Todos estamos atrapados,
como un columpio al viento. Metro de Madrid. Observo a un chico joven, está leyendo
Rayuela, lectura lineal. Se cansa, mira hacia delante y me ve. Mantiene la
mirada. Sonríe al ver que tengo el mismo libro. Alguien se pone en medio. Se
levanta y se acerca. Tiene un aire tímido. Desaliñado. Parece que va a decirme
algo pero justo en ese momento anuncian la parada de Sol. Me da la espalda y se
acerca a una de las puertas. Sale sin mirarme. Mejor. No quiero llenar mi vida
con otra historia de puntos suspensivos. No existen las serendipias. Soy una
mujer que pasa los fines de semana escuchando viejos discos con una copa de
vino en la mano. Nunca han existido destellos de riesgo en mis relaciones, ni
esa plenitud del amor romántico que leo en las novelas, nadie ha llegado a
tatuarse –metafóricamente hablando-, mi nombre. La ternura acorazada de unos labios
muy finos no puede competir con la falta de voluptuosidad. O tal vez mis ojos
marrones asusten porque destilan demasiada melancolía, una desesperanza
aceptada.
A veces nos atenazan
impulsos extraños. Sueñas algo que permanece durante horas en tu memoria, o es
una canción, una película, un olor lo que de alguna manera despierta la
pulsión, esa insana curiosidad por saber de otra persona, por descifrar el paso
del tiempo. Pero la resolución es inmediatez. Y nuestro tiempo no nos pertenece
del todo. O peor aún: haces esa llamada y el número no existe. Ni siquiera
sucede algo digno de mención. Ya no me dejo llevar por ese tipo de impulsos. Hace
un año habría bajado con ese chico en su parada y le habría abordado. Sutiles
cambios que mutilan.
Seis paradas de metro.
Diez minutos más andando. Por fin llego a casa. Es miércoles y ya me siento
agotada. Madrid es una trampa mortal. Me descalzo y enciendo el ordenador. Es
una casa pequeña. Sin ruidos ajenos ni mascota. Con olor a cena y amor
recalentado. El amor. Joder. Estoy obsesionada. Pero es tan injusto, ¿dónde
está mi masaje en los pies, mi cena con velas, mi lugar en el sillón donde acunar
mi conciencia junto a él, la manta y una película mala? Ni siquiera necesito
fanfarria. Sólo un poco de pasión, ver mi lencería roja en el suelo alguna vez.
Miro al poster de la pared –Ash en la película “Evil Dead 3”-, uno de los pocos
recuerdos que me permito conservar de mi primera pareja. Me río al leer la frase
en rotulador rojo: “Dame tu cariño, nena”.
Carlos era un capullo, un gilipollas, pero no puedo negar su buen gusto. Su
particular cosmovisión ecléctica. Cuando alguno de los dos llegaba jodido del
trabajo, despotricando, siempre teníamos un tiempo tácito para el desahogo. Pero
cuando se superaba y el mal humor se empezaba a pagar en el lugar equivocado,
el otro señalaba el póster. Se hacía el silencio y empezábamos de nuevo. Nos
esforzábamos en reírnos y hablar de otros temas. Éramos buenos compartimentando.
De aquella relación sólo queda una carpeta con fotos, dos pósters, diez cartas
y dos regalos de cumpleaños. Y algún buen polvo. Hubo bastantes perfect day.
Es más de lo que pueden decir otros.
Ceno frugalmente y me
pongo a leer blogs. No hay nada interesante: la experiencia se ha agotado.
Llevo semanas sin masturbarme, no sé por qué. Quizás sea un gatillazo mental. Un
atisbo de depresión asomando el horizonte. He quedado con un amigo el domingo. Para
cenar y follar. No hay nada especial en ello. Pero me deja siempre una molesta
sensación de vacío. Debería de anularlo. Pero sé que no lo haré.
