Tus bragas caen. No de forma sutil. Más bien como una piedra al
abismo. Como un gorrión golpeándose contra el cemento, muriendo sin que la
ciudad emita un mísero eco. Pero mi lengua, a pesar de la desidia del gesto,
acaricia tu piel con fervor. Mis manos son ramas que buscan el agua de tu boca,
arañan tus pechos y muerden tus pezones. Quizás el placer de tu carne pueda
parar el desencuentro con la realidad. Te arrodillas y me conviertes en polvo de
estrellas, en una luna borracha cuya marea es tu saliva. Mecerme en tu boca y
no pensar en el siguiente salto. Dejar atrás los faros de sordidez y muescas.
Que la música nos inunde y el tiempo deje su fea marca sin que nos cueste la
cordura.
Alguien aúlla. Busco en el bolsillo mi tarjeta de baile. El toque de
queda. El perro salvaje. Las espitas de gas luchando por un poco de
protagonismo. La pared derrumbándose como nieve, como el primer castillo de
arena que se abandona en la infancia. Sigo bebiendo. Necesidad calamitosa que
resta energía aunque llene de artificiosa euforia mis dedos. Y así la página se
convierte en un espejo afilado por el que te deslizas sin pudor buscando la
honestidad de la fiebre. Abrir nuevos blogs. Cerrarlos. Como si fuera Hansel
dejando un reguero de migas de tinta. Un camino ya transitado durante los
últimos tres años por putas efímeras sin talento y advenedizos. Niñas lunáticas
que se escondían debajo de la mesa y saboreaban la sangre de las victimas del
psicópata, ¿quién resiste, dónde están los demás? Apenas quedan musas erigiendo sus baluartes, sus atalayas de letras y tinta rosa.
Volvamos a esa habitación. Quiero enamorar al escorpión que escondes
dentro de tus iris azules. Quiero follarte escuchando Black Sabbath. Mis
monstruos son delirios agorafóbicos pero harías bien en hacerles caso. Quieren
lamer la miel de tu clítoris. Tender un puente entre tu pudor y mi necesidad. Ahogarse
en tus flujos. Llamarte asesina y curar tu anorgasmia. Quieren cambiar tus
mensajes anodinos de fertilidad existencial por un fuego de letras blancas. Tejer un nuevo color para tu mascara. Buscar una ecuación de letras que
resuelva los muros de hormigón que flotan en tu cabeza.
Convencerte
para que dejes de una vez
esa estúpida
vocación
de herida.
Convencerte
para que dejes de una vez
esa estúpida
vocación
de herida.
Y no sirve que sólo abras tus piernas: el vértigo es abrirme también tu
mente, ¿comprendes? Todo o Nada. Así funciona. No hay otra manera.