Bukowski es famoso a nivel
internacional por ser un gran poeta, pero aquí, producto de una consciente
chapuza, solo conocemos su faceta de novelista. En uno de sus poemas decía: “Esta noche no he podido ir a trabajar, porque
no podía dejar de vivir”
La felicidad, ese misterio
efímero, fugaz, intangible. Esa zanahoria que nos vende entre neones de centro
comercial el capitalismo. Pero no, no busques con una tarjeta de crédito algo
que sólo existe en la libertad. Pero, ¿quién es libre ahora? Por definición
nadie puede serlo en el capitalismo: necesitamos cada vez más dinero para
sobrevivir, para ser independientes. Y para conseguir el dinero nos esclavizamos, malvendemos nuestro tiempo obsesionados con sufragar la siguiente compra
compulsiva y lograr, como un drogadicto, ese pequeño subidón de adrenalina
que apague momentáneamente nuestro vacío existencial. Queremos más y más, en una
neurosis sin final, sin darnos cuenta que son esos mismos objetos que nos
empeñamos en poseer los que nos poseen a nosotros
Podríamos cambiar las
cosas, acortar las jornadas laborales a seis horas aunque eso significase bajar los sueldos, permitir a las maquinas
automatizar los trabajos de cadena de montaje, mejorar las condiciones
laborales, alentar la vocación, la proactividad. Pero no, no quieren eso. Nos quieren
cansados. Alienados. Con miedo. Resignados. Indefensos ante el alud de
publicidad que nos rodea, ante el ansia consumista, las modas y los deportes.
Indefensos ante la transmutación en tuerca. Con un futuro de suicida o psicópata.
Nos han vendido la idea de que la liberación de la mujer consistía en trabajar,
que el trabajo dignifica, y quizás sea así en una sociedad justa y equitativa,
pero en un país gobernado por miserables, donde el terrorismo neoliberal mata a
sus ciudadanos privatizando la sanidad, la educación, los transportes,el país entero... con reformas fiscales y laborales diseñadas por y para los ricos, el trabajo –que ya
por definición roba nuestra libertad- es, simple y llanamente, el MAL.
Por eso, cuando os vendan
las cifras de paro de junio, pensar si lo que queréis es vivir en un país donde
sus ciudadanos a lo máximo que pueden aspirar es a servir mesas y dar las gracias
por la propina en alemán, que para eso se les ha exigido aprender idiomas. Donde
hay que elegir entre ser esclavos modernos que se dejan llevar por la danza
macabra de la alienación, o buscar comida en los contenedores.
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