Debería de ir a un
psicólogo. Pero conozco su discurso: mi vida es mi responsabilidad. Tengo que
enfocarme en mí misma y no volcar todos mis anhelos en una relación. Mejorar
otros aspectos como el laboral. Estudiar un idioma. Conocer más gente. Respondería
que apenas tengo energía para hacer lo básico: trabajar, ir a comprar, mantener
un mínimo de salubridad en mi casa, etcétera. Que el problema es que follo
poco. Ella me diría que todos tenemos las mismas obligaciones, que tengo que luchar
por mi felicidad y no dejarme llevar por el quietismo de la autocompasión. Que tengo
que ser más ambiciosa. Y yo terminaría gimoteando más excusas o me quedaría
callada mirando al suelo durante el resto de la sesión. Así dos veces por
semana. A sesenta euros por sesión. Maravilloso.
Tengo correos nuevos. Es
curioso como puedes llegar a exponerte con tanta facilidad ante un desconocido.
Hay cierto masoquismo morboso, por idealista, en el coqueteo subyacente. Aunque
ellos son mucho más simples. La mayoría usa una artificiosa pose romántica de
poeta de vertedero, para luego, una vez pasado un tiempo prudencial, insistir
en vernos en persona para aprovechar esa afinidad tan brutal e inédita. Claro.
Luego los otros: el hombre sin sentimientos al que han hecho mucho daño y que
ya no es capaz de enamorarse. Utilizando la indiferencia simpática, el reto,
como si aún fuéramos adolescentes. Cumplí treinta años hace un par de meses, el
baile de cortejo debería de haber evolucionado un poco. O quizás no. Da igual, caigamos
en la comedia, aunque sólo sea por simple desahogo. Contesto al mail:
Estar
enamorado es una enfermedad disociativa. Una obsesión. Un virus. Una droga cuya
desintoxicación es la pura y dolorosa mutilación. Nunca antes había sentido
celos, nunca había montado una escena ni había perdido los papeles en ningún momento.
Ahora, cada vez que pienso que está follándose a otra, me sube un odio enfermizo
por la garganta. Odio hacia una mujer que ni siquiera conozco, pero que ocupa
un lugar que no merece porque es mío. La destrozaría con mis propias manos por
disponer de su tiempo, disfrutar de las caricias de su polla, de su orgasmo, de
sus palabras, su voz, su risa…
Lo peor son las ganas de llorar, sí, de esas que te encogen el alma
como arcilla mojada. Y es ridículo reconocerlo, ya han pasado cuatro meses desde
la ruptura, pero es así. El tiempo es el padre de la verdad. Inventar,
idealizar, aislar, adoctrinar, domesticar, abducir, no sé qué es el amor, sólo
sé que tengo ganas de anestesiarme brutalmente, ganas de él, ganas de dar la
vuelta a mi vida como si fuera un bolsillo del revés, ganas de meterme en la
cama y no levantarme nunca más. Y no se lo merece. Nadie. Pero es lo que
siento. Y también asco. Asco por no estar a la altura, por ese rechazo que es
un lastre sempiterno.
No existen excusas que me hagan observar el muñón de su ausencia con
optimismo, es una prueba, estúpida pero sincera, de mi desahucio sentimental. Veo
a alguien en el metro que se le parece y me sobrecoge la angustia, la
inseguridad, el estupor. Atontada, incapaz de seguir adelante, prefiero huir
hacía mi agujero y seguir cavando. Borro y borro, pero él permanece, ¿cuánto
tiempo más? Ya es suficiente. Necesito enamorarme de mi soledad. Buscar la
reasignación emocional en manos de cualquiera que sepa llenar mi bancarrota de
finalidad y además tenga olor a elipsis.
Podrías aducir que sólo hablo del desamor, pero es una cuestión de
perspectiva: la idiosincrasia del concepto lo abarca todo, aquí el contenido y
el continente son lo mismo. En cualquier caso ya no tengo ganas de continuar.
Seguimos en contacto. Un beso.
Pierdo el tiempo, me
sorprendería cualquier atisbo de respuesta inteligente. Me mandará su foto
acompañada de un par de halagos vacíos, y sí está muy seguro de si mismo me
reprochará de forma condescendiente que sea tan romántica. Ninguna respuesta
real. Flores para los cerdos. Desgraciadamente para él lo que me pone cachonda
es la inteligencia, el sentido del humor.
