Siento que soy una luciérnaga traumada. Con ese desliz en la mirada,
como un haiku incompleto, manchando de pura esquizofrenia las paredes. Bajo mi
mano y recorro la ruta de mi sexo, el kilómetro cero del dolor. Bocanada de
semen azul. Un semáforo a punto de morir de viejo. Cojo el sacapuntas y me abro
el pecho. Aquí adentro sólo hay un extraño olor a bayoneta oxidada.
Día horrible. Estéril. Fútil. Intento entorpecer mis sentidos con el alcohol hasta convertirme en un charco de semen y tormentas. Secar mi lucidez
sin tener que lubricarme con la caricia ajena. Acunarme entre pornografía como
si las profecías aún me siguieran buscando. Masticar los escombros que anidan
inconclusos dentro de mi boca y olvidar el sabor de tu nombre.
Los condones caducados lloran solitarios en el cajón. Son mucho más
sabios que cualquier poeta escribiendo sobre el amor un día lluvioso. Intentando
convencer al vaho del cristal de que su nombre y el de ella son rimas eternas
de amor impoluto. Cuando lo único que anida en su mente ponzoñosa es meterle la
polla, horadarla, poseerla, para luego, como exige la Naturaleza, cosificarla
con su pérdida de interés. Y ella, la musa pretérita, ¿se peinará los años delante
de ese recuerdo malherido? No creo. Somos supervivientes. La metáfora perfecta
del amor es un leñador follando con el árbol. El orgasmo es una bala disparada
al corazón de la eternidad. Una eternidad efímera, como el deseo, que muere al
satisfacerse y necesita cambiar el continente de su obsesión una y otra vez.
Luego está la historia en sí, los detalles, cómo me apagaste con tus
tijeras de neón cuando lo único que quería era brillar contigo en la oscuridad
perfecta de nuestro amor de harapos. Tus ojos eran cielo ajenjo, pura melancolía.
Me masturbaba dentro de tu boca y al correrme lanzaba a tu estómago de mariposa
una maldición de viento en forma de epitafio blanco. Mi compromiso era hacerte
nieve y que bailases con mi incendio. Pronunciar la palabra muerte tantas veces como fuera
necesario. No es culpa nuestra que el jardín transportase en el último vagón espejos
congelados en vez de sabanas.
Ah, mujer de tacón alto. Tan apocalíptica. Diosa de clítoris regio,
dominando todo desde su cornisa de versos y unicornios. Los pájaros, ángeles drogados
de un paraíso sin nombre, alimentaban la herida de tu sexo, esa hemorragia de
vida. Pero nunca tuviste piedad. Me escupiste en la boca tu pecado y te
llevaste todo el desorden de mis ojos.
Y yo, con la sobria elegancia de un punto y aparte, me encargué de
eyacular el resto.
Es muy bonito lo que has escrito, ojalá ella lo lea, Un abrazo.
ResponderEliminarFeliz semana.
Recuerdo las noches estrelladas, cuando mis dedos ebrios leían el sacrificio braille y la masturbación kinestésica tenía ese color oro tan característico.
EliminarGracias por comentar. Feliz semana.
Precioso, poeta. Realmente bonito.
ResponderEliminarBesos.
Las polillas tejen el sudario con sus arcoíris repletos de etiquetas y risas abracadabra. Te regalo una ola llena de canas para que no te quedes afónica y disfrutes de la semana. Besos.
EliminarEres un romántico...
ResponderEliminarMuas.
( los paréntesis quiebran y no hacen falta, aunque yo no sé mucho de poesía)
A veces escribir es como ser un hombre orquesta con vocación de grifo: no hay final feliz. Yo tampoco entiendo demasiado de poesía, supongo que por eso tengo blog ;)
EliminarTienes razón: no son demasiado estéticos. Y como no se me ocurre ninguna alternativa lo mejor será quitarlos antes de que alguien me señale con el dedo y me acuse de matar al lenguaje. Besos bella seguidora.
No hay nadie por aquí que dé más vida al lenguaje que tú, por más que la muerte nos ronde. Y date a la bevida... mil veces si hace falta, y si alguien te tacha de asesino te presto mi cadáver para despistar.
EliminarBiquiños, adorado Rorsach.
duele, viste?
ResponderEliminarun beso
Las piedras ganaron hace mucho tiempo la guerra a las flores. El dolor es ineludible.
EliminarUn abrazo.