jueves, 21 de noviembre de 2019

Reseña: ‘American Psycho’, de Bret Easton Ellis (1991)

Patrick Bateman tiene veintisiete años. Es considerado un triunfador. Estudió en Harvard. Le gusta leer biografías sobre asesinos en serie. Se despierta temprano cada día. Tiene citas de negocios con gente importante. Ha encontrado una rata saliendo del váter; ha logrado atraparla, ahora piensa en introducírsela a su próxima víctima por la vagina. Hace sus dos horas de ejercicio; casi siempre va a un gimnasio exclusivo, que le cuesta miles de dólares al año. Suele llevar una navaja, una hoja de afeitar o un cuchillo consigo; con una hoja afilada le sacó los ojos a un mendigo (¿o puede que fuese con las manos? ¿O con las dos cosas?), lo que es seguro es que le cortó las patas al perro del vagabundo con una. Suele alquilar películas en VHS, sus preferidas mezclan necrofilia y desmembramientos; le excitan. Patrick defiende la mejora de la capa de ozono y suele discutir sobre qué agua mineral es mejor, qué combina con un traje, qué restaurante está de moda o la música de Genesis y Whitney Houston. A Patrick le gusta torturar y matar a mujeres, vagabundos y animales. Le encanta describir la vestimenta propia y ajena como reflejo del escalafón social. Tiene alucinaciones. Detesta la comida frita. Ha intentado comerse a una de sus víctimas; ha guisado su cabeza para arrancarle la piel, pero no sabe si lo ha hecho bien; todavía tiene el sabor del trozo de pezón que le arrancó de un mordisco. Trabaja en P & P. Ha obligado a dos prostitutas a mantener relaciones sexuales; luego ha usado una percha con ellas y les ha dejado una serie de hematomas y heridas que han hecho que salgan huyendo. Es parte de Wall Street y Wall Street es parte de él. Ha obligado a otra de sus novias a abortar y, como recompensa, le ha regalado unos juguetes de bebé. Piensa que el mundo no es real y que solo él lo es. El héroe de Patrick es Donald Trump. Algún día espera conseguir una reserva en el restaurante Dorsia. Nadie atrapará jamás a Patrick. Su secretaria está enamorada de él. Mataría a todos los negros, los pobres, las mujeres, los homosexuales… mataría a todos. Tiene amigos o, mejor dicho, conocidos; hay cientos como él en Wall Street, es demasiado rico y todos se parecen. Patrick, a veces, ha considerado confesar todo y escapar o acabar con su pesadilla. Nadie le creerá; nadie le escucha cuando habla de matar y, si alguno lo hace, saben que es una broma del simpático Pat. La cárcel de Patrick es la libertad. Patrick Bateman es un psicópata americano de finales de los ochenta. Y está orgulloso de ello.

Publicada en 1991, American Psycho fue la novela que dio a conocer al escritor Bret Easton Ellis, símbolo de la Generación X y un provocador nato. Trajo cierta polémica por sus nauseabundas y perturbadoras escenas cuando, entre la metáfora y la pura realidad, realiza un análisis de las altas élites, de la perversión del dinero y de cómo el poder degenera al ser humano. Con un ritmo lento, que va volviéndose progresivamente tan disperso como el propio pensamiento de Bateman, American Psycho es un canto hacia la maldad, hacia la decadencia y sobre cómo tras lo aparentemente hermoso se puede esconder lo más siniestro del ser humano.

Una vez leída la novela muchos se preguntan: ¿es, en realidad, Patrick Bateman un asesino en serie? ¿Por qué intenta confesar y nadie parece escucharle? ¿Por qué escapa de la policía sin problemas? Es un debate interesante al que se puede añadir otra incógnita: ¿quién es realmente Patrick Bateman y por qué le confunden siempre con otros yuppies de Wall Street? ¿Existe? Y otra interpretación interesante es la que sostiene que Bateman es un psicópata y que el resto de los personajes, aunque lo sepan, no les importa: es guapo, rico y exitoso, ¿cómo va a ser un asesino? Y si lo es, ¿qué más da? Todo el mundo tiene sus defectos, ¿no es cierto?