El decadente ha
actualizado su blog. Me turba uno de sus párrafos:
Leer no
sirve de nada ante el recuerdo de su coño, esa flor que cae y aplasta con su
incendio la mente. Sucumbir a la cleptomanía ninfómana de tu boca siempre me
pareció la forma más espectacular de equivocarse. La vida empieza a resultar
una sucesión de soliloquios con un te quiero al principio y un no te
quiero al final. Como si la gente hubiera guardado su corazón en una
caja de zapatos viejos. Tú eras saliva de exilio. Mi brote esquizoide. El poema
sodomizado por tus besos en morse. Intenté recordarme entre los pliegues de tus
bragas indomables. Mi polla esparcía su cáliz de serpiente herida y tú
preguntaste: “¿Dónde está tu dignidad? Y te respondí: “Allí, junto al ejercito
invencible de tus tacones” Ya no me dejaste volver a violar tu espalda desnuda
y comenzó el homicidio infinito de mis noches.
El poema siempre es un manicomio. Si
fueras una diosa yo sería el único ateo que llevaría rosas a tu iglesia. Y
temblaría de lejos.
Hemos hablado varías veces
por teléfono. Aunque vive en Madrid no se ha mostrado ansioso por conocerme. Me
gusta su voz. Tiene morbo. A pesar de esa decadencia trasnochada tan vehemente
está enamorado de la idea del amor. Supongo que huye de si mismo, por eso vive
al día, sin planes. Me gusta su risa. Su respiración al otro lado del teléfono.
No se lo he dicho, pero a veces me pone cachonda. Me siento tentada de vernos
en persona. Pero no quiero salvar a nadie. No pido demasiado: ser feliz y que
me follen bien. ¿Qué clase de mujer puede sentirse atraída por semejantes
textos? ¿Una depresiva tarada? Las personas normales quieren hombres
divertidos, alegres, con perspectiva de futuro, planes, acción. Quieren
esplendor, no decadencia. Al menos al principio, luego todos nos vamos conformando
con la verdad
Da igual, a fin de cuentas
son entelequias en la oscuridad. Me voy a acostar, mañana tengo que madrugar. La
vida es un bar de blancas paredes acolchadas donde cualquiera puede convertirse
en isla. En ruido. En la órbita cementerio de una sonrisa torcida. O incluso en
Arte.
Atrapas de una manera brutal
ResponderEliminarTe dejo mis caricias alteradas
Soy una luciérnaga maldita, una araña que se cree mosca. Recojo tus caricias, las usaré de abono para mi otoño de amor paralizado.
EliminarBesos.
Imposible dejar de leerte, mientras esa sea tu vision del amor y desamor...
ResponderEliminarPero maldita sea, lucha de una vez por lo que quieres ..!!! Y no con textos, si no con hechos.
Todos pronunciamos la palabra Poesía sin saber, realmente, a quien podemos dedicarla sin llorar lagrimas de espanto, sin poner argollas a las caricias en ese sótano interior que empieza a oler a taquicardia.
EliminarPues tu decadencia corrosiva, engancha.
ResponderEliminarMe ha gustado tu concepto de amor y desamor
y tu forma de escribir que invita a la reflexión en muchos de sus párrafos.
La decadencia es un mar orgulloso y demencial donde las gaviotas vuelan desesperadas buscando el idioma oculto del viento.
EliminarY el árbol impertérrito del poema ríe y ríe, sin que nadie pueda saber nunca quien yace entre sus raíces.
Un beso.
Me encanta perderme por aquí, espero que la pereza blogera no te aleje.
ResponderEliminarUn saludo
La pereza es un transito hacia el crematorio. Recuerda: las flores se vuelven locas mientras los párpados duermen.
EliminarUn saludo.
TÚ ERES ARTE.
ResponderEliminarMil besos.
Y tú eres eterna, imposible, maldita y absoluta. El poema muere de hambre si no llamas a la puerta.
EliminarMil besos querida.
Ay! Ahora voy a dártelos, todos y cada uno, y ningún beso se nos va a perder por el camino.
EliminarDelicioso. Un beso.
ResponderEliminarSon día de ausencias y alacranes. Gracias por leerme. Un beso.
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