No escribo porque hay
mucho ruido o demasiado silencio. Es demasiado tarde o demasiado pronto. No
escribo porque no se me ocurre ningún tema. Porque son demasiado personales y
no quiero hacer el ridículo. Porque nadie me lee, me comenta, me valora. No
escribo porque me lee demasiada gente y pienso demasiado cada línea. No escribo
porque me duele la cabeza, el corazón, los pies, la musa. Porque no tengo
habitación propia, he leído poco –eso sucede toda la vida- y los demás son
demasiado buenos. No escribo porque tengo la vista cansada, prefiero beber y
mirar al techo. No escribo porque internet me distrae, descargo una serie, una
película, me paso media hora leyendo los comentarios de un vídeo de YouTube. No
escribo porque mi pareja me quita tiempo. No escribo porque mi soltería me
deprime. No escribo porque estoy de vacaciones y hay que descansar. No escribo
porque tengo que madrugar mañana para ir al trabajo. No escribo porque estoy en
paro. No escribo porque en el Nuevo Testamento en ningún momento consta que Jesús se riera alguna vez. No escribo porque la moda es la poesía y me gusta la prosa. O al revés.
No escribo porque no me pagan por ello. O me pagan poco. O los aplausos ya no
son tan intensos como al principio. No escribo porque tengo que contestar los
comentarios de mi blog, devolver los fav de Twitter, chatear con gente en
Facebook, quedar con amigos escritores para hablar de literatura y sus secretos.
No escribo porque siempre he querido ser escritor, pero no contaba que hubiera
que escribir tanto para conseguirlo…
Todos utilizamos excusas
para cubrir nuestra indolencia, nuestra falta de determinación, nuestra procrastinación,
¿cuál es tu excusa de los sábados?
No hay comentarios:
Publicar un comentario