«La vida era un lienzo en blanco, un cliché, un serial. Me sentía moribundo, al borde del frenesí. Mis ansias nocturnas de sangre llenaron mis días y tuve que dejar la ciudad. Mi máscara de cordura amenazaba con desaparecer».

“El intelecto no es la cura. La justicia ha muerto. Miedo, recriminación, inocencia, simpatía, culpabilidad, fracaso, dolor, eran cosas, emociones, que ya nadie sentía de verdad. La reflexión es inútil, el mundo no tiene sentido. Lo único que permanece es el mal. Dios ya no está vivo. No se puede confiar en el amor. Superficie, superficie, superficie era lo único en lo que se encontraba un significado…, en esta civilización tal y como yo la veía, colosal y mellada…”

“Lo único que no me aburría, o no demasiado, era el muchísimo dinero que ganaba Tim Price, la única emoción clara que identificaba en mi interior, si se exceptuaba la codicia y, probablemente, un desagrado absoluto. Yo tenía todas las características de los seres humanos —carne, sangre, piel, pelo-, pero mi despersonalización era tan intensa, se había hecho tan profunda, que la capacidad habitual para sentir compasión había quedado erradicada, víctima de un lento y decidido borrado. Me limitaba a imitar la realidad, tenía un tosco parecido con un ser humano y solo me funcionaba un oscuro rincón del cerebro. Estaba pasando algo horrible y sin embargo no conseguía imaginar por qué -no lo podía determinar con claridad-. Lo único que me tranquilizaba era el sonido del hielo al echarlo en un vaso de J&B.”

“Hay una idea de Patrick Bateman, una especie de abstracción, pero no hay un yo auténtico, sólo una entidad, algo ilusorio, y aunque yo pueda disimular mi fría mirada y tú puedas estrecharme la mano y notar que su carne aprieta la tuya y puede que hasta puedas considerar que nuestros estilos de vida son parecidos: sencillamente, yo no estoy aquí. Me resulta difícil tener sentido en un determinado nivel. Mi yo es algo fabricado, una aberración. Soy un ser humano contingente. Mi personalidad es imprecisa y está sin formar, mi inhumanidad es profunda y persistente. Mi conciencia, mi piedad, mis esperanzas desaparecieron hace tiempo (probablemente en Harvard), si es que existieron alguna vez. No hay más barrera que cruzar. Todo lo que tengo en común con el incontrolado y el loco, el depravado y el malvado, todas las mutilaciones que he practicado y mi absoluta indiferencia hacia ellas, ahora lo he sobrepasado. Con todo, todavía me aferro a una sencilla y triste verdad: nadie está a salvo, nadie se ha redimido. Sin embargo, yo soy inocente. Debe asegurarse que cada modelo de conducta humana tiene cierta validez. ¿Es el mal algo que uno es? ¿Es algo que uno hace? Mi dolor es constante e intenso y no espero que haya un mundo mejor para nadie. De hecho quiero que mi dolor les sea infligido a otros. No quiero que nadie escape. Pero incluso después de admitir esto —y yo lo admito, incontables veces, en todos y cada uno de los actos que he cometido— y de encarar estas verdades, no hay catarsis. No consigo un conocimiento más profundo de mí mismo, no se puede extraer ninguna comprensión nueva de nada de lo que digo. No hay razón para que te cuente nada de esto. Esta confesión no significa nada…”

2 comentarios:

  1. El libro me impresionó.
    ¿Viste la película?

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    1. Sí, me gustó mucho. Casi diría que, en términos de proporción, es mejor la película, porque en el libro divaga demasiado en algunos asuntos y eso hace más extenuante la lectura. Aunque claro, tiene escenas muchísimo más brutales, sexuales y de asesinatos, que en la película, como la famosa escena de la rata. Es curioso, porque llegué a este libro releyendo ‘Historias del Kronen’ (sus personajes están obsesionados con ese libro), en su momento se me pasó. Christian Bale hace un papel brutal.

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