclado. Un calor asfixiante en el exterior. He comprado seis cervezas Sputnik y he empezado a masturbarme. Siempre estoy cachondo en verano. Pensaba que frisar los treinta y cinco y la bebida aletargarían a la bestia púrpura. Pero lejos de ellos cada vez quiero más. La pornografía más repulsiva, vídeos escalofriantes que vulneran claramente la legalidad campan a sus anchas por mi disco duro. La red es un inmenso Jabba el Hutt depravado. Escenas que al principio me causaban estupor y repugnancia ahora me acarician la libido con vigencia. Bondage. Mujeres cosificadas, simples agujeros de usar y tirar. Bofetadas. Cadenas. Mordazas. Violencia. Mi polla arde y sigo más allá hasta que el amor que fecunda mis pelotas sale a flote y mancha toda la ciudad provocando un estertor de insensibilidad en mi garganta.

Luego he visto varios capítulos de la serie “The Following”. Despierta sensaciones ambivalentes, una gran idea no tan bien desarrollada. Pero necesito distraerme. Demasiado calor. Vuelvo a acariciar mi entrepierna. Necesito algo más. Llamo a Helena. Es una groupie de Madrid, me permite meterme en sus bragas sin horario fijo. Una pobre depresiva con un blog homónimo que no sabe distinguir las píldoras blancas de las azules. Sonríe por teléfono y una hora después llama a mi puerta. Tiene un nuevo tatuaje. Sus ojos pierden ritmo. Demasiado hachís. Yo prefiero el alcohol, no seca totalmente mi energía.

Me pone al día de su biografía. Sus traumáticos exnovios. Sus padres. Sus proyectos. Incluso me habla de política, de barricadas y guillotinas. Lugares comunes. Mis manos recorren su cuerpo. Cierra los ojos y gime. La arrastro a la ducha. Hace demasiado calor. La desnudo y manoseo sus pequeñas tetas. Deliciosa. Divina. Una furcia más a la que penetrar. Me follo su garganta. Practico las imágenes. Idiosincrasias que denigran y excitan a la vez. El agua me ayuda a lubricar su culo. Un dedo. Dos. Ella se reclina. La abro poco a poco. Luego con más violencia de la deseada. Desfloremos el egotismo. Viva el puro hedonismo. Sigo y sigo. Ella se masturba el clítoris. Unos minutos después la fricción consigue el milagro. Por unos instantes desconectamos del mundo. Nada importa. Ni el calor. Ni las facturas. Ni las frustraciones. Ni la tristeza del fracaso cuando ya no eres joven. Hemos logrado tocar la santidad, la transcendencia. Nuestros cuerpos se estremecen. El atardecer chilla en nuestro interior, la bomba atómica cae sobre nosotros, pero somos pájaros con alas de carne que ascienden sin límite hacía arriba, embriagados por su danza de cortejo.

Solo dura unos segundos. La saco. Cierro el agua y empiezo a secarme. Somos humanos de nuevo.


Charlamos un poco pero estoy demasiado cansado para esforzarme. La futilidad me deprime. A la media hora se ha ido. Ni siquiera me ha dejado su tanga como recuerdo. Quizás no esté demasiado satisfecha. Quizás es más bonito adorar al borracho desde su cueva rosa. Pero así es la realidad. Luego, con los dedos todavía manchados con su olor, me he puesto a escribir esto. No deja de ser mi media hora diaria de escritura de la que hablaba ayer. Una forma como otra cualquiera de glorificar el desastre. 

A World Not So Beautiful [A Song 4 the Emperor] by Ordo Rosarius Equilibrio on Grooveshark

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