domingo, 16 de diciembre de 2018

Hay palabras que se escriben como si fueran una vela a punto de apagarse.

Los recuerdos, como la lluvia, se agolpan en el espacio más opaco de mi cerebro, como un mar arrasado por una plaga de espejos. Te espero tumbada en la cama, ansiosa por sacrificar mi despecho vital en el altar de tu monstruo púrpura. Me gusta tu nihilismo, esa forma de afrontar la vida sin épica: solo quieres follarme, usarme sin promesas, respeto o amor. Justo lo que necesito. Me excita parecer el estereotipo de una sociedad enferma, enardecida por la búsqueda de nuevos abismos de placer y colisión.

Llaman a mi puerta, ha llegado mi príncipe azul. Adelante, juguemos sin preliminares a la fricción de la carne, a ser tu éxtasis arrodillado, a sentir como tu polla se enamora de mi arcada y mi saliva se desborda por tus cojones. Pero tú también eres adicto al control, y me tumbas con rudeza sobre la cama. Me abofeteas, me insultas mientras muerdes mis pezones, me lames como si me odiaras desde hace años. Tu cuerpo desnudo entumece mis sentidos, las bragas se deslizan hacia el suelo a cámara lenta. Me la metes sin preliminares, fuerte y duro. Me cuesta respirar con tu mano cerrada en mi garganta. Me colocas de espaldas, tus cojones golpeando al ritmo de mis jadeos. Me agarras del pelo y me obligas a mirarte, puedo ver de nuevo esa sonrisita cruel en tu rostro, esa forma de mirarme, como si estuvieras intentado dominar a través del sexo lo que te resulta imposible fuera de la cama.

Quizás ha pasado ya media hora, tenemos el cuerpo sudoroso y enfebrecido, sigo acariciándome el clítoris con violencia pero no consigo correrme. No es culpa tuya, tu rol es perfecto, es mi cuerpo quien me traiciona. Tú lo notas, y con empatía y sadismo me sodomizas. Grito y gimo a la vez. Pero eres un bastardo competente y el dolor desaparece poco a poco dejando paso a un placer más intenso. La cuota perfecta de masoquismo empapa mis sinapsis, el ritmo aumenta, el paroxismo tensa mi cuerpo y, por fin, me corro con fuerza.

Cierro los ojos, me follas cada vez con más violencia, se acerca también tu estertor. Haces un movimiento brusco y noto el semen caliente sobre mi cara, es excitante sentir esa mortaja de vida resbalando por mi piel. Pero ya hemos agotado el lirismo, te separas lentamente y vas al baño a ducharte. Cuánta pasión hace apenas unos segundos y que frívolo parece todo después. Me consuelo pensando que la insatisfacción puede ser una forma de vida barata y desleal, pero al menos permite acunar nuestra soledad de forma civilizada.


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Me siento alambrada, flor desnuda del paredón. Solo encuentro versos perfectos para una carta de suicidio, rejas de palabras que parecen rayos de luz cuando abro las piernas. A fin de cuentas, ¿para qué vivir? Para qué amar, follar, humedecerse, idealizar, escribir, exponerse, beber con una canción de Nacho Vegas sonando en bucle en tu cabeza… para qué masturbarse pensando en fantasmas sentimentales, para qué dar portazos, resistir, follar sin condón, coquetear con ordenadores sin empatía, hacer el boca a boca a un charquito de semen, practicar el seppuku con alguien que apesta a gasolina… para que robar el timón y pedir lealtad al viento, para qué sublimar, envejecer, mancharse con vulgares sentimientos de pared rota…

Las estrellas siguen pudriéndose en su órbita cementerio mientras la vida mantiene su falaz urgencia. Soy un útero de tierra sucia, un estómago que pasa hambre, unos pulmones infectados por el fango de la hemorragia sentimental, una sonrisa de flor herida, una vieja canción de guerra que idealiza el desgarro, la muerte y la desesperanza, ¿no te conmuevo? Mis venas de insecto siguen masticando la mente reseca y hambrienta del amor. No nacemos para ser felices, ¿arroparías mi grieta, le darías calor con tu cuerpo? A veces tengo la sensación de escribir solo para cubrir la distancia entre el miedo y yo. No soy ilusa, la empatía es la primera vía de contagio, la tristeza parece educada si se vive en soledad, si no salpicas a nadie con ella. Por eso perfecciono el fingimiento.

Por eso reconozco que solo quería ser amada, que el amor rompiera mis huesos hasta llegar a la médula y allí disolviera todos mis rincones oscuros. Pero nada puede brillar en un vacío congelado. Y aunque la noche desafía mi oscuridad y me coge fuerte de la mano, aunque las mariposas de mis anhelos siguen jugando entre las pavesas, tengo la absoluta certeza de que algunas personas, lo merezcan o no, nunca tendrán un final feliz.

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